Un gran director para una gran orquesta
Bajo el signo de la armonía y la convivencia se ha inaugurado el Festival Internacional de Música de Barcelona. Significación aleccionadora, avalada por la serie de organismos y entidades -nacionales, locales, privadas- que aúna sus esfuerzos para que los ciclos de otoño sean algo más que una serie concentrada de conciertos y se conviertan en hecho cultural y social.Así, la primera noche festivalera es, a la vez, el comienzo del curso del patronato «pro música» y haconstituido un triunfo total gracias a la actuación de la Orquesta Sinfónica de la BBC, dirigida por el soviético Gennadi Rozhdestvensky, maestro conocido ya, aun cuando sus visitas a España no sean tan frecuentes como todos desearíamos.
Gestos, personas sin abuso, ni siquiera uso, de la tan frecuente «coreografía directorial», más llamativa para el público que útil para la orquesta: tan anudivo es Rozhdestvensky que ni siquiera se sirve de podium, pedestal sobre el que tanto conductor se levanta.
Cien veces, mil, hemos escrito sobre la calidad individual de los instrumentos británicos y, por lo mismo, de la categoría de las orquestas sinfónicas y de cámara del Reino Unido. Entre las primeras de Inglaterra, lo que quiere decir entre las primeras de Europa, figura la Sinfónica de la BBC.
Creo que era estreno español la cantata dramática para mezzo y orquesta Fedra, de Benjamín Britten, estrenada en el Festival de Aldeburgh hace cuatro años. La línea teatral, tan querida por Britten, se concentra hasta crear una suerte de «molodrama» o «melologo» inspi-, rado en la versión más célebre del «mito» grecolatino: la de Racine. Manda la palabra, el impulso lírico de la voz, al que obedece una orquesta tan rica de matices, tan exacta de pensamiento y realización como la mejor del autor del Réquiem de guerra.
Para una obra así se necesita una cantante como Sarah Walker, que a la densidad de su timbre une una seguridad de afinación y una gravedad de expresión de todo punto admirable. La Walker y Rozhdestvensky lograron una fusión dramática (texto-lirismo-orquesta) que aleja del oyente cualquier sospecha de voz acompañada. Y la Sinfónica de la BBC, en su totalidad, en sus diversas familias instrumentales y en la individualización de los solistas, creó un mundo sonoro de tanta fuerza humanística como la parte estupendamente cantada por Sarah Walker.
La Novena Sinfonía en Do Mayor, la de las «divinas longitudes», se me antoja piedra de toque para un director. Gennadi Rozhdestvensky se mostró en toda la altura de su pensamiento musical y de su singular técnica. Este inmenso lied orquestal, de casi una hora de duración, en el que Schubert anticipa la sinfonía posromántica desde Bruckner y Maliler hasta Shostakovich, exige un esfuerzo constructivo, una capacidad de interiorización y un poder de evidencia, sin los cuales el auditor no puede «vivir» la obra. Esto se trata en la «sinfonía grande»: de escuchar activamente, de sumergirse en un universo sonoro y conceptual del que parecemos no querer salir.
Babelia
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