Golpe de Estado y diplomacia
Pálida y desvaída ha quedado la imagen exterior de España, después que el teniente coronel Tejero y los suyos irrumpieran con gritos y disparos en el Congreso de los Diputados. Cinco días antes, Leopoldo Calvo Sotelo había presentado ante la Cámara baja las líneas maestras y decididamente atlánticas de su política exterior en el discurso programático y de investidura, que los acontecimientos han sacudido sensiblemente y, de manera muy especial, en lo que se refiere al comienzo de su tercer párrafo, en el que se afirmaba que con la retirada del presidente Suárez «terminaba la transición».La transición permanece y bien vale que no termine de golpe como lo quisieron algunos. Entramos en su segunda etapa, confusos y de mala manera, pero conscientes de que habrá que rehacer el camino en muchos recorridos que se dieron por cerrados y llegar hasta el final o a la consolidación de la democracia. En todo caso, en política exterior habrá que recomponer la figura más de acuerdo con la realidad interna y con las posibilidades concretas que España tiene y debe desarrollar en las relaciones internacionales.
La diplomacia viajera y anfitriona con delirios de mediación en las importantes crisis internacionales (Oriente Próximo, Nicaragua, Irán, Sahara, etcétera) quedan hoy al paro y en la evencia del día 23 de febrero. Para un país que ambiciona ser la capital de la distensión en plena crisis Este-Oeste, convocando en Madrid la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, la intentona militar fracasada constituye todo un jarro de agua fría que invita al escarnio y a la misericordia. Al menos, la dura experiencia deberá servir para aplacar los humos y las ínfulas casi imperiales que merodeaban el palacio de, Santa Cruz y el palacio de la Moncloa en los últimos meses de su política exterior.
Por otra parte, hay que afirmar que Madrid no ha sido la «capital violentada de una república bananera», como se ha comentado en ciertos medios políticos y diplomáticos que, desde luego, desconocen la historia de España y la idiosincracia de sus habitantes. Como broma bien está, pero nada más. Porque si a la hora de buscar responsabilidades la totalidad de los españoles debemos asumir, con mayor o menor intensidad, los acontecimientos, tampoco están completamente exentos de culpas, aunque sean indirectas, países y organismos que presumen de un largo y fecundo pasado democrático.
Ahí está en la frontera misma de nuestro territorio la actitud indecisa y agria del Gobierno de Francia, cuyo presidente, Y Valéry Giscard d'Estaing, antepuso su campaña electoral a la culminación de la segunda ampliación de las Comunidades Europeas, mientras, por otra parte, los comandos de la organización terrorista ETA instalaban sus cuarteles de retaguardia y sus arcas particulares en el sur del territorio galo. A sabiendas, ahora, de que el terrorismo vasco que no combate Francia con determinación ha sido el argumento mayor utilizado por los goípistas para justificar su movimiento.
Las Comunidades Europeas tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias en los últimos cuatro años, al menos desde la presentación por España de la candidatura de adhesión en julio de 1977. La voluntad política de los nueve, primero, y de los diez, en la actualidad, brilló por su ausencia y dejó paso a intereses personales y particulares en pos de una Europa de los mercaderes que desdice los principios e ideales sobre los que se inició la construcción política europea. España, en este tiempo, no ha sido tratada ni siquiera como un país candidato a la adhesión. Simplemente como un país tercero como ha quedado en franca evidencia en las negociaciones pesqueras, textiles o siderúrgicas de las políticas sectoriales de la CEE. Las apresuradas y escasas monedas del crédito recientemente concedido si que parecen, ahora, un paternal gesto hacia una república bananera.
Los embajadores se habrían retiradoSi el golpe militar hubiera triunfado, hace días los países de la CEE habrían retirado sus embajadores y renovado el viejo juramento de «sin democracia no se entra en la CEE». Los golpistas, y desgraciadamente los demócratas, podrían responder: con democracia, tampoco. La CEE no estuvo con España a la altura de las circunstancias. No quiso ayudar ni apuntalar el proceso democrático español con todos sus efectivos, a pesar de conocer al detalle la debilidad del intento pacífico de la dictadura a la democracia.No me extrañaría que el Consejo Europeo (cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la CEE) haya considerado alguna vez que España no asumía aún las condiciones políticas para adherirse al Tratado de Roma. También es probable que se haya planteado la solución alternativa de que la democracia hispana se consolidaría mejor en el seno de la CEE. En todo caso, el máximo órgano ejecutivo de las Comunidades no optó por la segunda opción, que, con toda seguridad, habría quitado argumentos y serias posibilidades a los gol pistas del 23 de febrero y a quienes se mantienen en posiciones similares en espera de una mejor oportunidad.
Estados Unidos también podría haber desempeñado un papel más directo en favor del proceso democrático español en los últimos cinco años. Pero la inercia de sus buenas relaciones con el franquismo le ha traicionado en su comportamiento político y económico, preferentemente con los franquistas y sus afines y siempre en busca retirado de concesiones concretas bien para la renovación de los acuerdos bilaterales que ahora caducan, bien en su apresurada operación de meter España en la OTAN a toda velocidad. La equívoca reacción del general Haig a la inmediata noticia del golpe («no injerencia en los asuntos internos españoles») dio una idea bastante plástica del entusiasmo decidido con que Esta dos Unidos apoyó, desde el principio, el proceso democrático hispano. De todas maneras, que quede bien claro que el golpe es nuestro y, entre otras cosas, porque estuvimos completamente solos en las relaciones exteriores. En una política que fue confusa en sus cinco primeros años, pero que contó con un cierto margen de orgullo e independencia, atribuible a la gestión personal del presidente Suárez. Sus entrevistas con Arafat y Castro fueron ejemplos visibles de esa autonomía que se quiso implantar desde el palacio de la Moncloa y que contó con la sorpresa y las críticas de países y potencias.
La diplomacia de Suárez adoleció, por otra parte, de muchas cosas, como de la unidad de gestión, de su definición ideológica y sobre todo de una falta de entusiasmo y claridad en favor de la opción europea, con devaneos africanos y latinoamericanos, en justa correspondencia al desinterés que las instituciones comunitarias mostraron hacia la Península Ibérica.
La diplomacia de Calvo Sotelo está por ver, aunque algo se atisbó a su paso por el Ministerio de Relaciones con la CEE (hoy suprimido en favor de la unidad de acción exterior y de la prioridad europea de esta política). El presidente del Gobierno demostró contundencia y muchas veces asperezas en el trato exterior, como se vio en sus relaciones con la Comisión Europea o con el primer ministro francés, Raymond Barre (a quien despidió en el aeropuerto de Barajas con un constat d'echec, constatación de fracaso, al término de su temeraria visita a Madrid). Tampoco estuvo el presidente diplomático en su discurso de investidura citando en corto y gratuitamente a la U RSS para acentuar más su opción atlántica y pronorteamericana, como se desprende de su primera audiencia diplomática en Madrid con Terence Todinan. Una opción esta que es la clave de su política exterior y que se verá acelerada o frenada tras la intentona militar. Una opción que debería quedar supeditada y condicionada al definitivo ingreso de España en la CEE.
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