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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tormenta sobre Lima

BELAÚNDE, PRESIDENTE de Perú, ha proclamado la ley de excepción, con la suspensión de garantías constitucionales, y anunciado para el mes de julio dos posibles medidas de enorme envergadura: la implantación de la pena de muerte (abolida por la Junta Militar en 1979, al mismo tiempo que proclamaba el derecho de voto a los analfabetos) y el encargo a las Fuerzas Armadas de la totalidad de la lucha contra las guerrillas y el terrorismo, lo cual implicaría que se encargasen no sólo de la lucha armada, sino de la erradicación política. Estado de excepción, pena de muerte y militarización son tres concesiones a la presión militar-conservadora. Puede que no sean suficientes para evitar un golpe de Estado.Belaúnde Terry sucedió a un régimen militar; depuesto por los militares en 1968, volvió a la presidencia en 1980. Ahora nuevamente la presión militar -esta vez de signo contrario al de la revolución velasquista- amenaza la estabilidad democrática de Perú, convulsionada por la guerrilla de Sendero Luminoso. La Junta de 1968 encarnaba un intento de nacionalismo de izquierdas, que en la jerga habitual se llamó la a peruana: despegue de los compromisos con Estados Unidos, nacionalizaciones en la economía, reforma agraria, populismo militar en definitiva, que llevó a la supresión de las libertades y acabó con un viraje de signo ideológico del militarismo en el poder y un fiasco en la gestión económica del país. La vía peruana se develó como un fracaso. Parte del mismo Ejército estuvo siempre en contra del experimento y produjo incidentes de importancia. A la postre, el regreso a la democracia fue, más que una indicación de que se había normalizado el país, una forma de pasar a otros la responsabilidad del desastre económico y social.

Belaúnde fue elegido como un demócrata posible: conservador, estabilizador. Los escasos tres años que lleva en el poder han visto el crecimiento de la guerrilla, a la que se atribuye un pensamiento maoísta, pero que no está exenta de connotaciones imposibles de catalogar, y que en cualquier caso ha dejado a muchos partidos de la extrema izquierda afincados en Lima sin capacidad de maniobra ni de respuesta ante la subversión de un régimen en el que las posiciones más extremas pueden expresarse a diario, y de hecho se expresan, y en el que se mezcla dramáticamente la herencia colonial española con desigualdades profundas y un tipo de poder blanco ajeno a la composición real de la sociedad peruana. Sendero Luminoso ha aprovechado la situación de atraso, opresión e injusticia de los campesinos de la sierra para lanzar una ofensiva que se ha revelado con una capacidad de acción profunda. En la última semana de mayo ha destrozado centrales eléctricas, ha entrado en la capital y, al mismo tiempo que volaba la fábrica Bayer -como símbolo de las multinacionales-, asaltaba, destruía o inutilizaba oficinas Públicas, todo ello en la oscuridad provocada por la voladura de instalaciones eléctricas.

Los müitares han aprovechado esta presión terrorista para acusar de debilidad al poder civil, y el presidente se ha visto enfrentado, al mismo tiempo que a los terroristas, a los motines militares, con un protagónísmo especial de la Guardia Civil -fuerza de seguridad de la República-. Todo parece indicar que ha cedido a estas presiones.

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Perú es un país con enorme proporción de indios y mestizos (49% y 37%, respectivamente, del total de la población -unos 20 millones-): sobre ellos pesa opresión, miseria y discriminación. Tiene riquezas importantes en pesca y minerales. Ninguna de las reformas políticas y sociales ha conseguido evitar lo que prudentemente se llama dualismo: es decir,la riqueza de los blancos y la miseria de los mestizos y de los indios. Las ciudades y las industrias han atraído en las dos últimas décadas millones de desfavorecidos que presionan sobre el. exiguo mercado de trabajo y cercan prácticamente las urbes con un cinturón de descontento y protesta. Los intentos de reforma han contenido a veces la presión- social; sus sucesivos fracasos (su falta de realidad, su mera ficción, su incumplimiento) la han niultiplicado hasta llegar a la situación actual. Los datos de crecimiento demográfico y de incapacidad en la creación de bienes y en su administración no indican un futuro mejor. La clase política se ve desbordada por los acontecimientos, pero el fracaso del militarismo es demasiado reciente como para suponer que el Ejército -un verdadero Estado dentro del Estado en Perú- puede recibir apoyo popular. Belaúnde se ha destapado como un político antiguo, maniobrero, pero incapaz de gobernar una nación con tan graves problemas. Si es capaz de resistir la presión militar y de evitar el golpe de Estado, las próximas elecciones podrían ser la ocasión histórica del APRA, una forma de socialdemocracia más qué moderada, tradicionalmente la primera fuerza política del país y tradicionalmente en la oposición. Pero muchos se preguntan si no es ya dernasiado tarde para una solución reformista de este género en un país tan convulsionado. Y, sobre todo, muchos temen que esas próximas elecciones, todavía lejanas en el tiempo, no se lleguen a celebrar jamás.

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