Reeditada en facsímil una importante traducción castellana de los tratados de pintura de Leonardo y Alberti
El Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia y la galería Yerba, de esta misma ciudad, han promovido la publicación facsímil de la famosa traducción que hizo en el siglo XVIII Diego Rejón de Silva de los tratados de pintura de León Battista Alberti y Leonardo da Vinci, indudablemente los dos textos de teoría artística más importantes del Renacimiento.
Sobre el éxito de esta edición, publicada en Madrid en 1784, habla elocuentemente el que fuera reeditada en 1827 y el que, hace relativamente poco, en 1975, se reprodujera parcialmente en Argentina la parte correspondiente a Leonardo. Y es que, a pesar de que Rejón de Silva utilizó para su traducción la edición francesa de Du Fresne, como en nuestro siglo Manuel Abril lo haría con la del pintoresco Péladan, la rica resonancia de su castellano antiguo resulta especialmente placentera para el lector actual.Hay también poderosas razones arqueológicas y eruditas para fijarse con interés en esta traducción de Rejón de Silva. Así, aunque parte de los manuscritos de Leonardo circularon por España en el siglo XVII, a través de Pompeo Leoni, y fueron utilizados por tratadistas de arte de nuestro barroco, como Carducho y Pacheco, que tradujeron algunas de sus sentencias, en realidad, esta edición de Rejón es la primera que ofrece una traducción completa de la teoría de la pintura de Alberti y Leonardo. Por otra parte, hasta las ediciones críticas del siglo XIX -H. Ludwig(1882) y J. P. Richter (1883)-, todas las versiones europeas de Leonardo utilizaron como base la de Du Fresne, que estaba ilustrada por Poussin.
Interés por traducir
Pero ¿por qué este interés por traducir a Leonardo y Alberti en nuestro siglo XVIII? La respuesta tiene que ver directamente con la política cultural de la Ilustración, que pretendía hacer accesibles a nuestra lengua las grandes obras del pensamiento occidental y, de manera específica, en el caso que nos ocupa, promocionar una regeneración del gusto artístico. En efecto, como subraya Valeriano Bozal en el prólogo de esta edición facsímil que comentamos, con la difusión del contenido de ambos tratados se esperaba entonces reactualizar los prestigios del clasicismo, que concordaban a la perfección con la moralidad idealista del reformismo ilustrado. Así lo ponderaba ya en la época Juan Sempere y Guarinos, que, tras ensalzar los beneficios de la recién creada Academia y su política de corrección del gusto castizo, dice literalmente: «El señor don Diego Rejón ha hecho un servicio muy importante a España con esta traducción, por ser el original una de las obras más útiles y científicas que se han escrito acerca de la pintura; por las importantes notas con que la ha enriquecido, particularmente acerca de la anatomía, que en tiempo de Da Vinci no estaba tan adelantada como ahora, y por lo que ha mejorado las figuras, valiéndose para uno y otro de hábiles profesores».
La vida de Rejón
Sobre la vida del propio Rejón de Silva sabemos todavía bastante poco: que nació en Murcia en 1740 y que allí mismo murió en 1796; que alcanzó la dignidad de secretario de Estado con Carlos III y fue académico de San Fernando; en fin, que, además de autor de varios libros, fue, según Cea Bermúdez, «pintor por afición». «Le hemos visto en Madrid», añade, «dibujar y copiar con acierto obras de Mengs, de lo que existe alguna prueba en la Real Academia de San Fernando». Lo que sí conservamos es lo que publicó, aparte naturalmente de la traducción de Leonardo y Alberti. Ahí están, por ejemplo, La pintura. Poema didáctico en tres cantos (Segovia, 1786), Diccionario de las nobles artes, para instrucción de los aficionados y uso de los profesores (Segovia, 1788), y, en el campo de la creación literaria, Céfalo y Procris (1763) y Aventuras de Juan Luis, historia divertida (1781). También sabemos por Ceán que, como ese otro ilustrado que fue Bosarte, le obsesionó continuar la magna obra de Palomino: «Y creemos que sería más acreedor a la luz pública un compendio que trabajó de los dos tomos de la obra de Palomino, que existe manuscrito en la biblioteca de la misma Academia de San Fernando». Un verdadero acierto, pues, de política cultural y buen gusto el que han tenido estas instituciones murcianas al hacer accesible esta importante edición, que, desde hace mucho tiempo, era rareza de anticuarios.
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