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Ginastera, la voz de un mundo mágico

No sé cuándo conocí personalmente a Ginastera: seguramente antes de 1969. Pero empecé a tratarlo a partir de ese año, en el que me invitó a dictar un curso sobre mi música en el instituto Torcuato di Tella, de Buenos Aires, cuya sección musical dirigía. Entonces, su música me inspiraba respeto y lejanía. Respeto al profesional admirable, al trabajador exigente. Lejanía del representante de una estética nacionalista que siempre había sentido como profundamente ajena a mi sensibilidad.Cuando lo conocí y escuché sus obras recientes, cuando vi su generosa, ingente labor de promotor, organizador e impulsor de la música actual en Latinoamérica, comprendí que mi juicio anterior pecaba de parcial y mal informado. Cierto que Ginastera comenzó su carrera como músico nacionalista, dando a este término su acepción más amplia. Pero cierto también que, con un rigor, un talento y una imaginación admirables, supo evolucionar hacia un lenguaje que, siendo más actual, no dejaba de ser profundamente personal: vehemencia expresiva, refinamiento tímbrico, síntesis entre elementos indigenistas y moldes formales experimentales, el mundo caótico y mágico de la tremenda -realidad americana y el esfuerzo por ordenarla, racionalizarla.

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Ginastera pertenece a esa magnífica generación de compositores que, habiendo nacido a la sombra de los grandes monstruos llamados Schönberg, Berg, Webern, Stravinski, Bartók, Varèse, etcétera..., fue capaz de liberarse de esa aplastante tutela y encontrar una voz propia, gracias a su talento y también a la atención generosa, que prestó a las generaciones más jóvenes. Ilustres compañeros suyos fueron y son Petrassi, Mtoslawski, Dutilleux y no muchos más. En España es inevitable el recuerdo de Gerardo Gombau.

Pero este esbozo apresurado y forzosamente parcial lo sería en exceso si no hiciera referencia a otros dos aspectos más de su persona: Ginastera organizador y Ginastera amigo.

Como organizador, es de justicia decir que, sin él, la brillante pléyade de compositores latinoamericanos -en su mayoría en el exilio, por razones obvias- no existiría. Su trabajo en el instituto di Tella formó no sólo a los argentinos, sino a estudiantes provenientes de todo el continente y ello en las mejores condiciones posibles: un espléndido laboratorio electroacústico, conciertos abundantes e interesantes, frecuentación de otras disciplinas -cine, teatro, pintura, presentes en el Instituto-, cursillos de todo tipo -como dije, tuve ocasión de dictar uno sobre mi música y siempre recordaré el interés y calidad de los alumnos asistentes-, labor de quien estima que el creador se debe a una tarea educativa que exige generosidad, paciencia y valor. El hecho de que este instituto fuera cerrado, entre otras razones, por las presiones de militar con pretensiones de purificador de la patria, debiera bastar para darnos fe de su calidad.

¿Y Ginastera amigo? De estas cosas apenas si se puede hablar en público con decoro. Sólo diré que mi admiración por su obra, el amor que creo él sentía por la mía nos unieron profundamente. Ginastera esperaba una voz que, desde España, hablase una lengua musical de hoy. Cuando la encontró en mí y en otros la saludó con una generosidad y una alegría que no siempre he encontrado en mi propia tierra. Siempre llevaré su recuerdo conmigo; siempre escucharé y admiraré su música.

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