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Están ahí porque ellos se pasan por todos nosotros

Era cosa de prepararse. Fumarse cuatro o cinco porros unas dos horas antes. Llegar al lejano estadio a orillas del Manzanares, que hoy parece ungido de una gracia especial. Las riadas de gente siguen arrastrándonos hacia la puerta ¿verde? ¡bien!, ¿amarilla? ¡escala, escala! (Y aplausos por lograrlo, no todos van a entrar pagando). Todavía hace calor, de modo que acabas la botella de Dyc, aunque parece que anteayer registraron poco. Hoy menos "¡Hosti, tú! ¡Si lo sé, me traigo el casete!" Además, resulta un poco ofensivo. La gente hoy es peligrosa, ¡toda! Como también es cierto que lo único que se ve sobre el césped son gentes algo sobrecogidas por el entorno y por ese escenario bestial y precioso como de niño de colegio malo y brillante.Un duro látigo para economías dependientes

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Pero pocos niños de colegio, que las 2.000 pesetas son un duro látigo para economías dependientes. Pero, a cambio -¡cómo es el mundo!-, veo a otros que ya se lo saben y te da cierta envidia cuando comentan que hoy no habrá lluvia, ni habrá rayos, ni habrá truenos. "Pero hoy hace más fresco y la música será mejor. ¿Qué tío canta bien cuando le están regando?", pero él va a verlo dos veces. Es la ventaja del pudiente. Da igual, porque tú te pones ciego de ron, ron, ron, y coca-cola. La música suena y las mujeres son de infarto.

Y de pronto... "¡El mejor grupo de Estados Unidos! ¡La J. Geils Band!" Y es que los Stones son así, éstos son sus teloneros, ellos, los amables jefes de la tribu. Suyo es el poder.

La J. Geils Band no es que sea buena, es que puedes morirte de cómo es. El cantante salta y se mete con Reagan, canta de miedo, y le da de escobazos al bajo con un ramo de flores. El armónica es de alucinar. "¡Ya te lo he dicho!" Y todo es muy bonito y te mueves y sudas la gota inmensa. El descanso se hace demasiado largo, pero ya se sabe que la paella sabe mejor cuando se la espera, y ahora podemos aprovechar para liar pitillos y descansar un poco. Pero ya es de noche, y se ve volar una nube inmensa de globos verdes y blancos -"los del miércoles eran amarillos, naranjas y rojos"-, y suena el jazz y se abre una boca en el escenario. ¡Y salen ellos tocando Under my thumb! El comienzo de una ristra de canciones que evocan siempre rebeldía, chulada, sexo, vicio..., pero también sensibilidad y ternura. Porque todos han querido ser niños malos como el que pintó el escenario y como esta gente tan fuerte que lleva así cuarenta años. Y saltan, y dan una caña tan enorme como el escenario, y el tinglado y la gente que te rodea por todas partes agitando miles de manos felices.

Mick, vestido de payaso, haciendo el payaso, resultando impresionante, duro, genial. Un tipo que puede comer de vitaminas y beber litros de agua, pasar la noche en vela, dormir cuatro horas, y luego, llegar aquí y no parar. Como hizo en Rotterdam, en Viena, en París, en Londres, en La Haya, en Munich, en todas partes.

Canción tras canción, va cayendo el tiempo: es el triunfo impresionante de la parte más lúcida de una generación, esa que queremos tener siempre al lado.

Sólo que los Stones son el número uno de todo ello. Los más grandes, los resistentes. Porque además aquello suena de una forma terrible: los saxos, subiendo a las nubes; Keith Richard "lleva la camiseta del otro día". Toca como un ángel roto. Wood también hace el payaso, sólo que lo parece. Y Wymann, quieto, y Watts, allá, a lo lejos.

Esa sensación de dominio, ese saber que hay quienes nunca lo entenderán pero que se rinden a la evidencia de esa boca sensual, de ese cuerpo electrizante... Todo lo que un día hiciste, haces y harás. Son bella gente para encontrar en un vestíbulo. Están ahí porque ellos se pasan por todos nosotros.

Ya han acabado. El cielo se llena de luz y de olor a pólvora. Miras hacia arriba y vuelves a casa. Y todavía el polifacetico Mick Jagger, aquel escenario, tú mismo, tu gente, te bailan en los ojos.

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