_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Política de bloques y moral internacional

Fernando Savater

Con motivo del golpe bolchemilitar en Polonia, los partidarios de la política de bloques han echado las campanas al vuelo: ¿pacifismo, no alineamiento, desarme ... ? ¡Entreguismo a las zarpas del oso moscovita! Triste repique, a fe. Los otros, por su parte, ponen cara de responsables ante la necesidad histórica y mascullan que Walesa iba demasiado a misa..., como si Breznev no fuese a sitios peores. El argumento de los partidarios de la lógica militar sigue siendo siempre igual de peregrino: si no te alineas, te devoran... los de enfrente. Pero se callan que, si te alineas, te devoran los tuyos. A los polacos no se los están comiendo por neutrales, sino por alineados; si los países europeos del Oeste tienen que dar cuenta de sus ministros comunistas o de sus nacionalizaciones, soportar presiones yanquis y en ciertos casos -como el nuestro- una permanente amenaza golpista, no es precisamente por culpa de nuestra vocación pacifista, sino por los derechos que se consideran sobre nosotros determinados señores. Mientras continúe la política de bloques, las naciones de cada uno son rehenes encadenados por su dueño-protector. Haig no va a pegarse con Moscú para librar a los polacos de sus explotadores "socialistas" (?), sino que va a utilizar el caso de Polonia para reivindicar manos libres en América Latina, Grecia y, quién sabe..., España. La amenaza que pesa sobre nuestro país, sobre su sindicalismo libre, sobre sus reformas efectivas, sobre su capacidad de decidir por sí mismo y contra intereses ajenos es idéntica a la que comprometía desde el primer día el futuro de la experiencia polaca. Jaruzelski y los militares golpistas españoles hablan el mismo lenguaje de falsa salvación patria; los ideólolgos conservadores que se escandalizan desde el alto empresariado ante la política francesa de nacionalizaciones repiten de derecha a izquierda, y no al revés los argumentos del camarada Suslof contra Solidaridad. Y quienes no encuentran mejor razón para sospechar que no todo era "trigo limpio" socialista en Polonia que esgrimir el apoyo a Walesa de Reagan y el Papa (Solidaridad eran diez millones de afiliados en una Europa en la que los sindicatos de masas no suelen pasar del medio millón efectivo de miembros, y gente como Jazek Kuron no es especialmente partidaria del rosario en familia) son simétricos a quienes ven la mano de Moscú o Cuba en cada paso adelante de la democracia española o en los intentos de liberación de Guatemala, El Salvador, etcétera, o a quienes tachan cle agentes de Arafat, a los que denuncian la provocativa y belicista anexión israelí del Golán. La política de bloques no conjura los peligros contra la libertad de cada nación, sino que les señala el color de la bandera y el tenor de la ideología a la que tienen que temer.Por otro lado, aunque desde el mismo punto de vista, no puede haber ningún pacifismo ni movimiento a favor del desarme y contra el militarismo creíble que no parta de una explícita condena de la política imperialista de ambos bloques. Dejar bien claro que las razones que nos llevan a oponernos a la entrada de España en la OTAN están intrínsecamente relacionadas con nuestro rechazo del aplastamiento del sindicalismo libre en Polonia no sólo no es tarea ociosa, sino imprescindible fundamentación de lo que es una opción por la moral internacional contra la política de bloqu.es o no esnada. No puede haber ni táctica ni estrategia que nos impida a los antimilitaristas dejar bien claro que nos son tan repugnantes los cohetes nucleares soviéticos como la bomba de neutrones yanqui, y no puede aceptarse sin más ir codo a codo con quien no lo reconozca programáticamente así. En efecto, hay (los bloques: por un lado, están en un mismo bloque EE UU y la URSS, prepotentes dueños imperialistas y militaristas del mundo; en el otro bloque figuran el resto de los países no satélites, que tratan de escapar a su esfera de influencia o de no caer en ella. La moral internacional es neutral solamente en lo tocante a la política de intereses de ambos bloques; pero ha de ser militante y abiertamente intervencionista en la denuncia de la lógica militar, en la protesta contra la conculcación de libertades y por la defensa de los derechos humanos, en la reivindicación de formas alternativas de convivencia.

Para la política de bloques hay "asuntos internos", a saber, los que no interesan a los bloques esgrimir o los que entran en el cambalache "hoy por ti, mañana por mí" del trato de cada superpotencia con sus respectivos rehenes. Pero la moral internacional aspira a una postura neutral, pero no neutralizada de activa solidaridad con los valores universales maltratados en cada país y en cada latitud. Hay formas pacíficas de injerencia en los asuntos internos, económicas, diplomáticas o de opinión pública, que no solamente son lícitas, sino moralmente imprescindibles. Un antimilitarismo que vaya un poco más allá de sospechosas restricciones al "enemigo principal" debe vincular activamente las exigencias de desarme con el establecimiento inequívoco de estos puntos elementales de moral internacional.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_