España y el Mercado Común
A medida que aumenta la dureza negociadora -o la actitud pasiva- del Mercado Común ante España se acentúa en el palacio de la Trinidad, sede de la Secretaría de Estado para las Relaciones con las Comunidades Europeas, una línea retráctil o, al menos, de impaciencia. En este sentido, la impaciencia no es un pretexto argumental para imprimir un ritmo más rápido a las negociaciones con Bruselas, sino una realidad palpablemente demostrada por el titular de esa Secretaría de Estado, el joven Manuel Marín. Al joven Manuel Marín se le va a acabar la paciencia a finales de la actual legislatura, y a muchos españoles también. ( ... )Ayer repartieron los funcionarios del palacio de la Trinidad un amplio informe de 200 páginas sobre el estado de las negociaciones entre España y el Mercado Común, y el balance sería bueno, dados los puntos de acuerdo, si no existieran los puntos de desacuerdo. El desacuerdo se extiende entre la pesca y la agricultura como objetos más importantes de fricción. Más importantes aún que las tarifas aduaneras para la despenalización arancelaria de automóviles, asunto que produjo ayer un choque frontal entre Manuel Marín y el diputado aliancista Antonio Navarro, quien deseaba saber si al palacio de la Trinidad había llegado una nota de protesta del Gobierno italiano por el tratamiento que, en este sector, recibía el Reino Unido de las aduanas españolas.
A Manuel Marín le entró coraje porque el diputado aliancista, en uso de su derecho parlamentario, actuase como lobby individual de la industria italiana, pero se excedió tal vez en la respuesta descalificatoria. La pregunta dio la sensación de haber entorpecido de algún modo el próximo viaje a Italia de Manuel Marín, pero, así y todo, los Parlamentos están para que se formulen preguntas y se den respuestas, ya que sólo al inmenso gentío, es decir, al electorado, le corresponde juzgar, en último término, los matices éticos o morales de la actuación legislativa.
, 14 de abril
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