El idioma de un gran poeta
En el amplio y admirable repertorio del Teatre Lliure de Barcelona, que ha conseguido en menos de seis años crear un estilo propio de hacer teatro, la obra Primera historia de Esther, de Salvador Espriu, no es de las mejores, o, por lo menos, no es de las más fácilmente exportables. El Lliure muestra su estática, su cuidada interpretación, su buen acabado del producto: pero lo subordina todo a un texto cuyas bellezas se pierden en gran parte para quien no conozca muy a fondo el idioma catalán. Lluis Pasqual, director de esta obra, no vacila en anotar el programa diciendo que es intraducible. Una condición propia de los grandes textos poéticos. Queda, entonces, para el espectador de otro idioma una parte reducida de lo que oye: una musicalidad, una tonalidad, una belleza prosódica, sobre todo en los personajes cuyo papel permite más esa clase de solo -la canción de Inma Colomer (Esther), el monólogo de Lluis Homar (Amán)-; queda el seguimiento de la acción. No me siento capacitado para hacer una crítica completa de la obra, privado como lo estoy de entrar en esta profundidad de lenguaje en que se basa ("La riqueza del lenguaje, de difícil comprensión incluso para un catalán...", dice Lluis Pasqual), corno no sea hacer la crítica de mi propia torpeza o ignorancia al quedarme fuera de lo que oigo.La acción que se relata es la de Esther: judía, casada con el rey Asuero de los persos, invierte la situación por la que se persigue a los judíos, logra que el rey de muerte a su ministro Amán -instigador de las persecuciones- y ponga en su lugar al judío Mardoqueo. Espriu acude a dos planos de representación, o incluso a tres, para desarrollar la historia. Un plano sería la introducción de un ciego narrador, a veces salmodiante, que relata el principio, el final de la obra, y subraya algunos de sus momentos. El segundo plano es el de los vecinos del pueblo de Sinera: un pueblo del Mediterráneo catalán que Espriu ha utilizado más de una vez para realizar un ejercicio literario que le es grato: un sincretismo entre los grandes mitos universales y un elemento popular, cotidiano. Es ese pueblo, o parte de él, el que realiza -tercer plano- la representación de la historia de Esther y el rey Asuero; naturalmente, con las torpezas, las exageraciones, las intromisiones de acciones ajenas con que se suelen representar ciertos dramas rituales en los pueblos.
Primera historia d'Esther, de Salvador Espriu
Intérpretes, Teatre Lliure de Barcelona, con Rafael Anglada, Francese Balcells, Montserrat Carulla, Josep M. Casanovas, Inma Colomer, Vicenç M. Domenech, Teresa Estrada, Joan Ferrer, Lluis Homar, Quim Lecina, Anna Lizarán, Rafael Lladá, Carme Periano, Domenee Rafols, Domenec Reixach, Antoni Rovira, Antoni Sevilla, Carlota Soldevilla. Música de J. del. A rrizabalaga. Decorado y figurines de Fabià Puigserver. Dirección, Lluis Pasqual. Estreno, Sala Olimpia. Madrid, 16 de noviembre.
Por encima de la parodia
Primera historia de Esther toma así un rango irónico-profundo, sin ser exactamente una parodia: está por encima de la facilidad de ese género. El triple fondo le da más densidad, más juego, más posibilidades. Escrita esta obra en 1948, no puede extrañar todo lo que hay en ella de Bertold Brecht en cuanto a la situación entre el relato y el espectador, de una serie de intermediarios ostensibles y de una interpretación indirecta; y de la introducción continua de moralejas. Se sabe que en España el deslumbramiento de Brecht -como por otros grandes inventores de teatro- ha hecho grandes destrozos, por su servilismo y su mala imitación. No es el caso de Salvador Espriu, en quien la separación o conjunción de planos se hace con naturalidad.Fabia Puigserver ha creado un espacio limpio y bien iluminado, unos figurines adecuados a la parte bufa de la obra; y Lluis Pasqual ha ejercido una vez más su calidad de dirección; pero ni uno ni otro han querido sobrecargar con invención y creación propia el valor del texto. La interpretación, como queda dicho, es sencillamente correcta. Y la música, de José María Arrizabalaga -compositor habitual del Lliure- tiene su calidad de siempre. Han respetado al máximo el texto, la invención del autor; desgraciadamente, eso texto no fácilmente asequible para espectadores de otro idioma, que, sin embargo, calaron su profundidad, prestaron toda la atención que les era posible y premiaron con sus aplausos, al mismo tiempo que a la personalidad del gran poeta Salvador Espriu, el historial del Lliure, siempre querido y admirado en Madrid.
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