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Europa y la Conferencia de Madrid

Si la Conferencia de Helsinki sirvió hace cinco años para que la Unión Soviética confirmara ante 35 países el actual reparto de influencias en el continente europeo y la estabilidad de las fronteras que nacieron de la segunda guerra mundial -con Berlín y las dos Alemanias de por medio, y ello muy a pesar de las reservas que se hicieron sobre ambos temas-, la CSCE de Madrid se va a convertir, sobre todo, en la reafirmación del liderazgo de Estados Unidos sobre Europa occidental. La invasión de Afganistán por tropas de la URSS, la crisis económica y de identidad política que sufre la Europa comunitaria y el paulatino desenganche de Gran Bretaña del proceso político iniciado en la firma del Tratado de Roma son argumentos definitivos que dan a la nueva Administración de Ronald Reagan la posibilidad de un incondicional liderazgo occidental, en menoscabo de la construcción política de la CEE y del proceso de distensión iniciado en Helsinki, malogrado en Belgrado y casi enterrado en Madrid.

Debatir el nivel y futuro de las relaciones Este-Oeste a tan sólo unas semanas de la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca constituye un arriesgado ejercicio de reflexión política cuyas consecuencias sólo deben situarse en la más precaria de las interinidades, por mucho que los embajadores del Departamento de Estado en la CSCE intenten asegurar una continuidad administrativa en lo que al desarrollo de la Conferencia de Madrid se refiere. Basta sólo con repasar el programa electoral del presidente electo, para concluir en la hipótesis de que la distensión será, desde enero próximo, una cuestión más y de relativa relevancia en el diálogo directo, que las superpotencias entablarán con dureza y pragmatismo a partir de 1981.

Después de bizantinas y nocturnas discusiones sobre un punto y aparte -y no exagero- de su orden del día, la Conferencia de Madrid nació gravemente herida, a tan solo quince minutos del final del día 11 de noviembre, pactada en Belgrado y adornada de toda una charanga publicitaria, que iba desde los disidentes autolesionados (con ambulancia americana en los talones) hasta la competencia Este-Oeste en conciertos y conferencias de Prensa, de reuniones paralelas o de popes soviéticos que cantaban, no sin entusiasmo, las excelencias de la libertad religiosa en la URSS.

Todo un espectáculo de unos contra otros a la caza y captura de la opinión pública y privada de los mil millones de ciudadanos, cuyas relaciones y derechos intenta apadrinar, sin precisión alguna, el Acta Final de la Conferencia de Helsinki. Un espectáculo que animó los primeros días de la Conferencia, dedicados a los discursos generales de los 35 países participantes.

Apertura enfrentada

Con mayor o menor intensidad, Estados Unidos, Canadá, los países de la CEE y España y las naciones neutrales aludieron en la apertura de la Conferencia a temas similares, como la invasión de Afganistán por la URSS, tema este que se ha convertido en el leitmotiv occidental de la Conferencia de Madrid. También el capítulo de las violaciones de los derechos hamanos en los países socialistas ocupó un lugar privilegiado en estos discursos, como se esperaba. Y, como se esperaba , también la URSS y sus aliados dijeron que Afganistán no es terreno europeo ni tema de la CSCE, y que a las alusiones concretas a los derechos humanos no eran otra cosa que una injerencia en los asuntos internos de los países. Los representantes del Este contraatacaron acusando a Estados Unidos y a Ja OTAN de rearme y recordaron sus generosas propuestas de nueva negociación de desarme multilateral.

La tónica marcada en los discursos generales y públicos de la Conferencia, se reiteró después, en las sesiones privadas y en las comisiones de trabajo, confirmando la existencia de una barrera insalvable entre uno y otro bloque militar y la dificultad o imposibilidad de iniciar un diálogo en beneficio de todos. Para la OTAN, la retirada militar de Afganistán de las tropas soviéticas constituye la condición indispensable para que la Conferencia de Madrid progrese, en sus eventuales conclusiones, en favor de nuevas iniciativas de desarme, como lo quiere, Moscú. Una premisa esta que no tiene visos de prosperar en lo que queda de Conferencia.

Para el Pacto de Varsovia no hay espacio posible entre la distensión y la guerra fría, e insisten en la idea de que la culpa de la tensión actual está en el rearme de la OTAN, en el aumento de sus misiles tácticos y en la perspectiva de la extensión de la Alianza Atlántica hacia España, gracias a la falta de tacto e inoportunidad del Gobierno del presidente Suárez, por mucho que luego se diga entre bastidores que el tema «está congelado ».

El compromiso posible

El único compromiso posible, en estas circunstancias, se sitúa en dos temas concretos: en la continuidad de la Conferencia, a cuya organización aspiran oficialmente Bélgica y Rumanía (y que podría recaer al final en algún país neutral,como Austria) y en el compromiso difícil, pero no descartable, que los países del Este y del Oeste podrían establecer en torno a las propuestas que Francia ha presentado hace ya muchos meses sobre una nueva conferencia multilateral de seguridad y de desarme. La URSS, en principio sólo dispuesta a mejorar en algo las llamadas medidas de confianza o de información de maniobras militares en el corazón de Europa, podría estar de acuerdo con apoyar la postura francesa con tal de fotografiarse en Madrid, al final de la Conferencia, en la firma de un documento pacificador, en compañía de la OTAN en pleno y sin la más mínima concesión en el capítulo afgano. Y esto, en el mejor de los casos, porque no es una locura el pensar que el proceso de Helsinki se termine en Madrid en sus planos formal y político, sin que se fije la fecha y el lugar de la próxima Conferencia.

De todas maneras, y en ambos casos, aquí los perdedores son los países europeos. Los procesos liberalizadores de Polonia y Rumanía perderán la caja de resonancia de la CSCE -su única utilidad-, y las naciones europeas caerán, en plena era Reagan, en una profunda dependencia política, económica y militar de Estados Unidos. Porque la vuelta a la tensión Este-Oeste coincide, para desgracia de la CEE, nosólo con la crisis económico-energética, sino con la reforma y revisión de las principales políticas comunitarias y algunos de sus aspectos institucionales. Para el año entrante se espera que la crisis presupuestaria abierta por Margaret Tatchert en la Comunidad, y la revisión agrícola exigida por Valéry Giscard d'Estaing, ante la candidatura española, se con viertan en debates clave para la definición de la Europa inmediata o posible. De un proyecto que tendrá mucho de nuevo y que no cuenta con el entusiasmo británico, atado por la derecha al liderazgo americano y por la izquierda laborista al anti-Mercado Común de Michael Foot; de una nueva intentona que nacerá al margen del proceso de la disten sión y víctima de sus servidumbres exteriores.

La invasión de Afganistán no favorece la autonomía de la, CEE, de la misma manera que el programa Reagan en nada ayuda a Polonia. Ambas iniciativas lo que sí van a facilitar será la preponderancia del diálogo Washington-Moscú, en detrimento de aliados y satélites, devolviendo las relaciones internacionales al eje Este-Oeste y marginando la dimensión Norte-Sur, que la crisis de las materias primas y la construcción de la Europa política favorecía tiempo atrás.

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