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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dudas sobre Gromiko

Lo MEJOR que se ha dicho de Andrei Gromiko fueron dos palabras de su primer jefe, Nikita Jruschov: "Si le digo a mi ministro de Asuntos Exteriores que se siente sobre un bloque de hielo, él se sienta y como si nada", confesó.Obediente, impasible y hermético, Gromiko, 74 años, ha sobrevivido a todos los cambios habidos en el Kremlin durante las últimas dos décadas y media. Ahora -nombrado primer vicepresidente del Consejo de Ministros- despierta todo tipo de rumores entre quienes han convertido en un oficio el tratar de vislumbrar qué pasa tras las muy opacas murallas del Kremlin. Cinco son las explicaciones más creíbles que servirían para captar el sentido del nombramiento de Gromiko como primer vicepresidente del Consejo de Ministros:

1. Es un premio de consolación, ya que pronto será jubilado como ministro de Asuntos Exteriores.

2. Es, simplemente, el reconocimiento a su larga carrera como titular de esa cartera.

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3. Es una maniobra de los breznevianos para controlar a Geidar Alpev -uno de los tres primeros vicepresidentes del Gobierno-, que se ha mostrado muy activo y amenaza con acabar de un plumazo con los vestigios de la era Breznev dentro del Ejecutivo.

4. Es un intento de reforzar el papel del Consejo de Ministros, que se encontraba muy disminuido frente al Politburó, auténtico Gobierno, de hecho, de la URSS.

5. Es un prólogo al muy probable nombramiento de Gromiko como presidente del Presidium del Soviet Supremo, cargo este que conlleva -aunque de forma más bien honorífica- las funciones propias de la jefatura del Estado.

Esta última especulación proviene del hecho de que desde que Breznev falleció, el pasado mes de noviembre, la URSS se encuentra sin jefe del Estado. Esta ausencia da lugar a diversos equívocos protocolarios: como, por ejemplo, ha sucedido durante la visita de Pérez de Cuéllar, cuando tanto los funcionarios de la ONU como los soviéticos nunca se aclararon sobre si el viaje había sido producto de una invitación del Gobierno o del partido. Pero la URSS puede vivir con estos equívocos protocolarios sin ningún problema, como sucedió ya cuando Leónidas Breznev aún no era jefe del Estado -y solamente secretario general del partido-, lo que no le impidió negociar y firmar con Estados Unidos los primeros acuerdos SALT, sobre limitación de armas estratégicas.

Según algunos observadores, la lentitud en el nombramiento del jefe del Estado obedece a que los breznevianos no quieren que Andropov se haga con todo el poder, ocupando también la jefatura del Estado pocos meses después de ser designado secretario general del partido. Breznev tardó trece años en lograr algo así.

El ascenso formal de Gromiko se cataliza así, en cualquier caso, en dos interpretaciones: una, el desfallecimiento o cerco de Andropov; otra, la retirada del propio Gromiko. Ninguna de las dos suposiciones es incongruente. El fantasma de la mala salud de Breznev duró casi veinte años, hasta que, al final, se produjo su muerte: siempre se gana cuando se apuesta a favor de la biología y se tiene tiempo para esperar. Aparece ahora el de la enfermedad de Andropov, que se sitúa en los elementos clásicos: la observación de sus fotografías, algunas ausencias y los relatos de visitantes extranjeros. La congruencia del suceso está en que tiene realmente 69 años de una vida sometida a la alta presión de la política. Sería entonces su puntal o su guardián Gromiko, quien, a su vez, tiene 74 años, aunque posea alguna cualidad biológica que le hace parecer eternamente igual. De esta edad se deriva el segundo rumor: Gromiko ya no tendría el dinamismo ni el riesgo sanguíneo suficientes como para continuar dirigiendo la política exterior del país como lo hace desde 1957. Sería entonces un ascenso honorífico, una despedida hacia arriba. Y le sustituiría Dobrinin, desde hace tiempo embajador en Estados Unidos. Un hombre, efectivamente, ideal para el tipo de diplomacia presente. El hecho de que Moscú haya anunciado que Gromiko va a continuar con la cartera de Asuntos Exteriores acumulada a la vicepresidencia no tiene por qué ser tenido en cuenta.

La verosimilitud de cualquiera de las suposiciones apuntadas revela el verdadero mal de la URSS: su incapacidad para salir de un sistema cerrado y de unos cuantos nombres y el triunfo de la nomenklatura. En el fondo es completamente indiferente la sustitución de unos por otros si los hombres están moldeados de una misma manera y con un mismo metal. La gerontocracia ha llevado a la URSS al inmovilismo y la esclerosis. Es una enfermedad colectiva de un partido, de una clase política incapaz de renovarse, cuando renovarse significa renunciar a dogmas, examinar verdades que han dejado de serlo, acomodar la política a la realidad de unos hechos continuamente cambiantes. Más que la anécdota Gromiko, sea cual sea su desenlace, importa esa circunstancia mayor de la muerte natural que no sólo afecta a un individuo, sino a toda una clase política. La Unión Soviética no es diferente en eso al resto del mundo, y como el resto del mundo, está sometida a tensiones internas que pueden ser anuncios del cambio. El ascenso de Andropov ha consagrado el poder de la policía política y del militarismo por encima de todos los ideales perdidos de la revolución. El ascenso de Gromiko resulta paradójicamente la prueba flagrante de la inmovilidad profunda del poder en la Unión Soviética.

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