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CIENCIA

El lanzamiento del nuevo transbordador espacial reaviva la polémica sobre la guerra en el cosmos

Todo está a punto para el lanzamiento, mañana lunes, del cuarto vuelo del transbordador del espacio, cuyo prototipo Challenger sustituye a los tres vuelos triunfales realizados por el Columbia. Lanzamiento que, sin tener relación directa, coincide y aviva la polémica creada hace unas semanas en EE UU, cuando el presidente Reagan anunció un programa para la investigación de armas espaciales antimisiles, considerada como la preparación para la guerra de las galaxias, en la frontera del siglo XXI.

El transbordador del espacio (espace shuttle) supone la primera generación de ingenios espaciales, híbridos entre el avión y el cohete, capaces de cumplir misiones espaciales, regresar a la Tierra por sus propios medios y ser reutilizados. Pensados para fines pacíficos, como la instalación o reparación de satélites artificiales, investigaciones científicas o creación de futuras colonias espaciales, los shuttle, elaborados y lanzados bajo el patrocinio de la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA), despertaron desde el primer momento el interés de los estrategas militares. Además de las funciones públicas de las misiones experimentales de los shuttle, hay misiones confidenciales directamente encargadas por el Pentágono.En realidad, el caso del shuttle, desde un punto de vista de política militar, supone ya un comienzo en dirección a la militarización del espacio. Está en la línea de la controvertida investigación de armas o contraarmas para las futuras guerras espaciales, anunciada por el presidente Ronald Reagan.

Reagan pidió a los científicos americanos que "pongan todo su talento" para investigar las generaciones de armas que deberán defender a EE UU en las próximas décadas. Rayos láser, rayos de partículas, emisiones de microondas y misiles hipersónicos figuran en la agenda de las posibles armas del siglo XXI.

Pero el encargo de Reagan, anunciado tras previa consulta con expertos militares y científicos, llegó en un momento de tensión política en EE UU por la discusión en el Congreso del presupuesto de Defensa para 1984, así como en un momento de frágil coyuntura en las relaciones Este-Oeste, en materia de negociaciones para reducción y control de armas nucleares.

Los defensores de la doctrina Reagan apoyaron el proyecto, destinado a preservar la defensa de EE UU. Los detractores lo calificaron de utópico y de maniobra de despiste, en un momento en que la Cámara de Representantes recortaba el presupuesto de Defensa y que las negociaciones de Ginebra entre soviéticos y norteamericanos están empantanadas. Mejor hablar de lo que puede ser la defensa del siglo XXI.

Surgió también la polémica -avivada por la dura reacción de Moscú, que calificó el anuncio de Reagan de paranoia militarista- de hasta qué punto el programa supone una violación de los acuerdos de 1972, firmados para impedir "el desarrollo, prueba o instalación de sistemas antimisiles instalados en tierra, mar, aire o espacio.

"No hay ninguna violación del tratado con los soviéticos", dijo Reagan, "porque el acuerdo antimisiles no impide la investigación". Punto de vista que comparten los científicos partidarios de desarrollar nuevas fronteras para la técnica militar, entre cuyos asesores para el presidente Ronald Reagan figura el célebre Edward Teller, considerado como el padre de la bomba H.

Misiles para la chatarra

Los cálculos teóricos prevén que un misil soviético, con sus mortíferas cargas atómicas, tardaría entre 20 y 30 minutos en llegar a un objetivo situado en EE UU. La tesis de contraarmas poderosas que lograsen destruir a los misiles enemigos en plena atmósfera mucho antes de lograr su blanco es la que despierta el interés por las armas espaciales anti-misiles. La idea, de llegar a cumplirse, dejaría a los misiles obsoletos. Quedarían poco menos que para chatarra.La idea de utilizar rayos láser, rayos de partículas u otros sistemas destructivos capaces de controlar en permanencia y actuar desde ingenios espaciales contra los misiles, cuesta ya a los norteamericanos unos 1.000 millones de dólares. "Los soviéticos calculamos que gastan, por lo menos, cinco veces más", argumentan en Washington. Centran el problema en su justo término, porque es ilógico pensar que, mientras EE UU investiga armas espaciales, en la URSS van a cruzarse de brazos.

La pretensión en cada bando es saber quién puede llegar primero a tener más poderío o a ganar una tercera guerra mundial, que daría al vencedor poderío planetario, en caso de poder contarlo.

La Prensa norteamericana ha avanzado varios de los campos en que puede orientarse la investigación: un sistema de espejos del espacio hacia los que serían dirigidos rayos láser desde tierra, para reflectarlos y desviarlos hacia misiles adversarios; las bombas de partículas, construidas por aceleración de protones o iones, capaces de ser dirigidos hacia los misiles, causando daños estructurales o distorsionando los sistemas de guía electrónicos; las estaciones espaciales de rayos láser-X, derivados de múltiples miniexplosiones nucleares capaces de propulsar los rayos láser-X hacia objetivos enemigos.

Todos los científicos coinciden en afirmar que la tecnología para poder aplicar tales armas, o contraarmas, es todavía embrionaria. Sin embargo, los partidarios del plan Reagan comparan la visión del actual presidente norteamericano a la que tuvo el presidente John Kennedy, cuando, en 1961, aprobó los presupuestos para el programa Apolo, que culminó con la llegada del primer hombre a la Luna en 1979.

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