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73º jornadas en Santander

Pese a ser número primo, 73 no constituye, que yo sepa, cifra cabalística alguna. No figura en los tratados esotéricos más conocidos y es extraño: porque acaso sólo con la ayuda de algún saber oculto puede llegar a comprenderse lo ocurrido este verano en Santander.Han sido 73 días mágicos e intensos. Casi todos ellos era preciso llevar a cabo una difícil elección: entre escuchar los seductores sofismas de Agustín García Calvo o asistir -varón impávido y acorralado- a un debate sobre sexualidad femenina. Entre oír las hermosas canciones de Amancio Prada o adquirir algún conocimiento sobre teatro merced a las poéticas explicaciones de Antonio Gala.

Y así todos los días: la opción entre las aulas y la playa, entre la economía y la cultura helénica, entre la genética y el nuevo cine español. Porque lo penoso es que elegir significa, al propio tiempo, renunciar. Prescindir de algo que de verdad interesa, negarse a uno mismo la posibilidad de participar en un acto que atrae nuestra atención.

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Ahora, cuando han transcurrido con insólita rapidez esos 73 largos días de verano, comenzamos las despedidas, las autocríticas y los balances de urgencia. Muchas veces esos recuentos sinópticos se cargan de cifras como buscando una apoyatura numérica que legitime nuestros argumentos formales. Por eso cuantificamos los cursos celebrados, los profesores y conferenciantes, los alumnos asistentes.

Supuestos de partida

Pero ¿cuál era, en realidad, nuestra pretensión con estos cursos iniciados bajo la presidencia de los Reyes de España? Deseábamos, por una parte, entroncar con una tradición, liberal y progresista, que posibilitó la creación de la Universidad Internacional de verano en 1932. Así lo manifestó Raúl Morodo desde el primer momento. Queríamos, al propio tiempo, no hacer tabla rasa de lo realizado a partir de los años cuarenta. Y pretendíamos, sobre todo, convertir a esta universidad tan poco convencional en un foro abierto en donde confluyeran múltiples saberes de lejanos orígenes conformando un único conocimiento.

Remedo de academia platónica, la gimnasia y la música, la aritmética y la dialéctica, han tenido un lugar en donde encontrar cobijo estival. Y de este modo pudo producirse, para sorpresa de algunos, la infrecuente situación caracterizada por el hecho de que los estudiantes asisten a los cursos sin que se vean forzados a ello por imposición alguna: ni se pasa lista ni se realizan exámenes.

La interdisciplinariedad y la pluralidad de enfoques científicos ideológicos constituyó otro de nuestros supuestos de partida. Pienso que en muy pocas ocasiones, al menos en nuestro país, se han dado cita en tan corto espacio de tiempo concepciones tan diversas en un mismo lugar. Todo ello generaba una continua incitación al diálogo, un deseo de adquirir conocimientos con frecuencia alejados de los campos específicos de estudio de cada uno.

Una sola sabiduría

Y ayer, cuando el ministro González Seara clausuró los cursos de verano, las aves han iniciado su vuelo migratorio y los árboles de la Magdalena comienzan a amarillear, entendimos que buena parte de aquellos objetivos han sido logrados. Hay, desde luego, que esperar la crítica y el juicio objetivo de los muchos españoles y extranjeros que nos honraron con su presencia.

Pero, sin prescindir de ese necesario juicio, creo, personalmente, que la suma de las lecciones impartidas este verano ha tenido que contagiar cierta curiosidad intelectual a los miles de personas que pasaron por nuestras aulas.

Porque, con san Agustín, entiendo que no hay muchas ciencias o muchas sabidurías: sólo hay una sabiduría en la que se encierran inauditos e infinitos tesoros intelectuales donde se hallan todas las invisibles e inmutables razones de las cosas visibles y mutables de la creación.

Por eso, aunque sólo por eso fuera, como las aves o las nuevas hojas de los árboles, también nosotros, si nos lo permiten y para ello somos requeridos, volveremos a Santander el próximo año.

Francisco J. Bobillo es profesor de Ciencias Políticas y secretario general de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo.

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