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El frío y el hambre aumentan la magnitud del desastre en el sur de Italia

Juan Arias

Italia está viviendo en estas horas tres terremotos a la vez: el que sembró muerte y terror el domingo en la población más pobre del país; el terremoto político creado por el presidente de la República, el anciano socialista Sandro Pertini, con su mensaje a toda la nación denunciando a los responsables crónicos de la ineficiencia de las instituciones, y, finalmente, el terremoto que se ha desencadenado en aquellas poblaciones ante las consecuencias psicológicas producidas por aquel inolvidable «temblor de la muerte».

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ENVIADO ESPECIAL,Mientras se siguen sacando de entre los escombros, que son ya montañas de fango por la lluvia y la nieve, los últimos supervivientes, se empiezan a contar los nuevos muertos, víctimas, sobre todo, del frío. Han empezado a morir niños y ancianos por complicaciones respiratorias. Llueve y nieva en los 26.000 kilómetros cuadrados afectados por el seísmo. Se calcula que más de 500.000 personas duermen a la intemperie. Sólo en la ciudad de Nápoles, según dijo ayer el alcalde, Maurizio Valenzi, son 50.000. En esta ciudad están ocupando las escuelas, más de cien autobuses urbanos, pequeñas fábricas, mercados cubiertos, trenes. Todo lo que pescan. Ahora se les está alojando en naves en el puerto, en hoteles, en casas privadas deshabitadas y expropiadas.También las ciudades de Avelino y Salerno están desiertas, porque en todo el territorio del terremoto, el 60% de las casas que se han quedado en pie ha sido declarado peligroso.

Pero la situación más dramática la está viviendo la zona de montaña, en los pequeños centros donde nadie puede vivir en las casas derrumbadas o casi. La gente ha acampado, hasta ahora, en los prados y campos de deportes, pasando la noche al lado de las hogueras. Pero desde hace dos días llueve ininterrumpidamente y el agua y la nieve apagan el fuego.

EL PAIS ha visto llorar sin pudor a hombres rudos que han sido capaces de vivir enterrados durante cinco días sin morir. Lloran de rabia, porque ven morir a sus niños de frío.

Al mismo tiempo, los cientos de enviados especiales de Prensa, radio y televisión lanzan mensajes paradójicos: «No mandéis camiones de víveres y ropa. Hay toneladas hacinadas en las carreteras». Se impide el paso de la ayuda de socorro a los heridos porque no existe todavía una organización que sea capaz de repartir este material. En algunos puntos hay toneladas de leche y faltan mantas y tiendas; en otros, los niños mueren de hambre. Se asaltan los camiones. Los soldados declaran que no saben montar las tiendas ni reparar un puente.

Hay aún diecinueve pueblos donde no ha llegado nadie, fuera de los periodistas.

Ayer, de otro pueblo del que apenas se conocía la existencia, el alcalde pidió ochocientos féretros.

Y está naciendo un problema grave: el terror a la epidemia por los muertos no enterrados y ya en estado de putrefacción. Los médicos piden desde la radio que se eviten las moscas, que se tome cualquier tipo de antibiótico.

La gente no quería creer ayer lo que ha declarado un político: «El 5 de diciembre próximo prescribe el decreto de utilización de 25.000 millones de pesetas destinados en 1962, a las víctimas de otro terremoto y que por razones burocráticas están aún sin utilizar». Y los siniestrados por el nuevo terremoto vivían aún en las barracas que se habían construido con carácter de emergencia, con sus propias manos hace dieciocho años.

Y como sucede siempre en estos países del Sur, cargados de fantasía, de fatalismo, de sufrimiento y de picaresca, en medio de tanto dolor no faltan las historias increíbles de humor: a un señor se le murió la suegra en el terremoto. La familia era más bien rica y quería llevarla a la ciudad para enterrarla, le pidieron cinco millones de liras y le pusieron grandes trabas burocráticas para poder trasladarla. ¿Qué hizo? Escondió el cadáver en una barca de goma desinflada, la cargó en su remolque y cogió la carretera. En un motel se paró a tomar un café con su mujer. Cuando regresó le habían robado el coche y el remolque. Desesperado, fue a la comisaría. Resultado: fue detenido por ocultación de cadáver. De la suegra, ni restos. Pero lo peor es que con el cadáver se le desmoronaron todas las, posibilidades de heredar.

En la ciudad de Nápoles, la noche del terremoto, en la plaza del Ayuntamiento, donde se reunieron, espantadas, más de 100.000 personas, con los niños en brazos, aparecieron en seguida como hongos los vendedores ambulantes que vendían a los niños cientos de globos de colores y caramelos.

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