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La guerra en el Atlántico sur

"Creen que el Papa es un saltamontes"

Juan Arias

ENVIADO ESPECIALJuan Pablo II hizo ayer quince horas de vuelo para llegar a Buenos Aires, recorriendo 9.594 kilómetros. Salió de Roma a las 10.30 de la noche en un DC 10-30 I-Dyna de la Alitalia que se llama Galileo Galiei. El avión fue examinado antes de salir palmo a palmo por es pecialistas en explosivos del Ejército italiano. Nadie pudo entrar ni salir del avión sin pasar por estrictos controles de seguridad a los que se tuvieron que someter todos los miembros de la tripulación. Con el Papa viajaron su séquito oficial formado por quince personas, entre ellos uno de sus médicos personales, el italiano Buzzonetti. Esta vez no viajó el secretario de Estado, cardenal. Agostino Cassarofi, que se encuentra en Estados Unidos. Por eso el número dos del viaje papal es el sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo español Eduardo Martínez Sómalo. Además del séquito fueron admitidos en vuelo 51 informadores de todos los países, menos los británicos, a quienes el Gobierno argentino les negó el visado. De los periódicos españoles viajaron los enviados de EL PAIS y del Ya..El avión estaba dividido en cuatro zonas. La que normalmente corresponde a la primera clase había sido convertida en una especie de apartamento para el Papa: un dormitorio, tina salita con una mesa y cuatro divanes y un baño. La segunda, dieciocho puestos, quedó como zona vacía para aislar al Papa de posibles molestias. La tercera estaba compuesta de treinta asientos para el séquito del Papa y la policía vaticana. La cuarta, 150 asientos, para los 51 periodistas y las trece azafatas.

La separación entre las dos últimas zonas estuvo vigilada por dos agentes de seguridad inflexibles. El primero que rompió el fuego descorriendo la cortina prohibida fue el mismo Papa, al principio del viaje. Se presentó de repente y dijo: "Buenas noches a todos; duerman bien porque así escribirán mejor". Después fue a saludar a los pilotos: "Por ustedes rezaré para que no se duerman", dijo bromeando. Después, sin cenar, se acostó enseguida.

Durante el vuelo, la zona de la Prensa parecía una redacción de periódico. Se oían, incluso en el corazón de la noche, el tecleteo de las máquinas de escribir. De vez en cuando los flashes de los fotógrafos en busca de imágenes curiosas iluminaban el interior del avión. Los que dormían protestaban de cuando en cuando contra las tertulias entre periodistas. En una de estas participó, a las dos de la madrugada, el sustituto de la Secretaría de Estado, Martínez Sómalo, que vino a saludarnos. Nos confió que el discurso más importante de este viaje es el que pronunciará hoy ante los obispos argentinos y que había sido escrito palabra por palabra por el Papa.

Bromeando sobre el viaje a España dijo que no acababan de ponerse de acuerdo sobre el itinerario. "Algunos piensan", dijo riendo, "que el Papa es un saltamontes". "Aproveche para convertir a estos periodistas laicos", le susurró al oído el director de la sala de Prensa vaticana. Y él respondió: "A mí me basta que cuenten lo que ven objetivamente".

Una de las cosas más delicadas del vuelo papal fue el control de lo que come el Papa. Toda la comida del avión fue vigilada y analizada, pero la de Juan Pablo II aún más. Un médico y un químico la examinaron ante la presencia de los servicios de seguridad de Alitalia.

El Papa desayunó fruta, café con leche y pasteles antes de llegar a Río. Comió antes de llegar a Buenos Aires tortilla francesa de tres huevos, quesos italianos, tomate al horno con pan rallado y setas, compota de manzana, jugo de naranja y un vaso de vino blanco italiano.

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En el aeropuerto de Río, después de doce horas de vuelo, muchos periodistas, mientras el Papa saludaba a obispos y autoridades, aprovecharon para hacer junto al avión ejercicios de yoga. Al salir de Río estaba amaneciendo y el comandante paseó el avión sobre la encantadora bahía de Río.

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