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Tribuna:El factor económico en las elecciones norteamericanas / 1
Tribuna
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Tres de cada cinco votantes pensaran en el bolsillo a la hora de emitir su voto

La situación económica norteamericana, caracterizada por una alta tasa de inflación, nulo o débil crecimiento y un elevado índice de desempleo, puede ser el tema decisivo en las elecciones presidenciales norteamericanas el próximo 4 de noviembre. Tres de cada cinco norteamericanos, revela una encuesta Gallup, consideran que la inflación es un factor más importante a la hora de votar que, por ejemplo, la situación en el golfo Pérsico. Un enviado especial de EL PAIS analizó recientemente en Estados Unidos los últimos datos coyunturales de su economía y las políticas económicas que proponen los tres principales candidatos.

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Cuando los norteamericanos acudan a las urnas el próximo 4 de noviembre para elegir a su presidente y á un extenso número de sus representantes para los próximos cuatro años, tres de cada cinco votantes estarán pensando que lo que realmente deciden en la elección será su futuro y bienestar económico. Una encuesta de opinión realizada por el Instituto Gallup reveló recientemente que un 60% de los norteamericanos piensa que la inflación, y no la situación internacional, es la cuestión central que se debate en las elecciones del año 1980, al tiempo que una gran mayoría piensa que su bienestar social inmediato y la seguridad de su puesto de trabajo les va a inclinar más a la hora de entregar su papeleta electoral, que la situación en el golfo Pérsico.Sin embargo, poco o casi nada están haciendo los tres principales candidatos (por incluir al marginal, aunque quizá decisivo, John Anderson) en el terreno económico para colmar el interés de los votantes. El debate de 1980 sobre la economía norteamericana, su actual deterioro y la salida de la crisis, se ha vuelto, o muy técnico para la comprensión del votante medio, o las diferencias de los programas sugeridos por Jimmy Carter y Ronald Reagan son tan pequeñas en algunos capítulos que el interés por las diferentes opciones en el área económica se ha reducido a un número relativamente pequeño de los expertos, los economistas, los banqueros o aquellos círculos que se juegan mucho más en la elección que el puesto de, trabajo o el encarecimiento de la cesta de la compra.

Es el ciudadano de a pie quien está sufriendo las consecuencias más directas de la situación económica norteamericana. Los precios de la gasolina se han doblado en sólo dos años, el ritmo de la inflación (casi un 15% en 1979 y por encima del 10% en los primeros nueve meses de 1980) es impensable para los esquemas estadounidenses, el desempleo ronda un fatídico 8% de. la población activa; los tipos de interés, que han llegado en marzo pasado al 20% para el prime rate, nunca han estado tan altos en la reciente historia norteamericana. Y los programas sociales de los años anteriores se han ido paulatinamente recortando en aras de mayores necesidades en el lado de la defensa o de la urgencia de recortar el gasto público.

Ante este sombrío panorama, tanto el candidato demócrata, Jimmy Carter, como el republicano, Ronald Reagan, e incluso el independiente John Anderson, han preparado su estrategia y programas económicos, en un esfuerzo por captar al votante y convencerle de que bajo sus fórmulas mágicas para resolver el problema económico todo marchará bien en los próximos años. Obviamente, el presidente Carter es quien, en esta cuestión, lo tiene más difícil, porque un presidente en ejercicio no debe recurrir a promesas, sino a hechos.

Lo cierto es que, si bien la situación económica es hoy peor en Estados Unidos que en enero de 1977, cuando Jimmy Carter juró su cargo, el presidente norteamericano ha sabido dar en los últimos meses un vuelco a las cifras económicas, y, al menos temporalmente, la economía está disfrutando de una bonanza que algunos no dudan en calificar de temporal y electoralista.

La coyuntura económica

En estos momentos, la situación económica norteamericana está sometida a un curioso debate, que se centra, precisamente, en saber dónde está. ¿Ha terminado la recesión de los últimos meses? ¿Ha comenzado la ansiada recuperación? ¿En qué momento exacto se ha producido el punto de inflexión?

Todos los expertos están de acuerdo en que es difícil determinar, a ciencia exacta, cuándo y cómo se ha producido el final de la recesión, o, como otros prefieren llamarlo, el comienzo de la recuperación. Algunos incluso niegan que se haya producido ese cambio; pero lo cierto es que las últimas estadísticas demuestran que la tendencia a la baja en todos los indicadores se ha detenido, e incluso algunos muestran claros signos positivos. El dato más positivo, sin ninguna duda, ha sido el crecimiento registrado, en el tercer trimestre, en el Producto Nacional Bruto (PNB), que aumentó un 1% después de una caida del 9,6% en el segundo trimestre.

El descenso del 0,2% en los precios al consumo, durante el mes de septiembre, fue otro dato que tomó a los analistas econa5micos por sorpresa, y algunos comenzaron a lanzar las campanas al vuelo cuando la tasa de desempleo perdió unas décimas de punto en el mismo mes, hasta situarse en el 7,5%.

Leon Taub, vicepresidente del Chase Econometrics, es muy decidido, aunque realisla, cuando afirma que las últimas estadísticas económicas sólo «Indican que la fase descendente de la recesión se ha acabado». Esto no quiere decir, a su juicio, que la economía se haya lanzado por la senda de la recuperación, sino, más bien, que «se ha entrado por un período de crecimiento estable en torno al cero, es decir, al mantenimiento del PNB en sus niveles anteriores».

El jefe de los economistas del Departamento de Comercio, Courtenay Slater, por su lado, es más optimista. «Lo que prueban los últimos datos económicos», afirma, «es que la economía norteamericana se ajusta a los cambios y a las medidas de actuación de una manera muy rápida. Estamos en un tipo de economía muy ágil y, en estas situaciones, se pueden hacer grandes cosas».

Evidentemente, nadie se atreve a predecir el final de la recesión ni el comienzo de la recuperación. George Perry, de la Brookins Institution, observa que sólo existe un 50% de posibilidades reales de que se haya producido un cambio efectivo durante los cruciales meses de agosto y septiembre. Es de la misma opinión, en este sentido, que aquellos economistas que señalan que la verdadera posición de la economía norteamericana no se dejará sentir hasta primeros del año, cuando se confirmen o disipen esas señales adelantadas del giro en curso de la economía

Los problemas de fondo persisten

Sean cuales sean dichas señales, un gran número de economistas están de acuerdo en que los graves problemas de la economía todavía subyacen y esperan soluciones y planes a largo plazo. Como sucede en la mayor parte de las economías industrializadas, existe en Estados Unidos un extenso número de sectores en crisis que no van a encontrar remedios permanentes en los planes de urgencia, que, como el propuesto para el sector automovilístico o el ya publicado sobre la industria siderúrgica, tienen más tintes electoralistas que efectivos.

El tema de la industria siderúrgica, por ejemplo, es uno de los casos más evidentes. Como sucede en prácticamente todos los países industriales avanzados, este sector atraviesa una profunda crisis, derivada del mantenimiento de una tecnología obsoleta y poco competitiva, unos costes salariales y de materias primas cada vez más altos y una caída de la demanda general en todo el mundo. El presidente Carter, que hace unos meses levantó un sistema de control de precios en el acero que protegía a este sector de las importaciones, anunció a bombo y platillo un plan de urgencia de ayuda a la industria siderúrgica, que, en la práctica, se limitaba a reimponer aquellos controles. La reacción de la industria afectada fue de alivio, evidentemente, por el balón de oxígeno que se les concedía; pero, inmediatamente, surgieron voces de protesta porque Carter no había ido, nuevamente, al fondo del problema.

Algunos economistas gubernamentales se defienden de estas acusaciones bajo el argumento de que el presidente, por sus limitaciones constitucionales, carece muchas veces de la autoridad suficiente para inculcar cambios radicales en la política económica. Si bien la reciente polémica sobre los t ipos de interés entre Carter y el presidente del Sistema Federal de la Reserva, Paul Volcker, confirma hasta qué punto el presidente está atado de manos a la hora de modificar la política monetaria restrictiva seguida desde el FED, también es cierto que Carter ha contado con más de tres años en la Casa Blanca para modificar la política energética norteamericana.

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