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La lección de gramática de Salvador Fernández

La muerte de Salvador Fernandez Ramírez nos deja sin otro de nuestros grandes maestros. La modestia ejemplar que, durante toda su vida activa, ocultó a los ojos del hombre de la calle el relieve de esta figura de nuestra filología, se prolongó en el silencio de los años de retiro, cuando ya le habían abandonado las fuerzas para continuar la inmensa obra emprendida.Pero ya es tiempo de que los españoles sepan que Salvador Fernández Ramírez era un gramático excepcional y uno de los que con más profundidad, rigor y finura han estudiado la estructura de nuestra lengua. El magisterio de Meriéndez Pidal dirigió sus primeras tareas y dejó para siempre en su quehacer científico la marca de seriedad y plucritud propia de la escuela. La admiración hacia la calidad de la obra se une en mí al afecto hacia la calidad humana del sabio: afecto heredado, pues don Salvador había sido, en, sus años de juventud, fraternal amigo de mi padre.

Precisamente, la obra maestra de Fernández Ramírez, la Gramática española, tuvo una etapa germinal en los primeros años treinta, cuando él y mi padre proyectaron la ambiciosa empresa de componer una gramática del español contemporáneo sobre la base del uso literario de nuestro siglo. La muerte de mi padre, en 1933, deshizo el proyecto cuando apenas se había iniciado el acopio de materiales.

Sin embargo, la idea de trazar una nueva gramática no abandonó la mente de Fernández Ramírez, y en ella trabajó con ahínco en años muy difíciles para él y para los españoles. Con las casi 100.000 fichas de textos recogidas íntegramente por él, elaboró el primer tomo de su obra: Los sonidos, el nombre y el pronombre, publicado en 1951: annus mirabilis en la historia de nuestra grámática, pues en él apareció también la Gramática estructural, de Emilio Alarcos Llorach.

La importancia de la obra de Fernández Ramírez es triple. Por una parte, es una gramática sincrónica: enfoca su atención en la lengua de nuestro siglo, rompiendo con el acronismo que, en general, había caracterizado a la gramática tradicional, y buscando una dimensión complementaria a la tendencia historicista cultivada tan brillantemente por Menéndez Pidal y el sector más destacado de su escuela. Por otra parte, es un estudio desarrollado exclusivamente sobre testimonios de uso: literarios en su inmensa mayoría, orales en muy pequeña parte, y en ningún caso inventados por el autor. En tercer lugar, es una gramática elaborada con un criterio rigurosamente científico, en que la pretensión de objetividad prima decididamente sobre cualquier tentación purista o normativista.

Alimentado en la mejor lingüística de su tiempo, el libro ostenta en su momento una modernidad que admiró a todos los estudiosos. Hoy, algunos de esos puntos de partida han quedado aparentemente superados por modas posteriores, lo que -unido a la actual rareza de la obra, agotada hace muchos años- ha dado lugar a un cierto olvido, ligeramente propiciado por el aire de superioridad con que la han mirado algunos lingüistas à la page.

Trabajos posteriores -elegido académico, colaboré en el Diccionario histórico de la lengua española y en el Esbozo de una nueva gramática, de la Academia Española- apartaron a Fernández Ramírez de la continuación y culminación de esta obra, que nació magistral, y que se truncó en su camino de ser la mejor gramática del español del siglo XX. Su amor a la perfección -el perfeccionismo que algunos se atrevían a censurarle, en un pais donde lo que sobra es el chapucerismo- fue una de sus grandes virtudes, pero fue también un obstáculo grave -entre tantos como le abrumaron- en la conclusión de la obra monumental.

Ojalá los lingüistas de habla española recordemos su lección.

Manuel Seco es miembro de la Real Academia Española.

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