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Tribuna
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Militarización y nuclearización del mar

La actitud manifestada por la República Federal Alemana al proponer que los misiles de la OTAN (Cruise y Pershing-2) sean instalados en submarinos nucleares en lugar de ser emplazados en bases terrestres aporta un elemento más en la configuración de un fenómeno que viene desarrollándose sustancialmente desde la terminación de la última contienda mundial: el desplazamiento hacia el mar de las tensiones políticas y del despliegue armamentístico.Ambos procesos son fácilmente detectables al comprobar la rápida difusión de la fuerza naval a un elevado número de países y el incremento de las crisis políticas con participación de unidades navales. Así, mientras la tasa de crecimiento del stock de buques de guerra ha sido para Estados Unidos de un 2,9% en el período 1959-1976, en Extremo Oriente (sin incluir China) se ha situado, en el mismo período, en un 7%; en Oriente Próximo Medio, en un 9,5%, y en Asia del Sur, en el 7,6%.

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En cuanto al papel de las fuerzas navales en los acontecimientos políticos, presenta un protagonismo creciente desde 1945. Las unidades navales norteamericanas han estado implicadas desde 1955 en nueve de cada diez incidentes; las de la Unión Soviética, en 19 de los 32 casos identificados en el período 1969-1975.

La existencia de este fenómeno puede explicarse a partir de dos factores dominantes: 1, el peso creciente del océano como proveedor de recursos, tanto vivos como minerales; 2, la extensión de la estrategia de la disuasión al espacio marítimo.En relación con el segundopunto, creo de interés realizar algunas observaciones. Estas se refieren a los caracteres especiales del mar en conexión con su utilización política y bélica, y a su consideración jurídica. Algunos datos resultan de una obviedad manifiesta: los océanos representan los dos tercios de la superficie del globo y sus aguas ofrecen una superficie envolvente de las masas continentales -la isla mundial-, concepto ya formulado a principios de este siglo. Esta superficie acuática facilita la accesibilidad a cualquier escenario mundial, accesibilidad que se ve reforzada por los avances de la balística.

Si bien este desarrollo no es nada novedoso, sí que resulta original el notable incremento -sobre todo de las dos grandes potencias- de los navíos sumergibles. El submarino ha sumado a los atributos de la fuerza naval clásica (movilidad, flexibilidad táctica y gran alcance geográfico) su alto grado de invulnerabilidad. Este hecho ha quedado patentizado en la estructura de las dos flotas más importantes: en 1960 los porcentajes de submarinos estratégicos en los stocks navales de EE UU y de la URSS eran, respectivamente, del 2,2% y del 6,6%; en 1976 dichos porcentajes se elevaban al 30% y al 40,7%El empleo del submarino como arma naval prioritaria (el Reino Unido va a poner en marcha un proceso de reconversión de su flota disminuyendo los navíos de superficie e incrementando los submarinos nucleares) lleva aparejado todo un complicado sistema de detección aérea y submarina (ASW) con instalaciones en los fondos oceánicos de un sofisticado instrumental. Este complejo sistema defensivo ha dado lugar a una multibillonaria (en dólares) industria encargada de desarrollar las tecnologías adecuadas.

No obstante, las perspectivas de utilización de los fondos marinos con fines bélicos son amplias y este proceso se encuentra todavía en sus comienzos; los proyectos militares incluyen el emplazamiento en el lecho marino de bases de lanzamiento de misiles y el desarrollo de vehículos submarinos para grandes profundidades. El uso militar del océano es una tendencia progresiva en los últimos años, y para nadie es un secreto que la investigación oceanográfica tiene un destacado impulsor en las instituciones de carácter militar.El desplazamiento hacia el mar del aparato bélico se explica no sólo por la existencia de unas condiciones más favorables en relación con otros espacios, sino por la puesta en juego de componentes políticas y psicológicas que están en conexión con la manera en cómo se percibe la violencia en el mar. El espacio oceánico permite el despliegue de fuerzas militares que dificilmente podrían ser utilizadas en tierra firme sin crear gravísimas tensiones, y en segundo lugar, parece existir una mayor tolerancia en el empleo de la fuerza militar naval:sólo así se explica que numerosos incidentes militares entre Estados no alcancen dimensiones críticas. Un ejemplo lo encontramos en el intento de rescate de los rehenes norteamericanos en Irán desde buques estacionados en el Indico, o algo más familiar para los españoles, el ametrallamiento de pesqueros e incluso de una unidad de la Armada.

Volviendo a los hechos apuntados al inicio de estas líneas, posiblemente se vea la conveniencia e incluso la necesidad de transferir los silos de misiles desde zonas densamente pobladas a espacios no habitados, a un espacio neutro no sometido (parcialmente) a la soberanía (de ningún Estado. Este sería otro de los factores dominantes en el proceso de militarización del mar: su carácter jurídico, tanto el de las aguas superficiales como del lecho y el subsuelo marino.

La opción por esta alternativa entraña graves problemas, en tanto que la nuclearización de los mares supone incrementar notablemente los riesgos de degradación del medio marino que, como es sabido, constituye un ecosistema clave para todo el planeta. En segundo lugar, al acumular las tensiones políticas en el océano se pone cada vez más en peligro la obtención de un acuerdo aceptable para toda la comunidad internacional en el desarrollo de la III Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.Los importantes progresos logrados en resoluciones de laAsamblea General de las Naciones Unidas y en Proyecto de Convención de la III Conferencia del Mar, podrían significar la adopción por parte de todos los Estados de una actitud solidaria con las comunidades subdesarrolladas. En efecto, en dichas resoluciones y en el citado Proyecto de Convención se han llegado a formular los siguientes aspectos de indudable trascendencia: el uso exclusivamente con fines pacíficos de la alta mar, del fondo marino y su subsuelo, y la consideración de tales espacios y sus recursos como patrimonio común de la humanidad. El texto de dicho proyecto determina igualmente que la explotación de los recursos del fondo marino se oriente hacia la creación de un nuevo orden económico mundial que favorezca a los países no desarrollados.

Por consiguiente, la militarización y nuclearización del mar despertará los recelos de numerosos países que tenderán a magnificar el nacionalismo maritimo y el proceso de privatización de los espacios oceánicos y sus recursos como forma de salvaguardar sus intereses y obstaculizar la presencia de las omnipresentes flotas de guerra.

Ello podría parecer una extraña paradoja en la medida en que las potencias navales son partidarias de la libertad de los mares, pero entendiendo que libertad de los mares significa libertad para explotar los recursos en su propio y, único beneficio y libertad para utilizar el mar con fines bélicos.

Juan Luis Suárez es profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Sevilla.

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