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El aire de la libertad

Juan Cruz

«Es verdad, como pensaba Platón, que no hay ningún viento favorable para quien no sabe a dónde va. Nosotros vivimos intensamente el hoy, pero también estamos planificando una estrategia para el futuro». Con estas palabras definió ayer Graciano García, director de la Fundación Príncipe de Asturias, la actitud de esta entidad ante el objetivo que se ha planteado su presidente, Pedro Masaveu, para llevar adelante el apoyo a la cultura y a la investigación en España desde Asturias.En un discurso pronunciado durante el acto de entrega de los premios Príncipe de Asturias, el director de la citada fundación señaló que ésta tiene proyectados ya diversos planes para que el acto de ayer tenga la continuidad que precisa el proceso de consolidación de la cultura española.

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En ese marco favorable a la idea de continuidad de la Fundación Príncipe de Asturias y, en general, de la cultura española se inscribió también el breve discurso del filósofo español José Ferrater Mora, que habló en nombre de los jurados que concedieron los premios. «No es un secreto para nadie», dijo, «que España ha sido a menudo algo así como una implacable máquina trituradora de los valores intelectuales. Parece como si el país hubiese rebosado en genios científicos y artísticos y hubiera sido necesario cortarles el aliento, adoptando al efecto procedimientos varios, entre ellos el de facturarlos periódicamente al extranjero».

Para José Ferrater, «las cosas van cambiando en nuestro país».

En el mismo sentido se expresó la pensadora y poetisa María Zambrano, cuya obra fue premiada con uno de los galardones Príncipe de Asturias, y cuya breve comunicación de gratitud fue leída ayer por José Ortega Espottorno, hijo de José Ortega y Gasset, maestro de la escritora exiliada. Sobre la actitud de los Reyes y de su hijo ante la nueva situación española, María Zambrano escribió sobre la figura histórica de la monarquía actual: «Se me hace más viva hoy esa suerte de claridad que se desprende de la figura histórica desde su aparición en modo creciente. que no podría proceder sólo de la nítida juventud de este príncipe, sino del encenderse en ella una luz en la que aletea una presencia donde se junta lo joven y lo inédito, esperanza de una historia que se abre. ( ... ) Se me aparece, pues, que en la contextura del Premio Príncipe de Asturias se manifiesta una clara seriedad de un nuevo estilo, que espero sea de fecunda vida». María Zambrano relacionó este nuevo estilo con la antigua idea de Ortega y Gasset, «maestro mío, en cuya línea de pensamiento es esencial la expresa y reiterada fe en el hombre nuevo».

La voz de un poeta

En el marco de la búsqueda de la libertad centró José Hierro su intervención como intérprete del sentimiento general de sus compañeros premiados. El autor de Cuanto sé de mí habló del aire. después de enumerar las razones de la gratitud del colectivo al que representaba. «Se hace necesario dar las gracias al aire», dijo Hierro. «El aire, apartándonos va del resbaladizo terreno de las metáforas y las alegorías, se llama libertad». Hierro señaló «que la cultura vive en las dictaduras al servicio de la política de la tiranía. Las democracias se ponen al servicio de la cultura, la aceptan como es. La cultura, ese objeto considerado poco más que objeto decorativo, y, al que se rompe y arroja al suelo despiadadamente, puede causar enormes daños en su caída. Pongamos un nombre a esa voluta -Federico García Lorca- y sabremos, desde el punto de vista político, el daño que hizo al ser derribado».

La Monarquía, según Hierro, ha hecho posible «este aire de libertad que respiramos, el que nos permitirá continuar adelante en la tarea de lograr esa España que anhelamos». Y, para él, ese aire de libertad tiene una fecha: 24 de febrero. De acuerdo con él, si «el presente no empezase el 24 de febrero, sino que se llamase tarde del 23 de febrero. no estaríamos aquí». La actitud del Rey, dijo Hierro, no ha permitido en este país «avanzar un paso más hacia la tiranía. Ha ido hacia la tolerancia: ha ido hacia la democracia, que consiste en que don Santiago Carrillo pueda decir lo que antes no podía y don Blas Piñar pueda seguir diciendo lo mismo que decía». Una ovación casi unánime acogió el discurso.

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