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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las bibliotecas públicas, ¿una cultura imposible?

El pensamiento español ha sido muy tacaño con este problema crucial de la cultura y de la ciencia y, por consiguiente, del ser de un país. La pieza maestra de esta escasa aportación la pronunció José Ortega y Gasset en el discurso inaugural del II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografia, celebrado en Madrid en mayo de 1935. En esta intervención memorable, que tituló Misión del bibliotecario, el filósofo español trazó magistralmente los hitos históricos de la profesión bibliotecaria, y anticipó certeramente el diagnóstico de su evolución posterior al definir la función docente y documentaria que habría de desempeñar en los tiempos actuales. Efectivamente, las ciencias de la información y de la documentación modernamente desarrolladas han tipificado al bibliotecario como una profesión pedagógica, de orientación y asesoramiento, es decir, de apoyo a la difusión de conocimientos.Advirtió Ortega: "La economía, la técnica, facilidades que el hombre inventa, le han puesto hoy cerco y amenazan estrangularle. Las ciencias, al engrosar fabulosamente y multiplicarse y especializarse, rebasan las capacidades de adquisición que el hombre posee, y le acongojan y oprimen como plagas de la naturaleza"... "Tendrá el bibliotecario del porvenir que dirigir al lector y ser el médico, el higienista de sus lecturas" ... "Su misión habrá de ser, no como hasta aquí, la simple administración de la cosa libro, sino el ajuste, la mise au point de la función vital que es el libro". No podemos glosar aquí otras importantes ideas vertidas entonces, en la que, sin duda, fue la gran oportunidad de las bibliotecas de España.

Por lo que se refiere a las iniciativas oficiales en favor de crear un sistema bibliotecario, todavía inexistente, hay que remontarse curiosamente a los años de la guerra civil para encontrar, al menos, un atisbo de concepción bibliotecaria. Concretamente fue Sainz Rodríguez el que creó la Dirección General de Bibliotecas a instancias de Javier Lasso de la Vega. Lamentablemente, aquella incipiente acción fue cortada al dejar S ainz Rodríguez el Ministerio. Las excepciones, come, la red de bibliotecas populares de la Generalitat de Cataluña, inspiradas por Eugenio d'Ors con anterioridad, confirman la regla histórica.

La crisis política

La crisis bibliotecaria no puede separarse de la crisis política y de sus repercusiones culturales en la España de las décadas posteriores, ni de la crisis generada por la tardía industrialización española, en la que se producen mutaciones sensibles, desvitalizando la actividad rural y creando ciudades artificiales, infradotadas incluso de servicios básicos. Los propios círculos culturales y otras entidades privadas, aún limitadas a grupos y clases altas, perdieron la pujanza de antaño. Ni los ateneos resistieron el impacto de la cultura de masas naciente, ajena, en el fondo y en la forma, a la biblioteca, a la lectura en profundidad. Los aspectos de esta transformación-extensión de los servicios educativos nos llevaría a otros sectores y problemas.

No faltaron respuestas. Pero pocas fueron acertadas y éstas su frieron avatares muy diversos. Por ejemplo, la interrupción, por la contienda civil, de las misiones pedagógicas,de la Segunda República, acabó con una, relevante promoción cultural en núcleos rurales y en poblaciones pequeñas. Posteriormente, iniciativas aisladas, como la de la Sección Femenina, que las imitó con sus cátedras ambulantes, tampoco alcanzaron la penetración y la extensión deseables. La cultura por la lectura no podía promoverse en una sociedad como la de entonces, y menos con el sistema educativo implantado. Y el desarrollismo siguiente reforzó todavía más esa impenitencia lectora, en favor de una cultura superficial y consumística.

En 1953 se había creado la Comisaría de Extensión Cultural integrada por los servicios técnicos de medios audiovisuales, medios auditivos, lecturas educativas, etcétera, del Ministerio de Educación. Incluso organizó una biblioteca de iniciación cultural, que enviaba libros por correo. Pero su iñcidencia real fue mínima, careciendo además de la coordinación con otros ministerios e instituciones. El de Trabajo organizó campañas socioculturales con su Programa de Promoción Obrera (PPO), llamado en la actualidad INEM (Instituto Nacional de Empleo), y cursos de Formación Intensiva Profesional (FIP). Este Ministerio mantuvo una especie de préstamos por correo de libros de estudio en la Escuela de Capacitación de Madrid. Incluso el Ministerio de Agricultura, a través de Extensión Agraria, pretendió cambiar la mentalidad campesina en orden a una mejor utilización de sus conocimientos, recursos y técnicas de explotación.

El nacimiento del 'teleclub'

La Dirección General de Cultura Popular creó a finales de los sesenta el teleclub, que estaba dotado de una discreta colección de libros, pero obviamente esta fórmula no podía tampoco dar mucho de sí, desarraigada, como todas las anteriores y las posteriores, de una adecuada coordinación, y en la que faltaba la conexión pedagógica con las fuerzas ínstitucionales, económicas y sociales de la cultura. En cuanto a la creación de bibliotecas propiamente dichas, la política de aquellos años, que en poco o nada ha variado, siguió s iendo la de ir goteando alguna que otra nueva, como consecuencia de la falta de dotación presupuestaria, agravada por unas directrices administrativas ineficaces, al depender cada nueva biblioteca de la concurrencia de iniciativas de la Administración central-provincial (los centros coordinadores de bibliotecas) y la propia Administración local. La quiebra continua a la que se ha castigado esta fórmula la hacía especialmente inoperante. Por otro lado, y esto es lo verdaderamente importante, se mantenía y mantiene la estructura rutinaria y memorística de la enseñanza, sin promover el uso y la consulta bibliotecaria como práctica ineludible de todo aprendizaje.

La versión más reciente de la cortedad y miopía oficiales la hemos tenido en las campañas de promoción del libro llevadas a cabo en los pasados años por el Ministerio de Cultura, consistentes en donaciones de una biblioteca literaria-básica a clubes, centros culturales, asociaciones y otras entidades peticionarias, pero en las que no se tenía en cuenta que toda circulación del libro y toda iniciativa que se proyecta a la calle no puede carecer del soporte institucional y sistemático que las haría plenamente rentables y beneficiosas, es decir, del lugar apropiado y de los profesionales competentes, como tantas veces ha repetido Javier Lasso de la Vega. Sin esto, es casi imposible evitar las arbitrariedades personales y administrativas.

Francisco Javier Bernal es profesor encargado de Estructura de la Información Periodística en la Universidad Complutense.

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