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'Currito de la Cruz', presentado en el festival sevillano con cornetas y tambores

ENVIADO ESPECIALDentro del ciclo Andalucía en el Cine se ha presentado en el local oficial del festival de Sevilla, la versión cinematográfica de Currito de la Cruz que el propio Alejandro Pérez Lugín, autor de la novela, dirigió en 1925. Para acompañar las imágenes mudas de esta versión, el III Festival Internacional de Cine de Sevilla contrató a una banda de cornetas y tambores.

Junto al trabajo de un pianista, la banda ilustró las secuencias de esta curiosa película que no pasará a la historia del cine por su calidad aunque sí por su significación sociológica, tal como demostró el público sevillano que, por primera vez, abatrotó la sala de proyección reconociendo en cada momento de la película las calles y lugares retratados en su época.

Incluso se cantó una saeta en el momento en el que la película hacía un reportaje sobre las procesiones de la Semana Santa sevillana. Un éxito que debe ilustrar a los organizadores del festival sobre la necesidad de hacer conectar sus manifestaciones públicas con el peculiar carácter de los espectadores de Sevilla. Una ciudad siempre dispuesta a celebrar con entusiasmo cualquier festejo colectivo no puede quedar al margen de una manifestación cinematográfica, a menos que sus organizadores no hayan sabido invitarles a la convocatoria.

La auténtica sorpresa ha sido protagonizada por la película española Fredy el croupier, primera obra de Alvaro Sáenz de Heredia que, en clave de cine de aventuras, relata con humor y una admirable habilidad técnica, muy superior a la de cualquier otro joven cineasta, las extrañas aventuras del hijo del dueño de un casino clandestino de Madrid, empeñado en vengar la muerte de su padre a base de engañar en el juego a sus más expertos adversarios. Aunque la película tiene momentos ingenuos o de cierta torpeza, logra captar la atención del espectador y ello, sin ofrecer una historia, que, sobre el papel, tenga excesivo interés, lo que es una prueba más de que estamos ante un autor valioso que puede llegar a realizar películas claramente notables.

Es lamentable que, tras el esfuerzo realizado para proyectar en Sevilla algunas de las películas que más han destacado en los festivales internacionales de 1982, se exhiban prácticamente sólo ante los invitados extranjeros que en la ciudad se han convocado. Ocurre en casi todas las sesiones, aunque algunas de ellas vengan precedidas de premios o de estímulos teóricamente suficientes.

Por ejemplo, El marqués del Grillo, de Mario Monicelli, que valió a Alberto Soridi un premio de interpetación en el Festival de Berlín de hace un año. Su divertida anécdota -un noble romano del siglo XVII que forma parte de la cámara secreta del Papa y que utiliza a un simple carbonero, en función de su parecido físico, para sustituirle en sus compromisos políticos- tiene todos los elementos para convertirse en un filme popular.

Es más comprensible que títulos tan mediocres como Borotalco del italiano Carlo Verdone pasen desapercibidos aunque hayan contado también con algún premio en un festival internacional; en este caso, el de interpretación de Montreal.

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