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Los límites del poderío soviético

¿Cómo se verá el mundo desde Oreanda?. Mientras en la otra punta del globo el presidente Reagan interrumpió sus vacaciones de verano para presidir una importante reunión de la Administración que iba a decidir las condiciones de la fuerza nuclear americana para la generación siguiente, Leónidas Breznev se vio obligado a recibir en su residencia veraniega de Crimea a los dos hombres que, infructuosamente había intentado apartar del poder: los líderes polacos Kania y JaruzeIski.Un año antes, el secretario del Partido Comunista polaco, Edward Gierek, había sido huésped de honor de Breznev en Crimea En esos momentos, Lech Walesa era aún un desconocido obrero polaco, en paro, y Gierek había logrado concertar en Varsovia un encuentro triunfal entre el líder soviético y el presidente francés, Giscard d'Estaing. Con el imperio soviético en apariencia fuerte y estable, el intento por seducir a Europa para apartarla de la alianza con la vacilante América de Carter parecía alumbrar buenos augurios.

El mundo ha cambiado en los últimos doce meses. Aun cuando tomen parte comunistas en el nuevo Gobierno francés, la Francia posgaullista parece estar más anclada que nunca a sus aliados occidentales. El firme apoyo del presidente Mitterrand a los nuevos euromisiles de la OTAN y su conformidad con el presidente Reagan de que es preferible iniciar una nueva negociación de control de armamentos tan sólo si la OTAN ha nivelado el actual equilibrio de poder, será de gran ayuda para limitar las discordias entre Europa y Estados Unidos.

Aparte de lo que suceda con el canciller Schmidt, la izquierda europea ha encontrado con el presidente socialista francés otro líder antisoviético autoritario y de confianza. En todos los países europeos importantes se dan amplias mayorías para la puesta a punto de los planes de la OTAN.

Evidentemente, las democracias occidentales nunca se lanzarán a una alocada carrera armamentista. Los ofrecimientos de Occidente para llevar a cabo negociaciones serias, con el tradicional objetivo de fortalecer el equilibrio de poderes y de rebajar el nivel de su consecución, mantienen su vigencia. Pero hoy día Breznev no puede permitirse, como en la década anterior, la elección entre acuerdos para control de armamento o superioridad soviética (o ambos). Ahora la elección se presenta entre control de armamento y una carrera de armamento que sorprende al bloque soviético en posición harto desfavorable.

Breznev no puede culpar de esto a Ronald Reagan. El mismo Breznev y su ambicioso plan para lograr la superioridad militar soviética son, precisamente, los culpables de la reacción europea y ame ricana. Ahora se desvanecen los sueños soviéticos de superioridad: los planes occidentales de rearmamento no se han de detener por la oposición extremista de eurocomunistas y otros grupos.

De igual modo que su predecesor, Nikita Kruschev, Leónidas Breznev ha sobrevalorado el poder soviético, a la par que ha menospreciado la flexibilidad de la alianza occidental. También ha deteriorado las relaciones soviéticas con los países no alineados la invasión de Afganistán. Esto ha evidenciado la agresividad soviética ante todo el mundo, de manera que, indudablemente, ha limitado enormemente sus posibilidades de utilizar la fuerza para sojuzgar a Polonia. Lo ocurrido en Polonia es un hecho de tal magnitud que los observadores no llegan todavía a extraer las debidas consecuencias de esta sorprendente derrota soviética. Al final, la Unión Soviética no ha osado utilizar la fuerza militar contra Polonia, y sus amenazas de utilizarla, por serias y creíbles que se muestren, no han detenido la revolución polaca, que aun sigue en vigor.

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Por el momento, Polonia se halla en un estado demasiado caótico como para constituirse en modelo a seguir por otros países. Pero, en su acostumbrado peregrinar a Oreanda, el resto de los líderes comunistas deben de haber mostrado su disgusto por las consecuencias que pueda originar en sus respectivos países el caso polaco.

Polonia puede navegar hacia aguas más serenas con la ayuda soviética y occidental, así como por la influencia de la Iglesia polaca y la del restablecido Papa polaco. Entonces el tren de la historia del bloque comunista volverá a ponerse en marcha.

Pero el comunismo representado por Breznev no puede tolerar ningún movimiento. El sucesor de Kruschev ha bloqueado todo tipo de reformas encaminadas a enderezar el retraso en crecimiento económico y en progreso científico. Confiaba en que los ¡limitados recursos humanos y materiales de la Unión Soviética, así como la rigidez del poderío soviético, mantendrían a este país en la cúspide mundial.

Pero no ha sido así. Entre las noticias que reciba Breznev en su retiro de Oreanda se hallará la clásica mala noticia de la cosecha soviética, una vez más muy por debajo de lo previsto. En la Unión Soviética, en el mundo, existen límites tajantes para el poderío soviético, más exiguos de lo que Breznev haya podido imaginar. El reto de Breznev al mundo se debilita. ¿Llevará esto al líder soviético hacía una política renovada de enfrentamiento, compromiso y detente?

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