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La decisión norteamericana de fabricar armas químicas aumenta los riesgos para Europa

Soledad Gallego-Díaz

El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, ha autorizado un programa de fabricación de armas químicas, que ya había sido votado por el Congreso en 1980, y que supondrá un gasto aproximado -según cifras de aquellas fechas- de 4.000 millones de dólares (aproximadamente unos 400.000 millones de pesetas). Este nuevo paso en la carrera de armamentos y en el camino de vuelta hacia la guerra fría preocupa en Europa occidental, donde aún se recuerdan dolorosamente los 100.000 muertos y más de un millón de enfermos que causaron las armas químicas; en la primera guerra mundial, pese a que, evidentemente, estaban mucho menos perfeccionadas que las que se pueden producir hoy.

Las autoridades norteamericanas se han apresurado a asegurar que dicho armamento no será almacenado en territorio de sus aliados europeos y que se trata sólo de contrarrestar el creciente poderío soviético en este dominio. Pero existen muchos datos que hacen creer lo contrario. La idea de volver a fabricar intensivamente armas químicas, su eventual emplazamiento en Europa, no ha surgido de un día para otro, aunque hasta ahora ningún presidente de Estados Unidos se decidió a dar el paso.En numerosas ocasiones, el comandante en jefe de las tropas aliadas en Europa, el general norteamericano Bernard W. Rogers, se ha mostrado partidario de modernizar el arsenal químico de la OTAN. El 4 de marzo de 1980, ante la Comisión de Fondos de la Alianza, Rogers afirmó: "Hoy día, el mando aliado, en Europa no posee ninguna capacidad de represalia para disuadir a la Unión Soviética del empleo de armas químicas. Poseemos algunas, pero son viejas, obsoletas tanto desde el punto de vista de su composición como de la munición que la contiene".

En un informe confidencial elaborado aquel mismo año por el Consejo Científico de la Defensa de Estados Unidos (recogido en el raport elaborado por el diputado holandés Klaas de Vries para la sesión de noviembre de 1980 de la Asamblea del Atlántico Norte) se proponía el almacenamiento de nuevas armas químicas en los países aliados, y muy especialmente en el Reino Unido. Desde el punto de vista de los expertos aliados, Gran Bretaña y España poseen características muy similares como "territorio de reserva" y "almacén".)

Más claro aún fue el parlamentario norteamericano Hatfield, contrario al programa de armas químicas, cuando declaró ante sus colegas del Congreso: "Esta decisión no recibiría ningún apoyo si fuera vuestro pueblo y vuestro territorio el eventual escenario de una guerra química. Pero no se trata de Estados Unidos, sino de Europa, y de Alemania muy especialmente, que sería el telón de fondo de un conflicto semejante".

Ataque soviético

Tampoco se puede considerar una casualidad que en 1979 los ejercicios aliados Winter-Cimex (unas maniobras sin soldados que se realizan sólo sobre el papel para comprobar la eficacia de las comunicaciones y la rapidez en la toma de decisiones al más alto nivel) plantearan el hipotético caso de una ataque soviético con armas químicas. La conclusión fue que en un caso así la Alianza sólo podría responder con armas nucleares. Ni que el 7 de agosto de 1980, Estados Unidos enviara a sus aliados un informe reservado, de 125 páginas, explicando el uso de armas químicas de procedencia soviética en Laos y Campuchea.,La justificación del nuevo programa de armas químicas reside en las actividades equivalentes de la Unión Soviética. Según los informes elaborados por Estados Unidos, el Ejército soviético cuenta con una unidad anti armas químicas en cada división de su Ejército, ha equipado sus carros de combate con filtros especiales y ha dedicado más de 100.000 soldados y oficiales a unidades especiales relacionadas con la guerra química.

No está claro, sin embargo, que todas estas medidas "de protección" (que según Washington implican una voluntad de preparar el uso de armas químicas) estén acompañadas de una fabricación intensiva de este tipo de armamento.

Siempre según expertos norteamericanos, la URSS posee unas 350.000 toneladas de armas químicas, lo que supondría la carga de un 25% de sus obuses de artillería el 45% de todos sus cohetes, o el 35% de la carga de su total de bombas. De esas 350.000 toneladas, 50.000, aproximadamente corresponderían al gas de efecto neurológico denominado taboum. Parte de este arsenal ha sido verificado directamente por la URSS en Afganistán.

Actualmente, Estados Unidos estaría en posesión de unas 40.000 toneladas de agentes químicos (en containers o en municiones), que permitirían cargar unas 450.000 toneladas de munición. Casi la mi tad de estas existencias estaría compuesto por dos gases, llamados Sarin y VX, de alto poder neurotóxico.

Sin embargo, uno de los principales expertos en materia de guerra química, el británico Julián Perry Robinson, de la Universidad de Sussex, afirma que "en términos de producción, protección antiquímica y existencias totales de agentes químicos, la impresion general que se obtiene de las publica ciones disponibles es que el Pacto de Varsovia y la OTAN poseen cantidades comparables en el mar co de una guerra química (Chemical weapons. Destruction and conversion. Sipri. 1980). En efecto, no es sólo Estados Unidos quien posee actualmente armas químicas. Más de 10.000 toneladas de un agente tóxico están estacionadas en la RFA (aunque dependen de Washington), y hay también algún armamento de este tipo en el Reino Unido y Bélgica.

Las armas químicas -que no hay que confundir con las biológicas o bacteriológicas- son objeto de una convención internacional firmada en Ginebra (Suiza), el 7 de junio de 1925 (Estados Unidos la ratificó en 1975). Según dicho acuerdo, los países firmantes se comprometen a no emplear ningún tipo de gas, líquido o sólido, que sea asfixiante, tóxico o que produzca efectos similares.

Sin embargo, el protocolo de Ginebra no prohibe ni la fabricación ni el almacenamiento, y la mayor parte de los países firmantes hizo incluir una reserva en el sentido de que el compromiso quedaba automáticamente roto si era objeto de un ataque con armas de este tipo.

Posteriormente, en 1969, y a iniciativa del secretario general U'Thant, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución (sin poder ejecutivo) en la que se afirmaba que el uso militar de cualquier agente químico que pueda tener efecto sobre personas, animales o plantas es contrario a las reglas de Derecho Internacional. U'Thant consideraba las armas químicas tan peligrosas como las nucleares, o incluso peores en algunos aspectos, puesto que afirmaba- su coste es inferior y no se requiere ni alta tecnología ni grandes instalaciones, por lo que su control es muy difícil.

Accidentes

El 14 de mayo de 1969 se produjo, además, un accidente en Estados Unidos. El escape de un producto químico almacenado con fines militares en Dugway (Estado de Utah) provocó la muerte de 6.000 ovejas y contaminó más de veinticinco hectáreas. Para colmo, el uso de agentes defoliantes y de napalm (fósforo) en la guerra de Vietnam provocó una dura reacción en la opinión pública norteamericana. En 1969, el presidente Richard Nixon -que decidió, suprimir las armas biológicas- ordenó también la reducción progresiva del arsenal químico.Peores consecuencias del almacenamiento de armas químicas -o bacteriológicas, nunca se supo- se extrajeron en la Unión Soviética. Según informes norteamericanos, en abril de 1979 tinas doscientas personas murieron en Sverdlovsk (Urales) por culpa de un accidente en un laboratorio militar.

Los riesgos de accidente que llevaron a Nixon a extremar su prudencia respecto a las armas qtiímicas parecen haber disminuido gracias a una nueva técnica: las llamadas armas binarias. Se trata de un proyectil que contiene, en dos cavidades separadas, dos age:ntes químicos inofensivos por sí solos. Cuando el proyectil es lanzado, se rompe la separación y los dos agentes se mezclan, creando, entonces sí, una sustancia altam.ente tóxica (bien sea por sus efectos sobre el aparato respiratorio, o sobre el cerebro y la médula espinal).

Similar a la bomba de neutrones

Curiosamente, las armas químicas ofrecen un punto de similitud con la famosa bomba de neutrones: no producen daños materialeis, al menos en las instalaciones industriales o viviendas (sólo en personas y órganos vivos).Su objetivo parece ser, pues, el campo de batalla o los centros neurálgicos que se desea posteriormente ocupar. Pocas dudas caben entonces sobre su everitual utilización geográfica: Europa, Africa o Asia, pero en ningún caso Estados Unidos. "Puesto que estas armas serían utilizadas en Europa", afirma sin vacilaciones Klaas de Vries, "es capital que los aliados se consulten antes de que se pongan en marcha planes: que supongan el desarrollo de nuevas armas químicas". No parece: sin embargo, que Washington haya sometido previamente su decisión al acuerdo de la OTAN.

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