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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los Visitantes de Reagan

LOS NUEVOS dirigentes de Washington han recibido sucesivamente dos importantes visitas europeas: la de François Poncet, ministro de Asuntos Exteriores, que ha conversado principalmente con Haig, y la de Margaret Thatcher, quien, por su personalidad de jefa de Gobierno, ha tenido acceso directo a Reagan. La tercera visita va a ser la del ministro alemán federal del Exterior, Hans Dietrich Genscher. La lectura americana de los acontecimientos mundiales a sus aliados europeos es la ya clásica que Reagan extrae de su formación política en los tiempos de la primera guerra fría y de las convicciones actuales de quienes le han llevado al poder: la culpabilidad global de la URSS en la mala situación del mundo y la necesidad de emplear la «disuasión», un eufemismo que significa claramente enseñar los dientes nucleares y mostrar que no se tolera un paso más. El matiz de las respuestas obedece a rasgos conocidos. Thatcher, siguiendo la vieja línea churchiliana -y anterior- de los convervadores británicos, acepta enteramente esa culpabilidad de la «ambición soviética» y la necesidad de mostrar unidad frente a la intimidación. François Poncet, con la misma música que entonan los franceses en la Conferencia de Madrid, y probablemente con la anuencia del Gobierno de Alemania Occidental, propone que la firmeza no sobrepase la vía del diálogo y que el enorme grupo de los contenciosos de los dos bloques se examine en una conferencia Este-Oeste en la que no estén solos americanos y soviéticos, sino que junto a ellos estén las naciones «con responsabilidades en el mundo». Es decir, la técnica de las reuniones de «los cuatro grandes» que jalonaron la primera guerra fría.

Hay dos obstáculos principales para que prospere la propuesta francesa: uno de ellos, que en la época de «los cuatro grandes» los tres occidentales estaban mucho más unidos, por lo menos aparentemente, que lo están ahora; el otro, que habría que ampliar la reunión, por lo menos, a Alemania Occidental, probablemente a Japón; que, en fin, será difícil saber en qué escalafón se detiene la nomenclatura de países «con responsabilidad mundial» y cuál puede ser la ira de los no incluidos y su sensación de colonización. Cuando Francia estaba exponiendo sus tesis a Estados Unidos, la URSS exponía -Breznev, al abrir el 26º Congreso del PCUS- su propuesta de diálogo directo con Estados Unidos, sin necesidad de otros participantes, y Reagan respondía que estaba interesado en el asunto. La perspectiva de la política mundial se abre hacia ese punto, aunque con muchísimas reservas.

En realidad, el diálogo URSS-EE UU no ha cesado nunca y mantiene una serie de canales abiertos: el intento actual sobre el que están actuando las dos diplomacias sería que por esos canales se consiguiera una serie de acuerdos menores -un proyecto de equilibrio en el golfo y de congelación de la situación en el oriente árabe, un «desarme moral» en la zona Afganistán-Pakistán, un desbloqueo de las dificultades en las SALT II, incluso un reconocimiento de que América Latina está en la influencia directa de Estados Unidos y Polonia en la de la URSS; un tratamiento nuevo de los problemas del Tercer Mundo, de forma que su desarrollo no obstaculice la economía de Estados Unidos-: menores no en cuanto a la enorme importancia de los temas, sino al mero principio de los acuerdos. Si Reagan consigue capitalizar esos principios de discusión posible de manera que pueda presentarlos como conquistas propias y como frutos de su política de disuasión, podría entonces enfocar su entrevista personal con Breznev. Su preocupación principal ahora es que la capitalización de Breznev no se haga sobre los aliados europeos de Estados Unidos en forma de mayor división en el bloqueo occidental. Por eso trata de comprometerlos en su acción actual, incluso en un punto que parece menor dentro del mapamundi: El Salvador. Si logra que los europeos compartan con él la condena a la URSS, y no sólo moralmente, sino cesando de predicar lo que considera un ternurismo peligroso en favor de una democracia abierta y suspendiendo toda ayuda -incluso la de alimentos- y consigue al mismo tiempo una actitud de, por lo menos, reserva frente al régimen de Nicaragua, podrá apuntarse un buen tanto frente a la URSS.

Parece que, en ese sentido, las respuestas de sus interlocutores europeos han sido mucho más matizadas. El caso de El Salvador es de los que inciden muy directamente en la conciencia de la opinión pública, que, como se sabe, está formada por electores. Es difícil invertir la corriente que presenta al pueblo de El Salvador como víctimas y a la Junta como verdugos, y el tema de las juntas militares es felizmente impopular en las viejas democracias.Se ha citado que en estas conversaciones ha habido «una diferencia de sensibilidades» entre europeos y nuevos americanos. Pero Europa -y Japón y hasta China, que ve con enorme inquietud el desarrollo de los acontecimientos- tendrá muy poco que hacer si Reagan emplea toda su fuerza de presión, que sigue siendo enorme, y si la URSS colabora con él, renunciando a dar facilidades a la coexistencia limitada en Europa y con otros países, a cambio de obtener una mayor seguridad y una tregua en el «cerco». Si, por ejemplo, Estados Unidos accediera a retirar el proyecto de cohetes de medio alcance en territorio europeo a cambio de otra concesión, la opinión europea dejaría de interesar absolutamente en Moscú, y si obtuviera la seguridad de que la brecha polaca iba a ser cerrada y, con ella, la que tiende a fomentar todas las disidencias en los países de su influencia en Europa, dejaría de preocuparse por el tema de El Salvador, por el de Centroamérica y por el de Latinoamérica en general.

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