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Tribuna
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Las 'opciones cero'

Cualquier consideración sobre el problema del estacionamiento de dispositivos nucleares de alcance medio en Europa debe partir del reconocimiento de que el arma nuclear es, en cuanto a propósitos estrictamente bélicos, no utilizable. Se trata de algo ya tan ampliamente admitido, en el Este y en Occidente, que la afirmación no necesita la menor comprobación. Este tipo de arma no constituye una defensa contra sí misma. Nadie ha encontrado hasta ahora, ni probablemente encontrará nunca, la forma de conseguir una superioridad en el desarrollo del armamento nuclear o una defensa plausible contra éste. Los intentos de utilizarlo como base de una estrategia político-militar nacional han fracasado invariablemente. No hay forma de iniciar su uso en una guerra entre las superpotencias nucleares sin que la parte que lo haga corra el riesgo de desastres de tal magnitud que convertirían en cosa de broma los conceptos normales de victoria o derrota.Ya por sí solas estas consideraciones son un argumento en contra de la probabilidad de que la Unión Soviética utilice los misiles de alcance medio que apuntan ahora, o apunten en el futuro, hacia Europa Occidental. Dichos misiles pueden servir en teoría como instrumentos de una política de intimidación, pero se necesitan dos para que un acto de intimidación tenga éxito, y la gran improbabilidad del uso de esas armas significa que nadie en Europa Occidental puede ser grandemente intimidado a menos que quiera serlo. Potencias más pequeñas que Alemania y Francia han hecho frente, resueltamente y con éxito, a amenazas más reales que esa.

La improbabilidad de cualquier uso de esas armas soviéticas se ve reforzada, no está de más recordarlo, por el solemne compromiso de los soviéticos en no ser los primeros en utilizar las armas nucleares en general. La reacción de Occidente ante este compromiso ha sido de cínica desconfianza o de burla. Pero hay que preguntarse si esta descalificación general está realmente justificada. La renuncia unilateral del Gobierno soviético al primer uso ha sido repetida y solemnemente establecida a los más altos niveles de las autoridades gubernamentales y del partido, donde ha sido completada con el nada ambiguo reconocimiento de que cualquier guerra nuclear no sería sino un desastre para todas las partes implicadas. Más aún, en 1981, la Unión Soviética presentó, defendió y votó en la Asamblea de las Naciones Unidas una resolución por la que se declaraba el primer uso de armas nucleares como un crimen contra la humanidad. Esa resolución representaba el compromiso de la Unión Soviética no sólo frente a nosotros, el Occidente, sino también ante los 17 millones de miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética, ante varias naciones satélites, ante los partidos comunistas de todo el mundo y ante la mayoría de los otros miembros de la Asamblea de la ONU que votaron a favor de aquélla. Los dirigentes soviéticos, se piense lo que piense de ellos, son gente seria, nada frívola; y no se toman tales compromisos a la ligera o por el gusto de engañarnos.

Y siendo así las cosas, hay que preguntarse: ¿qué importa realmente si Moscú tiene 300 misiles SS-20 apuntando hacia Europa, o sólo 150 o ninguno? Europa Occidental no era inmune a un ataque nuclear antes de que se desplegaran los SS-20. Tampoco quedaría, pues, inmune en el caso de que éstos fueran retirados completamente. El hecho es que no hay hoy, en este amenazado mundo que nos ha tocado vivir, ninguna ventana de vulnerabilidad que se pueda abrir o cerrar. Somos vulnerables, totalmente vulnerables. No hay forma de que eso cambie. Por eso, en nuestros días, son precisamente las intenciones del potencial enemigo, y no sus capacidades (o las nuestras), lo que debemos tener en cuenta si queremos salvarnos.

Hoy, el mayor peligro al que se enfrenta cualquiera de nosotros es que podría producirse un eventual intercambio de bombas nucleares entre las superpotencias aunque ninguna de ellas lo quiera realmente. Ese intercambio podría desencadenarse igual de fácilmente por el disparo de un solo proyectil nuclear como por el de cientos de ellos. Desde esta perspectiva, habría que preguntarse si la armas nucleares tácticas o de escenario que Estados Unidos tiene instaladas actualmente en Alemania no representan una peligro mayor para el desencadenamiento de una catástrofe nuclear que todos los misiles de alcance medio que nosotros o los rusos decidamos finalmente desplegar. ¿Por qué? Por la simple razón de que son más aptas para ser utilizadas. El profano no está, lógicamente, completamente informado; pero hasta donde uno puede enterarse, los planes de la OTAN prevén la introducción del uso de tales armas en un estadio relativamente temprano de las hostilidades en el caso de un conflicto convencional, específicamente si tal conflicto es considerado como un ataque dirigido contra las fuerzas occidentales.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, la cuestión que hay que plantearse es la siguiente: si lo que se desea hacer es promover la seguridad de Europa Occidental frente al peligro nuclear, ¿no tendría más sentido buscar una opción cero real para esa región en lugar de la falsa opción cero de la que se viene hablando hasta ahora? Dicha opción debería prohibir, tanto para los países de la OTAN como para los del Pacto de Varsovia, no sólo la mayoría de los misiles nucleares de alcance medio ahora desplegados, o cuyo despliegue esté previsto, en Europa Occidental, sino también todas las armas tácticas de: esa naturaleza estacionadas dentro de la región; además de lo cual debería existir algún tipo de acuerdo para restringir el número y operaciones de las plataformas flotantes de misiles, soviéticas y occidentales, desde las cuales se pueden disparar contra la región cabezas nucleares tanto de medio como de corto alcance. En otras palabras, una región europea occidental realmente desnuclearizada, en lugar de la en absoluto desnuclearizada región que prevé la opción cero del señor Reagan.

En cualquier caso, difícilmente sería posible conseguir una retirada total de los misiles de alcance medio de esa región mientras, franceses y británicos insistan en conservar los suyos. Se trata de algo en lo que los rusos insisten y que no puede ser negado. Esas dos potencias son aliados de la OTAN o no lo son. No se puede estar en ambos bandos. Especialmente en nuestro caso, en Estados Unidos, donde se insiste en contemplar cada arma de fabricación soviética descubierta en Nicaragua como controlada directamente por los soviéticos, no importa en manos de quien sean encontradas, no estamos en la mejor posición para exigir a la. URSS que la armas de nuestros aliados no sean tenidas en cuenta en absoluto.

Sin embargo, incluso más importante que cualquiera de estas medidas, si lo que se desea es reducir los riesgos de confrontación en Europa Occidental, sería un reforzamiento decidido e imaginativo del potencial convencional militar de la OTAN. Se trata de un camino mucho más prometedor que un nuevo intento de confiar en la autodenominada disuasión nuclear, que en absoluto se trata de una disuasión real desde el momento en que casi nadie puede entender que una eventual utilización de las armas nucleares constituiría una opción racional para cualquiera de las partes. La tarea de encontrar una adecuada disuasión convencional es menos espectacular de lo que se presume normalmente, porque se ha exagerado demasiado sobre la superioridad soviética a este respecto. Dicho desequilibrio existe en determinadas clases de armas convencionales y en otros aspectos limitados; nadie lo podría negar. Pero corregir ese desequilibrio supondría para los occidentales un esfuerzo menor, especialmente financiero, de lo que normalmente se supone.

Y no sólo esto, sino que si las potencias de la OTAN están verdaderamente preocupadas sobre el equilibrio de armas convencionales, podrían haber hecho mucho más de lo que han hecho hasta la fecha para estudiar las posibilidades de un acuerdo en las denominadas conversaciones MBFR (Reducción de Fuerzas Mutua y Equilibrada), en Viena, sobre la reducción de fuerzas terrestres estacionadas en el centro de Europa.

En resumen, lo que parece necesario es una preocupación mucho menor por las pesadillas sobre armamento nuclear y un más serio estudio de los únicos reales fundamentos para un equilibrio militar adecuado y en, consecuencia de una genuina distensión, que descansan más en el campo convencional que en el nuclear.

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