Solemne llamamiento del papa Juan Pablo II en favor de la paz, el desarme y la prohibición de armas nucleares
El papa Juan Pablo II formuló ayer en Hiroshima un solemne llamamiento al mundo por la paz, el desarme y la prohibición de las armas nucleares. «La guerra es la destrucción de la vida humana, es la muerte», recordó el Pontífice.
«Las divergencias de ideologías, aspiraciones y exigencias deben resolverse con medios que no sean la guerra y la violencia», dijo ayer Juan Pablo II ante el Monumento a la Paz en Hiroshima, la ciudad víctima de la primera bomba atómica, que causó más de 100.000 muertos y quedó materialmente arrasada. El Papa, que pronunció un apasionado discurso hablando en japonés, español, inglés, portugués, alemán, polaco y ruso, tenía ante sus ojos las ruinas del único monumento que había quedado en pie: la Cámara de Comercio.Mientras el Pontífice leía, con voz a veces hasta dura, su mensaje al mundo entero, «en nombre de la vida, de la humanidad y del futuro», a cincuenta metros, en el parque de los Niños, se celebró un acto histórico, sin publicidad, pero preñado de significados. El secretario de Estado, cardenal Agostino Cassaroli, autorizado por el Papa, participó en una liturgia acompañado por budistas, sintoístas y protestantes, en un rito sin precedentes en la Iglesia católica.
En el discurso del Papa, el mensaje de paz de este viaje, las palabras pronunciadas en español empezaban así:
«Recordar el pasado quiere decir trabajar por el futuro».
Después de remontarse al 6 de agosto de 1945, cuando en aquel mismo lugar la primera bomba atómica sembró la muerte y el horror, el Papa continuó diciendo en español que desde entonces las armas nucleares han seguido aumentando en cantidad y poder destructivo.
Por eso, dijo, «las consecuencias totales de una guerra nuclear es imposible preverlas, y hay que preguntarse si la destrucción de la humanidad no es una posibilidad real». En francés, afirmó que se ha ido creando en estos años «una nueva conciencia mundial contra la guerra», pero esto no debe ser «una justificación para no destacar el problema de la responsabilidad de cada una de las naciones y de cada individuo frente a las eventuales guerras y la guerra nuclear».
En inglés, recordó que «son demasiados ya los lugares de la Tierra que la historia recuerda por haber dado testimonio del horror y sufrimiento a causa de la guerra». En polaco, dijo que no hay que repetir el pasado y que «la paz es el único camino que se adapta a la dignidad humana».
En alemán, con voz segura, que resonaba en todo el parque, donde se habían reunido para escuchar al Papa unas diez mil personas (muchas de ellas no cristianas), el papa Wojtyla afirmó: «A los jefes de Estado y de Gobierno, a quienes ostentan el poder político y económico, les digo hoy: empeñémonos en la defensa de la paz a través de la justicia; tomemos una decisión solemne, ahora mismo para que la guerra no vuelva a ser tolerada y vista como un medio para resolver las divergencias; prometamos a nuestros semejantes que trabajaremos infatigablemente a favor del desarme y de la abolición de todas las armas nucleares; sustituyamos la violencia y el odio por la confianza».
Un futuro de fraternidad
En lengua rusa se dirigió a todos los jóvenes diciéndoles: «Tenemos que crear juntos un nuevo futuro de fraternidad y de solidaridad: acerquémonos a nuestros hermanos necesitados, saciemos el hambre, ofrezcamos un refugio a los que no tienen hogar, liberemos a los oprimidos, llevemos la justicia a donde reina la injusticia, y la paz a donde se oye sólo la voz de las armas».Juan Pablo II había llegado a este primer escenario de la bomba atómica desde Tokio, en avión, como un pasajero normal, en clase turista. Estaba sentado en la primera butaca, esta vez junto con todos los periodistas que le seguimos. Sabía que la curiosidad de los veinticinco fotógrafos presentes no tenía límites, viendo por primera vez al Papa viajar y comer ante los ojos de todos. A mitad del viaje, que duró sólo una hora, se levantó y se fue al lavabo, mientras se producía en el avión un metralleo de cámaras fotográficas. A un enviado especial católico, que no salía de su asombro y se quejaba de que la compañía japonesa trataba al Papa «como a un pobre mortal», el enviado de Repubblica le dijo en voz alta: «Naturalia non sunt turbia.», es decir, las cosas naturales nunca son feas.
El Papa quiso, antes de aterrizar, fotografiarse con las graciosas azafatas, con sus característicos rostros de porcelana. Después de hacer el clásico saludo japonés, inclinándose con las manos juntas, se iban sentado pala fotografiarse en el asiento junto al Papa. Juan Pablo II, después de la foto, besó a cada una de ellas.
En el aeropuerto de Hiroshima había un puñado de personas y toda una colonia de niños de una escuela primaria, vestidos de azul y tiritando de frío. Alguien recordó en aquel momento que la frase en código pronunciada por el piloto americano apenas había lanzado la primera bomba atómica sobre aquella ciudad había sido: «Ha nacido el niño». Y, precisamente, esta ciudad tan recordada por sus páginas de muerte, ha querido que el Papa encontrara muchos niños por todas partes.
Saliendo de la catedral, una pequeña de unos cuatro años tropezó y cayó de cabeza al suelo. El Papa, asustado, se llevó las manos a la cara, pero en seguida reaccionó y él mismo levantó a la niña del suelo y la tomó en sus brazos.
A uno de los budistas presentes en la ceremonia interconfesional en la que había participado el cardenal Cassaroli, que es como el vice-Papa, EL PAIS preguntó qué pensaba de Juan Pablo II, y respondió: «Para nosotros, aterrorizados aún por la guerra, nos gusta que trabaje tanto por la paz. Es un hombre grande y fuerte, hasta en su cuerpo. Nos recuerda el panda».
El Papa visitó el Museo de Hiroshima, que conserva algunos restos de la destrucción de la bomba atómica y dibujos de niños sobre el tema. Por la tarde se trasladó a Nagasaki, la segunda ciudad martirizada, tres días después que Hiroshima, por la explosión atómica, y hoy sale para Alaska, donde celebrará una misa antes de regresar a Roma.
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