La crisis del desarme
EL EMBARAZO de Reagan ante el deterioro de su política de firmeza es creciente. En su última conferencia de Prensa, su lenguaje ha ido más allá de lo permitido en las habituales contradicciones políticas, para convertirse en un marasmo en el que rearme y desarme han perdido su sentido original. Ante la necesidad de explicar las presiones interiores y exteriores para que progrese en la negociación con la URSS y en una entrevista personal con Andropov, se ha enredado en afirmaciones antagónicas. A Reagan le han sorprendido dos grandes sucesos de la política mundial: el ascenso de Andropov y las elecciones en la República Federal de Alemania, en las que el tema del rearme se ha convertido en argumento capital.Andropov no ha traído una política distinta de la de Breznev. La URSS tiene muy poca ductilidad para cambios radicales, y ni siquiera sabe ver su conveniencia. Pero ha traído la voracidad, la ansiedad, la urgencia de quien llega por primera vez -y última- a un puesto histórico. Aporta una dinámica, quizá un estilo. Y aporta algo más de lo que se podía sospechar: un pretexto para que los países occidentales y la oposición a Reagan en Estados Unidos -dentro y fuera de su partido y en la opinión pública- acepten la existencia de algo nuevo. En Alemania Occidental se ha marcado la pauta con la velocísima visita del candidato socialdemócrata Vogel a Moscú y con la recepción por el canciller y candidato democristiano Khol al ministro de Asuntos Exteriores soviético, Gromiko. Vogel capitaliza un pacifismo de fondo, serio y moderado, que va mucho más allá de las manifestaciones o de las protestas exóticas. Kohl se ha dado cuenta del riesgo y no quiere quedarse atrás. Aunque el vocabulario y aun las posiciones de los dos partidos sean distintos, nadie quiere perder esa carrera.
A Reagan -a juzgar por sus reacciones- le ha cogido desprevenido esta situación. Su primera respuesta -disfrazada inútilmente de dimisión- es la destitución de Rostow, director de la Agencia de Control de Armas y de Desarme de Estados Unidos y encargado directo de las negociaciones con la Unión Soviética. La explicación malévola ha saltado a los periódicos de Estados Unidos: Rostow estaba haciéndolo demasiado bien. Este alto funcionario, sin ninguna duda en su biografía y en su actividad en cuanto a su dureza frente a la Unión Soviética, podría haber creído demasiado en su misión y estar a punto de conseguir acuerdos sustanciales con la URSS. Algunas de sus despechadas palabras, después de la caída, aluden a la enemistad que le profesan quienes "no quieren ninguna clase de acuerdo con la Unión Soviética". Reagan aparece, con esta interpretación, como culpable de haber iniciado las negociaciones con la URSS únicamente para entretener a sus aliados. La dimisión de Rostow se une a la de Richard Starr, delegado de Estados Unidos en la Conferencia sobre Reducción Mutua de Fuerzas Convencionales en Europa (MBFR), que se celebra en Viena, el cual se había manifestado demasiado optimista -para el gusto del presidente- acerca de la posibilidad de llegar a un acuerdo. Es evidente, desde su campaña electoral, que Reagan viene apoyándose en la firmeza, en el rearme y en la denuncia de la URSS como peligro inminente para la paz mundial para llevar a sus aliados al tipo de unidad clásica en los momentos de riesgo. Pero el panorama que trata de presentar es demasiado simplista. La oposición a cualquier intento de expansión de la URSS es imprescindible; pero un exceso de defensa puede producir un resultado más arriesgado que una política de conciliación que incluya una definición de límites en la tolerancia al adversario.
Reagan pasa un calvario en estos días. La ofensiva de los medios de expresión, el pesimismo de sus colaboradores, la retirada de sus aliados, no se limita a la cuestión del desarme y a las relaciones internacionales. Otras destituciones (Drew L. Lewis, secretario de Transportes, y Schweiker, secretario de Salud y de Servicios Humanos) dibujan una crisis en la Casa Blanca.
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