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FERIA DEL TORO EN PAMPLONA

Todos eran de Soria

Plaza de Pamplona. 9 de julio. Tercera corrida de San Fermín.Cinco toros de Albaserrada, desiguales de presencia, mansos y ásperos. Segundo de García Martín, terciado y manso.

José Antonio Campuzano. Media estocada (aplausos y saludos). Estocada caída (vuelta). José Luis Palomar. Bajonazo trasero y descabello (vuelta). Pinchazo y media estocada baja (silencio). Moreno de Maracay. Pinchazo a paso de banderillas, estocada y dos descabellos (silencio). Dos pinchazos y dos descabellos (palmas).

Tiene Soria un torero, que es José Luis Palomar, el cual ha acumulado méritos en su vida profesional, entre otros una seriedad y una reciedumbre de estilo que conforman muy bien el temperamento de su tierra. Ya empieza a ser veterano matador, con vitrina de galardones, y se le conoce, pero aún quedan gentes que van a los toros sin norte, indoctas en las cuestiones taurinas, y no le identifican. Tampoco a los otros espadas, por supuesto, uno de los cuales era andaluz, otro venezolano. A éste le distingue el color de la tez. Al otro, nada le distingue. Preguntabas en el tendido quién era el soriano, y las gentes creían que todos eran sorianos. En efecto, lo parecían.

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Hasta el diestro de color, hasta los toros. Reciedumbre la que se quiera, pero torpeza y tosquedades multiplicaban también los protagonistas de la fiesta. Ásperos y deslucidos los toros, ásperos y deslucidos los toreros, transcurría la corrida en desafinado concierto. Hubo, no obstante, tres ejemplares que más o menos se podían torear bien, dos de los cuales correspondieron al andaluz Campuzano y uno a José Luis Palomar, el soriano verdadero.

El andaluz Campuzano, empachó de derechazos a uno de los suyos, de naturales al otro. Arte andalusí habríamos querido que surgiera de su muleta monótona pero no lo tiene, o se le quedó olvidado en el hotel. Lo del arte andalusí de Campuzano -un diestro con oficio consolidado, por cierto- es algo que hay que creérselo cuando lo proclaman sus paisanos. Está de moda, porque aparece en todas partes. Enciendes el televisor, y allí está pegando derechazos. Vienes a Pamplona, y lo mismo. Vas a la corrida de la Prensa, y te lo encuentras en la puerta, vestido de torero, queriendo colarse entre las cuadrillas. Es Campuzano el omnipresente.

El soriano de pura cepa José Luis Palomar hizo a su manejable toro -que no era Albaserrada, sino García-, una faenita superficial, decorosilla, larga. Al quinto, que sí era Albaserrada, e incierto, lo trasteó sin confiarse, con las recias actitudes que conforman su estilo peculiar. Cumplió, dirían antiguos revisteros.

Morenito no quiso ni ver a su primero, de apariencia manejable, al que muleteaba de pitón a pitón, sin pasárselo por delante ni una vez. Esta plaza no suele tolerar semejantes inhibiciones, pero el diestro venezolano traía bien ganados créditos del tercio de banderillas, ese y otros, en los que logró momentos importantes. Dos pares al quiebro y uno de poder a poder fueron soberanos. Mejor de ejecución que de colocación -como sentenciarían con cavernosa voz rehileteros profesionales acodados en la barra del colmao-, pero siempre dejando llegar, reuniendo en la cara

Estos pares entusiasmaron a las peñas, que le aclamaban y le dedicaban canciones con sutil delicadeza. Por ejemplo, "ay mamá Inés, todos los negros tomamos café"; o, extremando la finura del homenaje, "como el negro no hay ninguno, el negro es cojonudo". Malo el sexto toro, de los que se quedan cortos y embisten con la cara alta, sin fijeza ni nada, le intentó naturales y derechazos que, lógicamente, salían despegados y sin arte.

No hubo lidia sana pero sí fiesta, canciones, baile y merienda. Es lo bueno de los sanfermines, que si en el ruedo falta espectáculo, en el tendido sobra, y además te regalas con bocata rico o ajoarriero sabroso. Con chicha, pan y vino, ya pueden ser los toreros de Soria o de la Laponia, que la corrida siempre resultará un éxito.

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