La ofensiva de Reagan contra la isla coincide con un difícil momento económico
Las amenazas norteamericanas contra Cuba están a punto de lograr lo contrario de lo que pretendían: que el pueblo acepte nuevos sacrificios económicos para rearmarse frente a un eventual peligro de invasión. Ronald Reagan eligió para la ofensiva verbal uno de los momentos más difíciles de la economía cubana, agobiada por una drástica baja del precio internacional del azúcar, que en un año ha pasado de 33 centavos de dólar por libra a poco más de once centavos. Pero el efecto ha sido el contrario del que se esperaba, según comprobó recientemente un enviado especial de EL PAIS en La Habana.
Fidel Castro ya ha anunciado para fines de año una subida de precios sin que haya asomado un solo intento de protesta. El líder cubano ha manejado tres argumentos: la amenaza imperialista, la disminución de ingresos de divisas por exportaciones de azúcar y la imposibilidad de sostener unos precios de 1963, máxime cuando se han subido los salarios.El Gobierno cubano ha destinado este año, según datos oficiales, 1.352 millones de dólares a gastos de defensa, casi una tercera parte de lo que dedicó a educación, cultura y salud. Este esfuerzo militar supone unos 135 dólares anuales per cápita, el equivalente al salario medio mensual de un obrero no cualificado.
Las cuentas del azúcar las ha explicado Fidel Castro de esta forma: por cada centavo que baja su precio en el mercado internacional Cuba pierde setenta millones de dólares. Significa esto que con la misma cosecha del año pasado el país ingresaría unos 1.500 millones de dólares menos, una tercera parte de sus exportaciones totales. Este cálculo puede ser paliado por una recolección de zafra que se espera más alta.
Este descenso de las divisas va a provocar serias dificultades, admitidas incluso por los dirigentes, ya que un 20% de las importaciones proceden del área del dólar y Fidel Castro ha reconocido que se trata de productos no sustituibles en el bloque comunista.
Resulta sorprendente la naturalidad con la que muchos cubanos aceptan que en medio de esta crisis económica haya que desviar nuevos recursos para la defensa. Y eso justamente cuando los hábitos de consumo empezaban a modificarse en virtud de la subida de salarios y la introducción de algunos elementos típicos de una economía capitalista: incentivos a la producción y mercados de venta libre.
Reconversión salarial
La nueva tabla salarial, que entró en vigor el pasado 1 de julio, fija los sueldos más altos para pilotos de aviones y capitanes de barco, que pueden ganar hasta 75.000 pesetas al mes, en tanto que un ministro debe conformarse con menos de 60.000, la misma cantidad que se asigna a un médico. Otros profesionales perciben entre 45.000 y 55.000 pesetas, el salario mínimo se fija en unas 11.000 pesetas, aunque un obrero cualificado puede llegar hasta las 30.000.
Esta estructura de salarios, que sustituye a la que regía desde 1963, le costará al Estado durante el primer año unos 50.000 millones de pesetas. Por primera vez en Cuba se han introducido las horas extras, las primas por producción y el despido laboral por ineptitud o violaciones a la disciplina laboral y, sobre todo, el principio de "a cada cual según su capacidad y su trabajo...". Taxistas y camareros realizan su trabajo de forma que una vez cumplido éste se convierten de hecho en trabajadores por cuenta propia.
Pero la clase privilegiada, desde que el segundo congreso del partido comunista decidió aplicar esta política económica, es la de los campesinos que tienen tierras en propiedad (un 30% de la tierra sigue en manos privadas). Estos campesinos negocian con el Estado unas cuotas de producción y los excedentes o los artículos no incluidos en el convenio pueden venderlos a precios verdaderamente libres, esto es, astronómicos, en los mercados campesinos, que en un año se han extendido por todo el país.
¿Cómo pueden pagarse tales cantidades con los sueldos descritos? El cubano tiene atención médica y educación gratuitas, el transporte (muy deficiente) tiene precios ridículos, por alquiler de vivienda no paga más de un 10% de su salario, en casi todas las familias trabajan, al menos, dos personas y los alimentos que le ofrece el Estado por la cartilla de racionamiento tienen realmente precios de 1963, de forma que toda la cesta de la compra no le cuesta más de 3.000 pesetas.
Alimentación básica
La cartilla de racionamiento, establecida hace dieciocho años, ha sido una de las medidas económicas más criticadas desde el exterior, auténtico símbolo de la escasez. Es cierto que tiene algunas lagunas importantes y que la falta de variedad produce efectos psicológicos de rechazo. Pero no es menos cierto que ha garantizado una alimentación básica para las clases más pobres.
En los planes primitivos estaba previsto que en el quinquenio 1981-1985 se fuesen retirando artículos de la libreta para desaparecer prácticamente en el próximo. Economistas del sistema opinan que incluso ahora mismo podría desaparecer sin provocar problemas de escasez importantes para quienes perciben sólo el salario mínimo.
Observadores imparciales consideran que los alimentos de la cartilla cubren las necesidades de una persona durante veinte días, sobre todo teniendo en cuenta que más de cuatro millones de cubanos almuerzan en los comedores populares por unas 40 pesetas.
Una vez agotadas las existencias de la cartilla, el cubano tiene tres recursos: el mercado campesino, las tiendas estatales de venta libre y los restaurantes, en los que resulta difícil hacerse un hueco los fines de semana, a menos que se esté dispuesto a guardar interminable cola.
El mercado paralelo está formado por tiendas estatales, en la que se ofrecen determinados artículos (ropa, calzado, televisores, videos) a precios muy elevados que fija la Administración.
Los campesinos son los únicos cubanos que pagan impuestos: unas 3.700 pesetas al mes para ocupar un puesto que les puede proporcionar ingresos de hasta medio millón de pesetas. Los artesanos, que tienen también su mercado libre los sábados por la tarde en la plaza de la Catedral, participan también, aunque en menos escala, de los beneficios de una sociedad que se lanza materialmente sobre cualquier producto que se salga de los patrones oficiales de producción.
Cartilla de racionamiento
La cartilla de racionamiento cubano, establecida en 1963, contempla distintas situaciones familiares (niños, ancianos), pero básicamente incluye los siguientes artículos por persona y mes:
Cinco libras de arroz, cuatro de azúcar, una de mantequilla, media de aceite, media de frijoles, media de guisantes, media de judías, tres latas de leche condensada o evaporada, cien gramos de café, cuatro paquetes de cigarrillos, cuatro puros (sólo para hombres), una lata de tomate, seiscientos gramos de carne, cuatrocientos de pollo, medio kilo de patatas, plátanos y boniatos, cien gramos de cebollas (cuando hay), otro tanto de ajos (cuando hay) y medio kilo de naranjas, que en la práctica sólo se encuentran para los niños.
Los mayores de 65 años tienen una dieta especial de carne, pollo y leche y menores de seis años disponen de un litro diario de leche fresca.
Peor que la escasez de artículos en el mercado (no debe olvidarse que Cuba fue y sigue siendo un país subdesarrollado), es la reducida oferta cultura, en la que no tiene cabida ningún disidente. Un pueblo en el que ha desaparecido el analfabetismo tiene escasas posibilidades de leer algo que escape a las normas oficiales y a una prensa que se ha convertido en medio de propaganda.
Esta ausencia de caminos culturales diferentes ha hecho que la imaginación popular se desborde a veces detrás de fenómenos parareligiosos. En este sentido, ha tenido particular incidencia en la vida de La Habana una supuesta aparición de la Virgen de Regia, el 28 de octubre, frente al malecón. Incluso se han inventado bulos de que un policía disparó contra la aparición y que está ciego desde entonces.
Un funcionario con sentido del humor lo desmentía, diciendo que .ningún soldado se atrevería a disparar contra la Virgen". Y el nuncio apostillaba que "lo mismo pudo ser un submarino".
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