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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Voluntad política y crisis económica

EL COLOQUIO televisivo del vicepresidente económico y la comparecencia ante la correspondiente comisión del Congreso del ministro de Economía y Comercio no han revelado nada nuevo.Sería prematuro realizar un balance de las semanas transcurridas desde que el Gobierno sometió al Congreso su programa de política económica, tan cargado de buenas intenciones como desprovisto de cifras. Pero empieza a preocupar en la calle, y sobre ticido en medios económicos, la aparente pasividad de los nuevos responsables de la economía ante la gravedad de unos problemas que requieren soluciones más drásticas y más inmediatas de las que este equipo parece dispuesto a aplicar.

Una pregunta que empieza a. formularse mucha gente es la relacionada con la voluntad reformista del actual equipo gobernante. La intervención parlamentaria del presidente Suárez pudo interpretarse como un compromiso de reanudar el proceso de liberalización de la economía, relativamente interrumpido durante los últimos meses de' la etapa anterior. La economía española tiene buenos precedentes en este terreno. Así, el proceso de modernización del aparato económico emprendido en los años sesenta tuvo efectos altamente beneficiosos a lo largo de década y media. Pero desde la crisis del año 1973, de cuyo túnel aún no hemos salido, la paralización de todo proceso de cambio ha sido evidente.

Recoger el desafío liberalizador que en muchos aspectos planteó Suárez en la cuestión de confianza no es, desde luego, tarea fácil. Las resistencias del aparato estatal a una operación de este tipo son incalculables, sobre todo cuando en las cúpulas del poder político y económico se sientan personas escasamente convencidas de su necesidad y atrapadas por compromisos gremiales de dudosa eficacia para la sociedad española. Pero, en cualquier caso, resultan preocupantes la lentitud y la timidez con que los esfuerzos de liberalización se llevan a cabo.

La enumeración de las cuestiones en las que este Gobierno podría hacer dejación de trámites inútiles sería interminable. El sistema de precios sigue mostrando una rigidez pasmosa. La reforma financiera no va a ser abordada con la celeridad y sinceridad que desearían quienes piensan que los costes y los precios deben responder siempre a las escaseces relativas de la economía, aunque sea preciso contratar los intereses de sectores poderosos de nuestro sistema económico. El tipo de cambio sigue dificultando el necesario ajuste de la competitividad exterior de nuestros productos y servicios a las realidades internacionales, impidiendo que la exportación absorba una parte necesariamente creciente de nuestra producción. El sistema arancelario continúa olvidando que la integración en la CEE está ahí, a la vuelta de unos años, por mucho que algunos sectores empresariales, cuya longevidad causa la perplejidad de los espectadores, se empeñen en sembrar el fantasma de la desocupación y el paro. El mercado laboral sigue gremializado a niveles que hacen difícil, por no decir imposible, el dinamismo industrial necesario para permitir la creación de nuevas actividades empresariales en sectores con futuro. Y, en Fin, la crisis industrial no es abordada desde una perspectiva de rigor y de futuro, ya que aquí sólo existe la preocupación- por enterrar indefinidamente recursos escasos en actividades por las que ya resulta imposible apostar sin riesgo de dilapidar nuestro escaso caudal creador.

Todo este conjunto de problemas requiere algo más que buenas palabras y buenos deseos. Exige una acción solvente y dinámica, que sólo puede poner en práctica una voluntad política conocedora de las metas a alcanzar y de las razones para hacerlo. De lo contrario, este país se puede ir hundiendo, poco a poco, en una inanición paralizante, que traería como resultado el paulatino empobrecimiento de nuestra sociedad y la progresiva pérdida de credibilidad de las instituciones democráticas.

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