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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La deuda de Polonia

EL GOLPE militar en Polonia ha justificado su acto de fuerza con las habituales coartadas ideológicas que emplean los enemigos de las libertades en el momento de sofocarlas. Las acusaciones contra Solidaridad son idénticas, en su forma y en su contenido, a las que suelen dirigir los dictadores de todas las latitudes contra sus propios pueblos.El impetuoso y mayoritario movimiento de los trabajadores polacos estaría, según los más desvergonzados portavoces del Consejo Militar de Salvación Nacional, arteramente manipulado por agentes extranjeros o agitadores contrarrevolucionarios. Pero la absurda idea de que millones de hombres y mujeres, protagonistas de un proceso democrático de inusitada amplitud y profundidad, puedan ser instrumentados y engañados por émulos de James Bond o de Pimpinela Escarlata resulta tan inverosímil que los servicios de propaganda del general Jaruzelski también utilizan, alternativamente, el argumento de que Solidaridad no ha medido bien las resistencias de la realidad, ha cruzado la raya de lo factible para exigir lo imposible y ha adoptado posturas intransigentes y provocadoras.

Esa explicación recuerda nuestras viejas prédicas familiares para diferenciar la libertad del libertinaje, para defender de labios afuera la democracia, criticando al tiempo sus excesos, y para realizar la apología del mal menor como estadio intermedio entre el bien imposible y la catástrofe probable. Nada dicen, en cambio, los ideólogos de Jaruzelski acerca del malicioso obstruccionismo del partido comunista polaco a la hora de negociar las razonables reformas propuestas por Walesa ni de la meticulosa preparación del golpe militar, planeado desde hace varias semanas, en el marco de los dispositivos estratégicos del Pacto de Varsovia. La misma combinación de mala fe y falsedades caracteriza la justificación complementaria del golpe de Estado como procedimiento para frenar el deterioro de la economía polaca. Porque sucede que esa desdichada situación es la consecuencia de la desastrosa gestión de Gierek y de los comunistas durante el último decenio. El proceso de industrialización creó una casta de burócratas y administradores que se enriquecieron gracias a la percepción de comisiones ilegales y que despilfarraron los esfuerzos de unos trabajadores escasamente pagados y mantenidos al margen de la adopción de las decisiones. Con independencia de la corrupción administrativa y del parasitismo que carcomen al aparato productivo polaco, una planificación tan arbitrista como incompetente ha enterrado en una industria pesada mastodóntica, incapaz de traducir en producción vendible las enormes inversiones realizadas, una gran parte de los, recursos del país. A la agricultura, en cambio, le fueron negadas las inversiones precisas, con el resultado de que Polonia sólo produce hoy el 50% de los cereales que necesita para su consumo. La producción ganadera ha descendido de forma alarmante ante el temor a la colectivización forzosa y a las entregas obligatorias. La escasez de alimentos se ha intentado remediar con la fabricación de papel moneda, pero lo único que se ha conseguido es una inflación galopante y el atesoramiento de todas las mercancías disponibles -incluidos el papel higiénico y los enchufes- para su empleo en los trueques.

Solidaridad y los intelectuales habían denunciado esas incongruencias, y habían mostrado su buena disposición para pactar un programa de austeridad que incluyera una reforma monetaria, un mayor esfuerzo laboral para elevar la productividad y el descenso de los salarios reales. La única condición que ponían para su colaboración era, lógicamente, la participación en el poder y la garantía de las libertades ya conquistadas. Porque la aplicación de ese plan de estabilización por las mismas autoridades y con los mismos métodos que habían llevado a Polonia a la ruina era asegurar de antemano que los sacrificios de los trabajadores iban a ser despilfarrados en una nueva orgía de incompetencia, corrupción y autoritarismo.

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La construcción de la ineficiente industria pesada polaca ha sido financiada, en gran parte, con créditos occidentales. La deuda exterior de Polonia se acerca en estos momentos a los 27.000 millones de dólares, y antes de concluir 1981 tendría que hacer frente al pago de 2.400 millones de dólares en concepto de amortización e intereses. Los bancos occidentales, vista la situación, habían aceptado ya el aplazamiento de los pagos por amortizaciones. En un alarde de cinismo, las autoridades monetarias de Varsovia han solicitado un nuevo crédito de 350 millones de dólares para pagar precisamente los intereses vencidos. Aunque nadie termina de creerse esa falta absoluta de liquidez y todo el mundo sabe que la Unión Soviética se halla en condiciones de responsabilizarse de esa operación, un deudor de la magnitud de Polonia puede convertirse, paradójicamente, en dueño de sus acreedores. Resulta, así, que la exageración de la quiebra polaca puede conducir a buena parte de los bancos acreedores, especialmente los europeos, a transformar la necesidad en virtud y a endosar la deleznable teoría de que el general Jaruzelski es un normalizador patriota, realista y bienintencionado, y que ha tomado la delantera a la invasión soviética, y que patrocina la única solución que hará posible el pago de la deuda exterior.

Ahora bien, si los países occidentales no condicionan la ayuda económica al régimen polaco -la solidaridad con el pueblo polaco puede instrumentarse a través de la Cruz Roja-, a la desaparición del estado de sitio y al respeto a las libertades políticas y sindicales, su credibilidad quedará mal parada. Es falso que los males económicos de Polonia se deban a Solidaridad; antes por el contrario, el regreso a métodos coercitivos y a una dirección autoritaría de la economía hundirá a Polonia en la quiebra total y le impedirá devolver esos créditos que los bancos occidentales creen a salvo gracias a Jaruzelski. La ayuda a un régimen incapaz de obtener el respaldo de sus ciudádanos encierra, además de los problemas morales derivados del apoyo a un Gobierno represor, el peligro de acrecentar todavía más la deuda con un sistema que ha demostrado ya con creces su ineficiencia. La refinanciación de la deuda exterior polaca no puede hacerse a la sombra de esa miserable coartada que convierte en asunto interno un golpe militar auspiciado por Ja UniónSoviética contra los polacos. Si los banqueros no admiten argumentos morales, pueden, al menos, recordar cómo los arrogantes, incapaces y corruptos planificadores a quienes el general Jaruzelski devolverá el control autoritario de la economía fueron capaces de derrochar miles de millones de dólares en obras tan faraónicas como improductivas.

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