Francia una elección de alcance europeo
Entre los comentarios suscitados por la elección de Mitterrand a la Presidencia francesa destacan dos rasgos significativos: en primer lugar, la sensación de sorpresa. Parece como si hubiese en amplios círculos de la opinión, y especialmente de la izquierda, una especie de fatalismo que ha sido sacudido por los resultados electorales franceses. Se trata, sin duda, de falta de costumbre. Es la primera vez, desde que tenemos libertades en España, que asistimos a un paso hacia la izquierda de tanta trascendencia en Europa. Sobre todo, después de una serie relativamente larga de avances de la derecha.El segundo rasgo que querría subrayar es el carácter político de los comentarios. Cada uno se ha colocado ante la elección de Mitterrand como algo, no ya lejano, perteneciente a otra realidad política, sino como algo que le afecta. Encuentro en ello una indicación de que está, empezando a nacer una «política europea»; empezamos a acostumbrarnos a una interrelación entre lo que pasa en un país y lo que pasa en otro. Se trata de algo que va más allá de la construcción jurídica o económica de la Comunidad Europea, de un fenómeno más general. Quizá cabría hablar de tendencia a la europeización de la problemática política.
Entender esa interrelación de forma mecánica sería caer en el absurdo. Por eso convie,ne examinar si hay algunos factores, algunas cuestiones de fondo, que pueden explicar un cambio en la dinámica que ha seguido la vida política de nuestro continente en los últimos años.
En mi opinión, las soluciones «neoliberales» propugnadas por la derecha frente a la crisis económica y frente a la crisis del «Estado de bienestar» están agotando su eficacia política. Durante un período pudieron atraer a las capas medias, a sectores incluso de trabajadores golpeados por la crisis y descontentos por la creciente burocratización de la vida pública. Pero el techo de esas soluciones era muy bajo. La derecha no tiene respuesta a la crisis. Y es lógico que el auge que ha logrado sea de corto vuelo. Hemos asistido recientemente a los fracasos del Partido Conservador en las elecciones municipales inglesas. En Suecia, el Gobierno centrista está en crisis. La situación italiana muestra asimismo el agotamiento de la hegemonía demócristiana. No creo que los resultados de Berlín Occidental basten para desmentir la tendencia indicada.
Por otra parte vivimos en un mundo en el cual la capacidad hegemónica de Estados Unidos, a pesar de los intentos de la Administración Reagan de imponer de nuevo una prepotencia norteamericana, ha disminuido considerablemente. La diferencia con la etapa de posguerra, en la que Estados Unidos tenía no sólo una superioridad militar con el monopolio del arma atómica, sino una enorme influencia ideológica basada en su papel en la segunda guerra mundial, en su nivel de vida, en sus tradiciones históricas liberales y democráticas, etcétera, es profundísima.
Hegemonía mundial
Los gestos de «firmeza», de «agresividad» incluso, de la Administración Reagan pueden conducir al mundo, sin duda, a situaciones peligrosísimas, al borde del apocalipsis. Pero no podemos olvidar que esta política es un intento de recuperar una hegemonía mundial gravemente comprometida: Estados Unidos ha sufrido en Vietnam una derrota militar cuyas repercusiones no han sido borradas. En el terreno económico y tecnológico está sometido a una competencia muy seria, particularmente por parte de Japón.
Al mismo tiempo, este debilitamiento de Estados Unidos no es debido -como pretenden hacer ver ciertos comentaristas norteamericanos- a un auge del potencial de la Unión Soviética. No hablamos de tales o cuáles ventajas en el terreno militar, cuyos datos objetivos ignoramos. Pero en el terreno político, ideológico, es evidente que la capacidad de hegemonía de la Unión Soviética está sufriendo serios quebrantos. Y la aparición en Polonia de nuevas formas políticas, de cierto pluralismo, de una creciente participación de los trabajadores, y la propia evolución del Partido Obrero Unificado Polaco en un sentido favorable a esta renovación, plantean problemas serios al «modelo» seguido hasta ahora en el conjunto de los países agrupados en torno a la Unión Soviética.
Por eso creo que solamente exclusivizando los factores militares se puede presentar hoya Europa occidental corno si estuviese a merced de una agresión soviética y solamente deferídida por la «fuerza» de Estados Unidos. La realidad es otra: está emergiendo la posibilidad real de un nuevo sistema de relaciones internacionales en el cual Europa occidental pueda desempeñar un papel más autónomo, más independiente. Proceso que no deja de tener repercusiones también en los países orientales de nuestro continente. Por eso, la presidencia de Mitterrand puede significar bastante en el actual contexto europeo e internacional. Sin duda estamos asistiendo, y vamos a seguir asistiendo, a un recrudecimiento de los intentos de Estados Unidos por fortalecer sus posiciones militares y políticas, sus intervenciones en la política europea; por asociar a Europa a una estrategia dirigida principalmente contra el Tercer Mundo, contra la poderosa corriente histórica de liberación de los pueblos ayer colonizados. Pero lo nuevo es que hoy Europa está en mejores condiciones para resistir, incluso rechazar, esos intentos de la política de Estados Unidos. Para iniciar una política de nuevo tipo con el Tercer Mundo orientada a lograr soluciones pacíficas, de justicia, ante los conflictos existentes, y como perspectiva, a superar el abismo entre el mundo industriafizado y el mundo del subdesarrollo.
Apertura al diálogo
El problema del papel que Mitterrand pueda desempeñar en esta coyuntura está naturalmente abierto. Sería ridículo lanzarse a profetizar tanto sus eventuales éxitos como sus impotencias o fracasos.
Pero sí es interesante considerar cuál es el programa político, las intenciones con las cuales se ha presentado ante el pueblo francés en su campaña electoral. No creo sea un hecho secundario el que Mitterrand no sea un socialista tradicional. En 1971, cuando el Partido Socialista francés se encontraba en una crisis muy profunda, creó en el congreso de Epinay un nuevo partido, integrando en él formaciones de inspiración socialista que habían surgido en el período de la resistencia antihitleriana. Y en ese orden el partido socialista, encabezado por Mitterrand, se ha caracterizado, desde sus inicios, por una mayor flexibilidad, y concretamente una mayor apertura al diálogo con los comunistas y con otras fuerzas de izquierda.
No me refiero sólo a la etapa del programa común entre socialistas y comunistas en Francia, cuyo triste desenlace es muy conocido. Incluso en las etapas de polémica más dura con los comunistas franceses, Mitterrand se esforzó por mantener un diálogo abierto con el eurocomunismo. Sus conversaciones con Berlinguer en Estrasburgo, su viaje a Madrid para entrevistarse con Felipe González y con Santiago Carrillo, tuvieron mucho eco en la Prensa. Durante este último viaje, precisamente, su preocupación era doble: cómo podía la izquierda francesa ayudar a consolidar la de mocraéia en España: cómo se podía alentar una perspectiva de cooperación entre las fuerzas de izquierda a nivel europeo.
Quizá lo más significativo, lo más audaz del programa sobre la base del cual ha sido elegido presidente de la República francesa, sea la voluntad de afrontar los problemas de la crisis económica, del paro, con el objetivo, no de frenar el desarrollo tecnológico, sino, por el contrario, de elevar en lo posible la economía, la producción a los nuevos niveles que la ciencia y la tecnología moderna están descubriendo, y de colocar como un objetivo central la jornada de trabajo de 35 horas. De tal forma que la lucha contra el paro sea a la vez lucha por una nueva calidad de vida. Este objetivo se complementa con el proyecto de llevar a cabo la nacionalización completa de la Banca, y asimismo de los sectores industriales donde existe un monopolio de hecho, para que el sector público pueda desempeñar en la economía un papel activo y dinamizador.
Todo ello presenta una imagen atípica de lo que puede ser el retorno, al poder de los socialistas en Francia.
Sí, nos encontramos, efectivamente, ante un movimiento pendular en Europa occidental, que va a poner fin al ascenso de la derecha y permitir un papel mayor de las fuerzas de izquierda, no es posible ignorar que ello plantea a la estrategia eurocomunista problemas serios y concretos.
¿Estará el eurocomunismo presente, y de qué forma, en esta nueva etapa que prevemos? No creo se pueda dar una respuesta sencilla, apriorística.
Estamos asistienda desde hace algún tiempo a presiones, dentro y fuera, cuyo resultado sería, sin duda, la eliminación, la reducción del eurocomunismo como factor político importante. Bien sea por el retorno a rigideces sectarias, inmovilismos, vueltas al pasado, o por disgregaciones, debidas a una visión provinciana de las cosas o a pérdidas de perspectivas.
En la actual etapa de crisis de la bípolaridad, de agotamiento de las soluciones derechistas, corresponde al movimiento obrero de Europa occidental desempeñar un papel cuyas repercusiones históricas es difícil aquilatar en los momentos presentes.
Eurocomunismo
Independientemente de las formas concretas que pueda tomar la colaboración entre comunistas y socialistas, y asimismo con otras fuerzas de izquierdas, creo que el eurocomunismo es un componente imprescindible para que un retorno pendular de las fuerzas de izquierda en Europa no signifique volver a caer en los carriles muy desgastados de la tradición socialdemócrata. Y para permitir que una solución de progreso a la crisis que vive nuestro continente tenga, por lo menos, las cuatro característícas siguientes:
a) Una creciente participación de las masas trabajadoras, y de los ciudadanos en general en la solución de todos los problemas, y, por tanto, un nivel superior de democracia; b) Una efectiva independencia de las dos superpotencias, y, por tanto, un avance hacia un sistema internacional más democrático, superador de los bloques militares y enfocado a poner fin a lá terrible carrera armamentista actual; c) Una relación nueva con el Tercer Mundo, y en particular con los movimientos revolucionanos y progresistas de los pueblos que se han liberado del yugo colonial; o que luchan aún hoy contra la opresión imperialista o dictatorial; d) Una capacidad de inventiva, de renovación, para que las opciones económicas, políticas, morales e ideológicas a la crisis de civilización que estamos viviendo estén abiertas hacia el futuro y no trabadas por los residuos del pasado.
Es obvio que ello requiere, al mismo tiempo, para poder avanzar en esa dirección, que el eurocomunismo demuestre su propia capacidad de renovación interna.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- François Mitterrand
- Opinión
- Guerra fría
- PS Francia
- Socialismo
- Estados Unidos
- Francia
- Política exterior
- Comunismo
- Europa occidental
- Ideologías
- Europa
- Gobierno
- Historia contemporánea
- Conflictos políticos
- Elecciones
- Partidos políticos
- Administración Estado
- Historia
- Armamento
- Relaciones exteriores
- Defensa
- Política
- Administración pública