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La conspiración

El golpe del 23 de mayo, debo confesarlo, me dejó confuso y preocupado como a tantos españoles más. Sin embargo, como la vida a veces parece tener una capacidad de invención superior a la novela, no tengo más remedio que decir que las explicaciones dadas al respecto desde el más alto nivel me han precipitado en una confusión mayor y, probablemente, más grave. Quizá se deba ello a nuestra falta de entrenamiento con las contradicciones que la libertad de expresión proyecta sobre la vida. Pero, en todo caso, escuchando el debate parlamentario venía a mi mente acuella descripción que se hace en el Gatopardo del administrador del príncipe Salina. Viene a ser ésta: «Llevaba a los libros de contabilidad escrupulosamente todas las operaciones, excepto las de verdadera importancia». En efecto; se nos ha relatado lo que ya sabíamos, y por lo demás se ha dicho, con sinceridad en cierto modo digna de aplauso, que el Gobierno ignora a estas alturas nada menos que quién está tras el golpe, quiénes son los inductores, cuál su propósito, cuál su relación con el otro golpe, el del 23 de febrero. Es decir, justamente lo que de verdad importa. Entonces, uno no puede menos de preguntarse así: o esta desinformación del Gobierno es auténtica, en cuyo caso su eficacia queda seriamente averiada, o no lo es, en cuyo caso se trataría de evasivas que sólo pueden engendrar en el país falta de credibilidad y desconfianza.El español necesita que se le de seguridad y esperanza entre tanto desbarajuste y violencia. Sin embargo, esta respuesta del poder no puede alcanzar esa meta. No puede satisfacerla, pues parece que se le oculta sistemáticamente algo muy grave que subyace detrás de los hechos. Las reacciones de un pueblo son viscerales, y ante situaciones como esta no nos podemos hacer ilusiones. Verá o creerá ver un poder a la defensiva, maniatado no se sabe por qué hilos, a remolque de los acontecimientos, sumido en contradicciones, vacilaciones y evasivas que sólo conducen al vacío de autoridad. Es algo que está pesando en el ambiente como una nube negra. La democracia española, como un toro mansurrón, se desangra en la calle atacada por los energúmenos de los extremos, sin capacidad de respuesta.

¿Por qué? La explicación no debe caer en el simplismo, pero tampoco debe perderse en excesivas hipótesis. Tomemos una bien verosímil. Es ésta. Mirabeau, al comienzo de la Revolución Francesa, solicitaba que el tránsito del antiguo al nuevo régimen se realizase «salvando la subitaneidad del tránsito». Nosotros lo hemos logrado. Pero hasta ahora sólo veíamos la cara buena de la transición. La otra oculta, la cruz a cuestas con espoleta retardada, ésa ha tardado en descubrirse. Pero está aquí. Bajo el nuevo régimen, en los entresijos, encrucijadas y atalayas de la sociedad y el Estado, el antiguo régimen que se encontraba agazapado a la defensiva se ha lanzado a la ofensiva poniendo en marcha su conspiración. Delenda est democracia. Delenda est Constitución. Delenda est don Juan Carlos. Al precio que sea. Utilicemos la libertad para terminar con ella.

La situación parece pues grave, ya que la conspiración se suma a un cuadro general difícil. Sin embargo, y afortunadamente, no falta la esperanza, podemos ahuyentar el pesimismo. Sí. Aún es tiempo de salvarnos antes que aparezca el salvador de la patria de turno que trate de salvarnos a su manera.

Estamos viendo reiteradamente los dientes al lobo. Todavía es tiempo de salvar la libertad y de aplastar la conspiración contra ella. Pero la libertad necesita ser protegida cuando en una sociedad desaparece la autodisciplina, de tal suerte que el poder tiene la obligación de imponer esa disciplina sin contemplaciones. Democracia no tiene por qué ser sinónimo de debilidad, ineficacia o blandura. Puede y debe imponer la ley con tanto rigor como el autoritarismo. Pero para ello no es suficiente legislar y legislar si detrás no hay una voluntad Firme y libre de compromisos que defienda el edificio. Ni basta con afirmar que los males surgidos en torno de la libertad se curan con más libertad. ¿Más libertad para quien? ¿Para el conspirador? ¿Para el terrorista, cualquiera sea su color? ¿Para el golpista? ¿Para quién en nombre del honor pisotea la disciplina de la cual aquel es corolario inseparable? Evidentemente, no. Libertad para que la sociedad se defienda de sus demonios.

Esa libertad necesita, sin embargo, de una palanca imprescindible. Un Gobierno fuerte, un Gobierno con autoridad -cosa distinta de un Gobierno autoritario-, un Gobierno eficaz que cuente con una base mayoritaria, tanto en el Parlamento como en el país, un Gobierno estable. Con gobiernos apoyados en bases más o menos minoritarias, enzarzados en luchas intestinas de partido, navegando a la deriva por la cuerda floja, no vamos a ninguna parte. Se necesita ese Gobierno fuerte cada vez con mayor urgencia, pues el plazo es cada vez más corto, eso lo saben todos los españoles. Si ello se ha de lograr por algo así como un gobierno de salvación nacional en el que estén representadas todas las corrientes del abanico constitucional y alguna de las cabezas de las fuerzas fácticas, más importantes, como son las Fuerzas Armadas, o por un Gobierno de coalición, con o sin militares, que tenga amplia mayoría en el Parlamento y en el país, o por otros caminos todos ellos constitucionales desde luego, eso no lo sé. Lo que sí sé es que si los españoles queremos defender de verdad nuestra democracia, y yo creo que sí lo queremos, ese clamor general no caerá en el vacío, pues cuando existe la función aparece el órgano adecuado.

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