¿Por que no entramos en el Mercado Comun?
El Reino Unido, Dinamarca, Irlanda y Grecia sólo necesitaron tres años de negociaciones para entrar en las Comunidad el Europeas. Nosotros, desde julio de 1977, cuando presentamos la solicitud de adhesión, llevamos traza de esperar el triple a la puerta. Desde aquel ya lejano 9 de febrero de 1962, en el que España solicitaba la apertura oficial de negociaciones, han pasado más de 20 años. Parece el túnel del tiempo.Cuando en 1977 solicitamos oficialmente la adhesión, España era ya un país democrático y no había inconvenientes políticos. ¿Qué ocurre desde entonces?, se pregunta el hombre de la calle, ¿por qué no hemos entrado ya en el Mercado Común?
La pregunta tiene varias respuestas. La primera es muy simple: precisamente porque no es un mercado común. La CEE, con todos sus defectos y problemas, es mucho más que un mercado común. Es una apretada trama de relaciones donde lo político lo social y lo económico están unidos a través de un ordenamiento jurídico de enorme interés.
La originalidad de las Comunidades -y también su gran problema- es haber organizado, en un sistema conjunto-, las muy diversas materias que cada miembro regulaba antes a su modo y manera. Desde que la CEE surge y se consolida, el Tratado de Roma, el derecho derivado, los acuerdos internacionales y los propios principios generales del Derecho han ido creando un mundo complejo y fascinante de soluciones propias y de relaciones con el propio Derecho nacional de los Estados.
Los reglamentos, decisiones y directrices comunitarias suman ya más de 30.000 páginas de normas, que originan profundas transformaciones en la actividad económica de los Estados miembros y que van desarrollando, casi sin sentir, una estructura político-social nueva, basada en un delicado equilibrio.
Expansión y crisis
Lo que ocurre es que tan complejo mecanismo, nacido en los tiempos de expansión, no actúa igual en los tiempos de crisis,
Surgen tensiones -y presiones- de los sectores y grupos sociales y económicos afectados especialmente por la, crisis en cada país. Y como consecuencia, un aluvión de medidas proteccionistas por parte de los Gobiernos, que tratan de defender sus propios productos en el interior de sus fronteras y en los cada día más duros mercados internacionales.
La integración de España conmociona este delicado equilibrio, que ya se encontraba amenazado por la crisis económica y la oleada proteccionista. Con nuestra entrada en la CEE, las cosas pueden dar un vuelco: muchas gentes van a ganar menos y otras van a ganar más.
¿Quién va a ganar menos? ¿Francia, por ejemplo?
Si ahora se hiciera una encuesta entre los españoles es probable que la mayoría opinase que no entramos en Europa porque los franceses no nos quieren. Sin embargo, las cosas no son tan simples.
La dulce Francia y la industriosa Alemania Occidental parecen ser las que han sacado más provecho de las Comunidades Europeas. Francia se ha beneficiado especialmente de la política agraria común (la célebre PAC), que responde realmente a una agrícultura continental basada erí los cereales, la leche, las patatas y la remolacha del centro y norte de Europa más arriba del Loira, que, no lo olvidemos, es un río francés.
Con la entrada de Espafla el cambio sería sustancial. A la detallada regulación jurídica de los clásicos productos continentales, como la leche, el trigo y las carnes de vacuno -con su carga financiera ya casi insostenible-, se -añadirían nuevos invitados: el aceite de oliva y las grasas vegetales, el vino, las frutas y hortalizas. Nuevos invitados a comer en una mesa escuálida.
Puede ser un dato positivo la llegada a Madrid del nuevo embajador francés. M. Guidoni tiene amigos en el Gobierno español y conoce bien los problemas y los miedos de sus viticultores del Aude y de sus granjeros del Midi, que parecen vivir en,perpetuo sobresalto. Se supone que conocerá también el gran entusiasmo de la industria pesquera francesa, que parece descubrir de repente sus posibilidades y se moderniza a marchas forzadas, haciendo la vida difícil a merluceros y palangreros españoles en el golfo de Vizcaya.
Pero, a medio plazo, a Francia le conviene que España se integre en las Comunidades. Cómo se ve en cualquier mapa, ahora la CEE sólo es una estrecha franja europea que se estira en dirección Sureste-Noroeste. La integración de España y de Portugal abriría a la CEE el Mediterráneo occidental y haría realmente dé París el eje económico y geopolítico de las Comunidades.
El paraguas francés
Ocurre también que detrás del paraguas francés se tapan otros países y se defienden otros intereses.
Con la República Federal de Alemania hay un problema global y algunos bilaterales. El global es la oposición alemana occidental a aumentar el 1% del IVA, aumento con el que precisamente se podría financiar la totalidad o una parte del alto coste que la adhesión de España supondría para los presupuestos comunitarios.
Los problemas bilaterales son pequeños, pero existen. Uno está ligado al derecho social de las Comunidades, y es la política de Bonn de impedir el reagrupamiento familiar a los emigrantes procedentes de países no comunitarios, lo que tocaría de lleno a nuestros traba adores en la RFA. Otro es la tradicional inclinación alemana occidental a la llamada barrera tecnológica, denso entramado legal de normas y específicaciones técnicas que impiden la entrada de muchos productos extranjeros -y españoles entre ellos- en la República Federal de Alemania.
En cualquier caso, Alemania Occidental es posiblemente nuestro mayor -y tal vez único- valedor real de nuestra entrada ínmediata en la CEE. Y no es ajeno a ello su actual embajador en Madrid, Guido Brunner, que conoce y ama a España y que, como antiguo comisario de Energía de las Comunidades, ha dedicado buena parte de su vida a la tarea de construir Europa.
El Reino Unido coincide con Alemania Occidental en su oposición a aumentar el llamado techo del IVA. Los británicos añaden más: pagan ya demasiado a la Comunidad. "I want my money back" (que nos devuelvan el dinero), eso dicen. Reducir la participación británica en el presupuesto es una de las obsesiones de Margaret Thatcher y es también una de las grandes batallas jurídicas y políticas dentro de la CEE.
A este problema de fondo se añaden los contenciosos con España, que son bastante más profundos que en el caso alemán occidental. Hay problemas en política internacional (no sólo Gibraltar, también el enfoque radicalmente opuesto en las Malvinas / América Latina). Hay problemas en los intercambios comerciales anglo-españoles (alrededor precisamente del vigente acuerdo preferencial de 1970 entre España y la CEE, que el Reino Unido querría revisar a fondo, y así está presionando en las Comunidades). Hay graves problemas en el derecho del mar (el Reino Unido exigiría en el presente año una reducción de la pesca española en sus aguas calculada al menos entre un 15% y un 20% de la actual). Muchos, demasiados problemas.
En Bélgica, la causa de la integración española por la vía rápida cuenta con un convencido, que es el actual ministro belga de Exteriores, Leo Tindemans, que, como reconoce el propio Gaston Thorn, hizo todo lo que pudo, e hizo mucho, para dar vida a la negociación con España mientras fue presidente del Consejo de la CEE en 1982. Problemas bilaterales hay pocos: el eterno de la atención que reciben los emigrantes españoles que trabajan en Bélgica y los recelos de la siderurgia belga ante la reconversión industrial española.
Por el contrario, Italia viene adoptando una política más discreta, de esperar y ver. Con la brillante excepción de su presidente, Pertini, entusiasta de nuestro país y admirador de los Reyes de Egpaña, los italianos no parecen pasar del llamado apoyo político a nuestra entrada en la CEE. En realidad no están lejos de la postura francesa, como reflejaba, a finales de diciembre pasado, un informe confidencial que circulaba por Bruselas.
Los demás países comunitarios siguen la habilidad y discreción italiana: Grecia, inmersa en sus problemas económicos; Irlanda, con su tajante oposición a que siga el ritmo actual de las capturas españolas en sus aguas; Dinamarca, preocupada por no mover demasiado los asuntos de la CEE, que para muchos daneses están bien como están; Holanda, frente a los intereses de sus grupos de presión agroalimentarios, que ven con recelo la posible llegada masiva de los productos del Mediterráneo español a los mercados del norte de Europa.
Es decir, que Francia no es el gran y único obstáculo que se nos cruza en el camino de Europa. En la CEE no entramos porque vienen coincidiendo varias causas, que no estaría de más resumir:
1. Porque las propias Comunidades Europeas son un mecanismo sutil y complejo, de una brillantez algo anticuada, aunque absolutamente necesario para la construcción de la auténtica Europa. Y si nuestra adhesión puede ayudarle a desarrollarse de forma más actual y creadora, tropieza con la necesidad de cambiar algunas de sus más importantes estructuras.
2. Porque a este problema fundamental se añaden los contenciosos existentes entre España y los diversos países miembros en lo económico, en lo social y en la propia política internacional.
3. Porque la negociación por parte española se ha llevado -especialmente en los años 1978-1981 - con indecisiones y sin fuerza, y por parte comunitaria -antes y después de la pausa de Giscard- a ritmo de tortuga.
4. Porque no hay en España ni en las Comunidades una presión social detrás de los negociadores. En España, el entusiasmo inicial se ha desvanecido y la gente empieza a pasar de nuestra adhesión. En las Comunidades, las opiniones y las esperanzas de los ciudadanos franceses, italianos o alemanes occidentales -si algunas hubo- dieron paso a colectivos y grupos de presión con intereses concretos, fuerza política y votos.
5. Porque no hay en Europa un líder -al estilo clp Hallstein, Monet, Schumann, De Gasperi o Adenauer- que sepa ver, más allá de los precios umbral y de las lechugas, que Europa nunca será Europa sin España, y que tenga la voluntad política, la habilidad y la capacidad de convencimiento necesarias para que esta visión de la historia se traduzca en hechos.
Queda todavía la duda razonable de si, frente a nuestra adhesión a las Comunidades Europeas, caben otras posibilidades y otras salidas para nuestro país. Es decir, si hay o no una alternativa seria a nuestra entrada en la CEE. Es este un tema sobre el que se ha hablado mucho tangencialmente, con miedo a entrar en él. Tema apasionante, sobre el que me gustaría volver otro día.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Comunidad Europea
- RFA
- Opinión
- Avicultura
- IVA
- Ampliaciones UE
- Política agrícola común
- Propiedad tierra
- Alemania
- Política agraria
- Portugal
- Impuestos
- Francia
- Hacienda pública
- Reino Unido
- Bélgica
- Política exterior
- Tributos
- Europa occidental
- Economía agraria
- Finanzas públicas
- Agricultura
- Ganadería
- Unión Europea
- Organizaciones internacionales