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Tribuna
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El aceite

La democracia nos está reblandeciendo. Uno creía que, sobre el aceite, los españoles lo sabíamos todo. Aquí nos hemos hecho hombres, portadores de valores eternos, destinados en lo universal, demócratas orgánicos y hasta procuradores en aquellas Cortes a base de aceite de soja, aceite de hígado de bacalao, aceite de linaza (que no sé si lo fabricaba el señor Linaza en la extradición o qué, aprovechando las facilidades de la Francia del Asilo), aceite de cacahuete y aceite de ricino (con el que los ultrapatriotas de los años treinta purgaban a los republicanos para que llegasen al cielo limpios de vientre, ya que no de alma tricolor).O sea que, en la tierra de los aceituneros altivos, lo hemos trasegado todo, menos el aceite de aceituna, de oliva. que se exportaba a Rusia (según los rojillos que oían Radio París y a Francisco Díaz Roncero), y que ahora se embotella, con o sin Giralda al fondo, para el consumo de los restaurantes políticos, las quinientas familias y algún superviviente de la democracia asesina. Al resto del personal se le facilita aceite de colza, planta de la familia de la col, que es un aceite de grasa de carro, y que no sé por qué mata a nadie, pues aquí, como vengo historiando, hemos tragado carros y carretas. Los españolazos de los 40/40 y nuestras santas madres hemos guisado con cosas peores y en España no se moría nadie sin el permiso de Franco. El que ahora la gente muera o enferme por libre, sólo porque el expendedor (pudendamente velado) le ha metido un poco de colza al aceite de freír, me parece, ya digo, claro signo de que la democracia nos está reblandeciendo, Hoy me invitan a comer unos jóvenes amigos de Vallecas y no pienso tomar nada frito, porque los fritos embarnecen y porque sospecho que el aceite maldito se destina mayormente al consumo de la periferia, de los cinturones de pobreza. Me preguntan quién soy yo para un Who is who catalán. Puedo decirles quién soy ahora. Mañana, a lo mejor, soy un atípico. La Embajada de Cuba me avisa para un cóctel. Es lo primero que advierto estos días, cuando llaman para la cosa de la coctelería literaria:

-¿El canapé, solo o con colza?

Hay un homenaje a Blas de Otero, de quien Alianza Editorial acaba de sacar Expresión y reunión, con prólogo de Sabina de la Cruz, viuda del poeta, pese a Xavier Domingo, una señorita cubana y la recia poesía de Blas quizá nos mantenía inmunizados, en los 50/60, contra tanta colza ideológica, social, política y literaria como consumíamos en la fritura y el re frito de aquella vida cultural. José Miguel Ullán, al que tanto quiero y admiro, aunque él no lo sabe o no quiere saberlo, se fue largamente de España por el franquismo, por la mala poesía, por la mala política, por la mala poesía política y por el aceite de entonces, que era de chicharros. Cuando ha vuelto, España sigue oliéndole a chicharro frito, y lo comprendo. Es el olor que nos insulta a todos cuando volvemos del mundo. El olor que ha encontrado Carlos Luis Alvarez a su vuelta triunfal de América. El que un señor nos venda aceite de engrasar los ejes de mi carreta para que friamos la pescadilla de la democracia que se muerde la cola congelada, a mí no me parece mal, pues en este país de pícaros todo el mundo va a su picaresca, y Lázaro Carreter me ha situado literariamente en la mía.

Lo que ya no es democrático ni propio de una democracia fuerte y vigilante, como la de Calvo Sotelo, es que ese misterioso señor, al que llamaremos el abandonao, porque no engrasa los ejes de su carreta, sino que nos vende la grasa como oliva pura, lo que ya no es propio, digo, es que ese señor siga con el pasamontañas del anonimato. Habrá que esperar muchos años, como con Lockheed/Sofico, hasta que esto se aclare. ¿Cuántos atípicos seremos para entonces?

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