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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tibia Conferencia de Madrid

EL COMPROMISO de principio de Estados Unidos de iniciar conversaciones con la URSS antes de fin de año, que se ha presentado con un entusiasmo deliberadamente exagerado en la República Federal de Alemania y en otros países de la OTAN (para convencer a los pacifistas y aun a los neutralistas de que puedien seguir depositando su confianza electoral en los negociadores), puede tener alguna influencia en la Conferencia de Madrid (fase actual de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa), en el sentido de desbloquearla y permitir que la última etapa, que acaba de ciomenzar después de casi un mes de descanso, llegue a su final. Antes de que comenzase se habían puesto las esperanzas en algo tan simple como que efectivamente pudiera celebrarse -estaba amenazada por la cuestión de Afganistán y el tardío y ya inútil rabotazo de Carter-; la esperanza actual está ya en que pueda terminar. Simplemente, terminar, con un comunicado de compromiso que, por lo menos, no permita la consideración de fracaso.Su verdadera finalidad, sin embargo, parece ya aguada. Se trataba de que las naciones consideradas menores del Este y del Oeste tuvieran alguna participación mayor en sus destinos. Se había conseguido desde Helsinki que por primera vez los países europeos, más la URSS y Estados Vnidos, tuvieran una igualdad en el derecho al uso de la palabra y que todos los votos alcanzaran el mismo peso. Tema especialmente interesante para las naciones del bloque soviético que aspiraban a un independentismo, y de alguna esperanza para los disidentes rusos, que calculaban que por esa vía les entrasen algunos resquicios de derechos humanos: posibilidades de recepción de cultura y de información exterior, libertad de viajes en el interior y en el exterior, formación independiente de asociaciones no políticas... La URSS esperaba, a cambio de esas concesiones, que estaba, sin duda, dispuesta a regatear -y lo ha hecho-, e incluso a disfrazar para cumplir a medias, o sólo en lo imprescindible, un mayor independentismo de Europa occidental con respecto a Estados Unidos y, sobre todo, el impulso a unas grandes conversaciones colectivas de desarme, con la idea de que los europeos podrían llegar más lejos en esta cuestión que les apura -por sus presupuestos, por sus riesgos, por sus electores- e -impulsar por ese camino a Estados Unidos. En una palabra: la Conferencia de Helsinki, ahora de Madrid, debería ser un principio para la atenuación de la política de bloques; incluso, más adelante, para su supresión. Probablemente es una situación realista. Lo que se quería construir era otro realismo, y en estos momentos parece considerablemente comprometido. Habrá que esperar otro ciclo. Se espera, pues, que la Conferencia de Madrid llegue a un final sin ruptura, con algún comunicado agridulce y con la convocatoria de una nueva reunión para más adelante. Ya las esperanzas se reducen a un mínimo: que el fracaso no sea patente y que la Conferencia no se disuelva definitivamente. Que quede la herramienta, por lo menos, para un futuro mejor.

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