Las dos vías para alcanzar la santidad
La proyección, el pasado lunes, de Prostitute, producción británica de Tony Garnett, y de Fontamara, del italiano Carlo Lizzani, permite apuntar varias reflexiones, que en ocasiones serán válidas para las dos películas y, otras, para cada una de ellas consideradas autónomamente.Las dos son producidas por sus respectivas televisiones. En el caso de la británica, por la BBC 2, y en el caso del filme del actual director de la Mostra de Cine de Venecia, por la RAI, entidad que hace tiempo se ha convertido en la primera empresa productora cinematográfica de su país, al menos en las películas que concurren a los festivales.
El filme de Tony Garnett es un documental sobre las prostitutas que ejercen su profesión en los salones de masajes -las más afortunadas- o en la calle. Quizá habría que calificar la película más de documento que otra cosa, por cuanto la reconstrucción- de determinadas escenas es evidente. Es decir, se utiliza tina técnica descriptiva realista, aunque con una metodología creativa y ficticia. Para ser más concisos cabría hablar de una «recreación y construcción de la realidad». Del documentalismo británico apenas merece la pena hablar, pero valga el apuntar que es una de las escuelas más importantes del mundo y con notable influencia en el resto de las cinematografías. Probablemente, el dato más atractivo del filme sea su condición televisiva.
Mistificación histórica
Fontamara, del buda político-cinematográfico Carlo Lizzani, también es una producción de la televisión; pero, en este caso, lo único que cabe pensar es que la mencionada caja puede ser la plataforma idónea para llevar la vieja nueva de la mistificación histórica y manipulación deleznable del devenir individual. La acción muestra la toma de conciencia de un campesino indocto -en la Italia fascista- que, de la rebeldía instintiva, accede al gesto heroico por una causa innominada que todo el mundo entiende como la causa comunista. Paralelamente, el paupérrimo pueblo del que procede el nuevo héroe, adopta y vive una evolución similar, aunque, naturalmente, de forma colectiva. De las rencillas y la desconfianza típica de la mezquindad de las pequeñas comunidades se llega a la utilización naif de una multicopista, editando un panfleto clandestino que, se titula ¿Qué hacer?, y que, llegados a este punto de la película, ya no se sabe si es un homenaje a VIadimir Illich Ulianov o propaganda de una enciclopedia del bricolage.
La acción muestra también una historia de amor entre el joven y nuevo héroe y una lugareña, condicionada irremediablemente por la religión, que perece tras subir a una escarpada montaña, con el fin de ofrendar a la virgen una vela por la salvación física de su prometido -detenido y torturado en la Roma mussoliniana-, ascension montañera que podría interpretarse conio un homenaje a la Virgen de Covadonga o a César Pérez de Tudela. De esta guisa, Lizzani consigue reunir en una sola película las dos vías por las que se puede alcanzar la santidad: el marxismo combativo y la fe ciega en el más allá, lo que probablemente explica la inclusión de tanto cristiano viejo en los comités centrales del partido.
El problema de Fontamara es que, realizada con una buena técnica, difunde la idea del heroísmo individual, con una constancia tal que, inconscientemente, le asemeja a los generales que denuncia Kubrick en su Paths of glory. La ideología que inicialmente tenía previsto transformar el mundo se ve arropada por sus seguidores con una envuelta no solamente conservadora, sino claramente indigna.
Creer que la depauperación del campesinado se debe al fascismo, o cuando menos difundirlo, es engañar con saña al electorado -esto en terrenos de lo colectivo-; morir por los demás sin ninguna justificación moral, aun aceptando la peregrina situación en que la muerte puede tener alguna justificación, salvo la biológica, es fundamentalmente una idiotez -esto en el terreno de lo individual-, y si a todo ello se le añade el oportuno y oportunista. velo que cubre la colaboración del partido comunista con el poder, ocupando escaños, alcanzando alcaldías o trabajando para la RAI, sin que por ello el campesinado haya obtenido otra cosa que una emigración interior masiva y su correspondiente despoblación, Fontamara, de Carlo Lizzani, puede pasar a la historia del cine como uno de los más indignos documentos jamás filmado.
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