_
_
_
_
Tribuna:Quinto centenario de un genio del Renacimiento
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La proyección del artista en la pintura moderna

Hay artistas que encarnan con tal perfección un prototipo estético que llegan a convertir su obra en un modelo de gusto intemporal. Tal es el caso, por ejemplo, de Rafael, que encarnó, durante tres siglos, el ideal de perfección de la pintura clasicista, según se entendía en el arte europeo de la época moderna. Para alcanzar una tan alta cima de prestigio, a pesar de morir prematuramente, Rafael tuvo que imponerse frente a dos auténticos colosos del Renacimiento -Leonardo y Miguel Angel-, pero, a la postre, no logró, por ajustarse mejor su estilo a esa áurea serenidad y equilibrio que demandaba la ideología olímpica del clasicismo, superador de toda crisis histórica y subjetiva, principio de imperturbabilidad estética y moral.De esta manera, tras la profunda crisis artística que conmociona el siglo XVI italiano, cuyas manilfestaciones estilísticas más agudas son las conocidas como Manierismo y Contrarreforma, el clasicismo triunfante a comienzos del siglo XVII sitúa ya a la cabeza a Rafael y allí se mantendrá hasta la revolución romántica en pleno siglo XIX.

Más información
El arte como revelación de la belleza

El escenario del triunfo artístico de Rafael fue la Roma de comienzos del Cinquecento, esa espléndida Roma del mecenazgo de los papas Julio II y León X, que, antes del terrible saqueo de la ciudad en 1527, reunió a los mejores artistas de toda Italia, entre los que destacaban Bramante, Miguel Angel y el propio Rafael. Este período, de duración extraordinariamente breve, consiguió hacer cuajar, sin embargo, una fórmula artística original y sutil, la que los historiadores alemanes denominan como Alto Renacimiento y nosotros, muy expresivamente, Renacimiento maduro. Fue allí, en efecto, donde Rafael, ayudado por el apoyo de escritores de la talla de Castiglione y el Aretino, no menos que por el de los teóricos del arte veneciano, como Dolce, cada cual, eso sí, defendiendo intereses propios, empezó a disputar la primacía absoluta a Miguel Angel, al que Vasari llegó a calificar como vencedor insuperable de los antiguos, los modernos y la propia naturaleza.

Suprema síntesis

Era la primera señal del posterior triunfo de Rafael considerarlo como punto de equilibrio, justo término medio, suprema síntesis. Así es defendido como el centro perfecto entre la dureza escultórica del contorno de Miguel Angel y la mera sensualidad del Tiziano, el centro entre el dibujo florentino y el color veneciano. Más tarde, se proyectará como medida de la armonía ideal lograda frente al irregular flujo de los tiempos: antes de él, el Renacimiento de los primitivos; después de él, el exagerado amaneramiento de los decadentes. Y aprende de tal forma en la historia esta imagen, que cuando, durante el siglo XIX, se quiera dar otra visión de los valores artísticos del Renacimiento, se hablará elocuentemente de prerafaelistas, so metiendo, una vez más, el discurrir histórico del arte contemporáneo al dictado de su fortuna.

Esta impronta rafaelesca se deja sentir por igual en el terreno de la teórica y de la práctica artística. En la doctrina, salvo muy contadas excepciones, todos los tratados europeos, que defienden abrumadoramente la ideología clasicista, desde Bellori a Antonio Rafael Mengs, consideran a Rafael una cima estética, el ideal de la belleza racional, aquélla que, según el último crítico citado, no necesita de los ojos para gustar, sino de la reflexión para satisfacer el entendimiento.

De manera que, para ver derrumbarse esta imagen legendaria, hay que esperar hasta muy avanzado el siglo XIX, con la imposición, como dije, de las escuelas romántica y realista.

No fue, sin embargo, un derrumbamiento repentino. Ingres, por ejemplo, le adora por encima de cualquier otro, Delacroix le admira y respeta, e incluso los revolucionarios escritores franceses se inclinan ante él.

Musset le considera, junto a Rubens, el otro polo complementario de la perfección; Gautier lo cuenta entre "los dioses y los semidioses de la pintura"; Alejandro Dumas le incluye, con Tiziano y Miguel Angel, en sus Trois maitres; Stendhal y Balzac no son menos pródigos en el elogio...

En la Alemania romántica ocurre otro tanto, desde Wackenroder, que le considera un pintor santo, hasta el propio Hegel. En realidad, este coro de voces entusiastas no se quiebra hasta el triunfo precisamente de la Escuela Española, que se exalta en París como el paradigma anti clásico, justo en el momento en el que el genial Baudelaire se permite decir lo siguiente: "Por puro que sea, Rafael no es más que un espíritu material en incesante búsqueda de lo sólido; pero ese canalla de Rembrandt es un poderoso idealista que hace soñar y adivinar más allá".

Desde entonces, se dio la vuelta a este ideal de siglos y, con el vaivén característico, Rafael pareció borrarse del mapa. Pero, entre las excepciones, no puedo dejar de recordar la de dos grandes maestros españoles del arte de vanguardia: por un lado, Picasso, que realiza una de sus familias de arlequines inspirándose en una de las sagradas familias de Rafael y que incluso graba al pintor copulando con la Fornarina en una de sus múltiples variaciones sobre el pintor y la modelo; por otro, Dalí, apasionado exaltador del clasicismo y, como es lógico, de Rafael, sólo superado por Vermeer de Delft.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_