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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cataluña con C de cultura

Resulta paradójico que Cataluña la culta ande siempre traumatizada por la cuestión cultural. Y es que, a este respecto, somos una fórmula algebraica. Cataluña=cultura, podríamos decir; del mismo modo que añadiríamos: España versus cultura. Por estas latitudes catalanas nuestras, todos tenemos la idea de que el poder en España ha sido secularmente perseguidor de la cultura y que Cataluña ha sido siempre su mayor víctima. No tan taxativos, pero vaya. En Cataluña lo creemos así, no sólo los catalanes sino los llegados de fuera. Algunos de estos últimos reconocen que en sus lugares de origen ya sabían que Cataluña era un país culto, el más culto de España, dicen, entendiendo por cultura la que se adquiere pedagógicamente y que tiene como base el alfabeto.Yo estoy de acuerdo en lo de esta supremacía cultural catalana; mejor aún: en esta chaladura por la cultura que tiene Cataluña y que es lo que le da la supremacía; eso sí, sin caer en el error en que han caído algunos comisarios culturales catalanes de aseverar, por ejemplo, que el inmigrante andaluz llega a Cataluña sin cultura, confundiendo la cultura antropológica con la alfabetización.

La cultura puede tener igual protagonismo en Barcelona que en Madrid. Incluso, en otras capitales. Pero en Cataluña, es toda su red de ciudades, barrios y pueblos la estremecida culturalmente. No hay rincón catalán que en mayor o menor medida no tenga unos habitantes auspiciando la cultura por medio de conferencias, de una revistilla local, de un ateneíllo donde la culturización es la meta. En el resto de la Península parece que esto no es así. Sin querer ofender aventurando esta hipótesis.

Lo que queríamos decir con lo divagado, es que mientras la cultura en Cataluña anda bien, la cultura catalana, no. Y si afináramos más, podríamos añadir que la cultura catalana, sí, pero la cultura en catalán, no. Y ahí radica el quid de la cuestión de las eternas disquisiciones y hasta rencillas en esta Cataluña que algunos han apellidado dura y difícil, porque se sienten como no admitidos culturalmente, pese a su tiempo en ella, a causa de su affaire castellano. Yo aún osaría añadir que la cultura antropológica anda bien y la alfabética no, con toda la destroza que la homogeneización universal le está haciendo a este tipo de cultura.

Quizá, la cultura que se ha desarrollado en Cataluña, sea del signo lingüístico que sea, sea la amplia y total cultura catalana. Cuesta admitirlo así, pero, parodiando a Vázquez Montalbán, puede que tengamos que darle cierta patente a una cultura mestiza. Escritores catalanes cuya lengua ortológica es la catalana y la ortográfica la castellana, escritores inmigrantes con su castellano catalanizado, periodistas que no pueden pronunciarse en catalán porque no hay suficiente papel donde escribir en su idioma, cineastas que filmaron en catalán y pronunciaron en castellano, maestros de sudoroso reciclaje catalán y tantos otros espectros más o menos individuales que ahora no se me ocurren, sueñan con su puesto al sol en una tierra que también es suya. Entendemos perfectamente que dar cabida a una cultura catalana en castellano cuando la cultura en catalán está en auténtico peligro es suicida, pero... curiosamente, cuando ando pergreñando este artículo, aparece otro de Román Gubern incidiendo también sobre esta circunstancia de cultura catalana o cultura en Cataluña, y yo diría que intentando cerrar elegante y humanamente la boca de ésta tenaza. Entre otras cosas pregunta que si Marsé y yo no somos novelistas catalanes, ¿de dónde somos? Por mi parte puedo contestar que si no lo soy de aquí, de ninguna parte, y que en Madrid siempre te han llamado escritor catalán, negándote el pan y la sal por este motivo.

Cuando presenté El altres catalans en un acto del Fórum Bergés con los escritores catalanes y en catalán que sacaban libro, aquel año, yo cité un fragmento de mi libro que Censura había quitado y que no solamente despertó el aplauso de los asistentes, sino el cerco agobiante de la policía durante una semana. "Hoy todavía existe una cultura catalana (estábamos en el año 1964) y, lo que es mejor, una lucha por sostenerla, una lucha que no ha decaído pese a las celadas que se le han tendido. Y, aunque tenga que ser en castellano, existe la obligación de introducir esta cultura catalana en los barrios bajos y extremos de las clases migratorias". La frase encierra cierto contrasentido,. pero hoy parte de la política municipal que se hace en barrios, revitalizando nuestras fiestas y tradiciones populares, se hace al alimón: castellano-catalán, catalán-castellano. Quizá, yo pensaba en una labor informativa de lo catalán, aunque fuera en castellano. Y quizá en algo más sutil que ahora no sabría explicar.

Yo soy un tipo a quien el sentimentalismo le pierde, pues, por entender, lo entiendes todo, siendo incapaz entonces de fanatizarte por algo en concreto y despreciar todo lo que no sea aquello. Entiendes que si una cultura cuya invasión foránea rebasa el 15% está perdida, imaginen aquí, que se ha llegado al 40% y 50%; sabes también del peligro que representa para la frágil lengua catalana la americanización castellanoparlante de los audiovisuales; comprendes muchas cosas, entre ellas las posturas radicales ante este panorama, como también se te alcanzan las quejas de la inmigración, a quienes las recuperaciones culturales no les son suficientes, al menos en la cabida de las ilusiones que habían puesto en todo lo concerniente al avance de lo catalán, ya que la demagogia les había hecho creer que la autonomía, el Estatuto y la Generalitat iban a ser la panacea de todos sus males. Y hoy vuelven a sonar voces discordantes por todos los lados.

Hace poco, en la presentación de Joan Saura a la alcaldía de L'Hospitalet, al oírle hablar en catalán, algunos gritaron: "¡En castellano, en castellano!".' Silbidos y aplausos se entrecruzaron. Saura siguió impertérrito en catalán y después supo explicar su derecho a hablar en su lengua y la obligación moral de los otros de entenderla. Lo hizo sin agresividad y aleccionando, y la paz volvió a la fiesta. Pero también es verdad que en Pomar, barrio de antiguos barraquistas de la inmigración, las mujeres se me quejaban de que sus hijos son catalanes, quieren aprender el catalán y no hay, maestros de catalán. Cataluña, que cuando el franquismo, y en la lucha por su recuperación, parecía cuidar todos los flancos, descuidó lo de los maestros. La carrera de maestro no era lucrativa y los catalanes no estudiaban para maestros. Hoy hay más maestros castellanoparlantes que catalanoparlantes en Cataluña, y aunque andan reciclándose, yo he oído de quien se queja porque le suspendieron o querían suspender a causa de su acento... Advirtiendo que nunca un maestro reciclado pondrá tanta devoción en la enseñanza del catalán como un maestro ya catalán.

El tema de las dos Cataluñas que todos queremos que sea una es abigarrado y desbordante. Queden aquí apuntados unos esquemas o líneas de discusión. Con todas las obstinaciones que las posturas requieren, se navega por este doble callejón de cultura en catalán y cultura en Cataluña. La inmigración empezó a remitir en el año 1966 y se estancó en 1973. Incluso ahora, muchos vuelven a sus tierras. Si no se reproduce este fenómeno de la inmigración y todo parece indicar que no se reproducirá, tal vez se alcance la normalidad catalana, esa normalidad que uno aboga por que acabe convirtiéndose en naturalidad, una naturalidad en la que nada rechine y no haya el menor vestigio de crispación y traumatización por parte de nadie...

Francisco Candel es escritor.

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