Más de 800.000 indios brasileños han sido exterminados en lo que va de siglo
El próximo mes de noviembre se reunirá en Rotterdam el IV Tribunal Russell, dedicado en esta ocasión a las constantes violaciones de los derechos de los indios aborígenes de las Américas. Para muchas tribus de indígenas esta podría ser su última oportunidad de supervivencia. En lo que va de siglo, los indios de las selvas brasileñas han sido reducidos de más de un millón a menos de 200.000 individuos. En el caso de Australia, de los 300.000 habitantes que poblaban esta región antes de su conquista por los europeos apenas si quedan 150.000 descendientes suyos, en pésimas condiciones de vida y condenados a la extinción total en pocas décadas si no se toman medidas drásticas.
La sostenida agresión a las diversas minorías étnicas realizada en los últimos siglos suele justificarse en la manifiesta inferioridad y antiprogresismo de los grupos en cuestión, que son combatidos, sometidos y destruidos en nombre del progreso moral y económico. Conviene tener en cuenta, en este sentido, las matanzas de infieles o la destrucción violenta de rasgos culturales y de documentos anticristianos, transformada posteriormente en la misma actitud en nombre del progreso occidental, a cuyo establecimiento se oponían, como es lógico, los pueblos obligados a pasar bruscamente de la más o menos apacible vida tribal de cazadores y recolectores o agricultores itinerantes, a mineros forzados o esclavos de plantaciones, industrias u obras públicas, o a desplazarse hacia las zonas más inhóspitas del planeta.En la práctica, toda la justificación teórica de estas actuaciones genocidas o etnocidas no es más que una burda tapadera de la sistemática negación de los derechos territoriales y culturales de los pueblos indígenas en aras de la explotación de recursos esenciales a la expansión productivista. No olvidemos que tras las fiebres del oro, la plata o las especies, de los primeros conquistadores, la revolución industrial obligó a situar como tema primordial el hecho de que más del 50% de las reservas mundiales de minerales de uranio, cobre, aluminio y otros muchos se encuentran en territorios de las hoy llamadas minorías étnicas.
En efecto, una de las líneas más utilizadas para la justificación de esta explotación conlleva la ficción de que el territorio de las poblaciones autóctonas no pertenece a nadie -dada la manifiesta inferioridad de sus habitantes o incluso su carácter no plenamente humano- y, lógicamente, los conquistadores y colonizadores pueden apropiarse de él y de sus recursos, tanto en nombre propio como de la corona, el Estado o la empresa que financia la incursión. En los casos en que la resistencia lleva a enfrentamientos prolongados o, más recientemente, en que organizaciones de diversa índole reivindican los derechos indígenas, se suelen firmar tratados entre ocupantes y ocupados, por los cuales se les garantiza la posesión de parcelas territoriales habitualmente llamadas reservas.
En la práctica, esta segunda vía conduce, con el paso del tiempo, a la primera, ya que los tratados son sistemáticamente violados, y la tierra, expropiada. Todo ello, una vez más, en nombre del progreso.
Casos evidentes en este sentido, y en epoca reciente, son la reducción o expropiación total de reservas en Estados Unidos, el exterminio de indios brasileños para que empresas mineras o ganaderas se apropien de sus tierras, o el saqueo y deterioro de las reservas de los aborígenes del norte de Australia, para extraer bauxita o uranio por parte de diversos consorcios internacionales.
Por otra parte, y como complemento a la continua violación territorial, el derecho a conservar sus culturas les es igualmente negado», reduciendo éstas a folklore para turistas o a material coyuntural para tesis de antropología o películas de televisión.
Como es lógico, esta visión no es en absoluto compartida por las poblaciones afectadas, lo cual puede quedar meridianamente claro en las siguientes palabras del jefe Seattle, de la tribu juwamish, pronunciadas hace un siglo: «El Gran Jefe de Washington nos ha comunicado que desea comprar nuestra tierra... Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que si no lo hacemos, el hombre blanco vendrá con armas y tomará nuestra tierra...».
«¿Cómo se puede comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Tal idea nos es ajena. Si no somos dueños de la pureza del aire o del resplandor del agua, ¿cómo pueden entonces comprarlos?».
La "civilización" ha exterminado a millones de indígenas
En lo que posiblemente hayan variado más las prácticas etnocidas en las últimas décadas es en la amplitud de los métodos de agresión, particularmente refinados y diversificados en la actualidad frente a la simple agresión directa de algunos; siglos atrás, que, sin embargo, tampoco ha sido descartada, como veremos a continuación.
Las diversas tácticas de exterminio podrían agruparse, grosso modo, en dos grandes bloques: la agresión violenta directa y la destrucción de las condiciones de supervivencia de los grupos aborígenes.
Dentro del segundo de estos bloques, a la quema de bosques para establecer plantaciones, utilizada desde hace siglos, se han ido uniendo otras prácticas que podríamos resumir en los siguientes epígrafes:
1. Deforestación. La tala de árboles en las selvas tropicales acaba inevitablemente con las posibilidades de supervivencia de las tribus que viven en ellas. Esto ocurre por diversas causas, entre las cuales podríamos destacar la enorme fragilidad de los suelos selváticos, que, tras la tala masiva de árboles, son poco aptos para la agricultura y tienden a desertificarse. Por otra parte, es evidenteque tanto los animales, que pueblan la selva como la abundancia de peces en sus ríos, se ven seriamente amenazados por las talas y, de este modo, desaparecen prácticamente la totalidad de las fuentes de subsistencia de las tribus en cuestión.
2. Explotación de recursos. Puesto que, como veíamos anteriormente, una enorme cantidad de recursos minerales se encuentra en territorios poblados por etnias marginadas, la explotación de aquéllos suele obligarles a la emigración o a la permanencia en un hábitat degradado y contaminado, que equivale a una muerte lenta o al simple aplazamiento de su marginación hacia zonas desérticas o semidesérticas, donde se suelen instalar las famosas reservas. Casos conocidos en esta línea podrían ser los de los aborígenes del cabo York, en el norte de Australia, donde vivían -y en parte aún viven- múltiples clanes de las tribus auruxun, mapoon y weipa, cuyas tierras han sido violentamente invadidas por diversas empresas multinacionales interesadas en los ricos yacimientos de bauxita allí existentes.
Del mismo modo podríamos citar el territorio de las reservas navajo y hopi, en Estados Unidos, cuyo subsuelo posee enormes reservas de uranio. Este hecho ha llevado no sólo a la usurpación de estos recursos, sino igualmente al empleo de indios como mineros, a causa de lo cual varias decenas de los mismos han fallecido con cáncer de pulmón...
3. Instalación de industrias contaminantes. La contaminación de ríos y aguas costeras que sirven de zona de pesca a grupos indígenas es otra de las formas de agresión habituales, cuyas consecuencias principales pueden ser una de las tres siguientes: a) Difusión acelerada de enfermedades más o menos graves e imposibilidad de continuar pescando; b) retirada del grupo hacia otras zonas aún vírgenes; o, c) aculturación violenta del grupo que pasa a vivir de la caridad pública y que cambia el pescado y los frutos silvestres por leche en polvo y carne enlatada, emigrando los más jóvenes a las ciudades, y resignándose el grupo a la desaparición a corto plazo.
4. Construcción de infraestructuras. La construcción de carreteras (recordemos la célebre transamazónica), de aeropuertos, puertos.... así como de presas, oleoductos y otras infraestructuras afecta seriamente al equilibrio ecológico de los hábitats de múltiples grupos tribales, y tiene las mismas consecuencias que la deforestación o la contaminación, ya que reduce las posibilidades de subsistencia y obliga a un contacto brusco con la civilización, difícilmente soportable para la mayoría de estos pueblos.
En cuanto a la agresión violenta directa, al ya clásico exterminio a manos de bandas armadas se han unido otras prácticas, como la esterilización forzada, el traslado a zonas urbanas o la adopción de niños indígenas, que conllevan un envejecimiento de la población que permanece en el territorio tribal, y la imposibilidad de transmisión de su cultura, lo que produce a medio plazo el mismo efecto que la muerte física, al borrar toda señal de identidad cultural en pocas generaciones.
En el caso concreto de las prácticas genocidas convencionales, los siguientes casos, apuntados en un informe oficial brasileño, nos pueden ilustrar fácilmente el hecho de que la barbarie en nombre del progreso occidental no tiene nada que envidiar a los más abominables crímenes de la historia.
«Ricos propietarios de tierras de la municipalidad de Pedro Afonso atacaron la tribu de Craos y mataron a unos cien indígenas...» «Los indios cintas largas fueron atacados por aviones que lanzaron dinamita en sus poblados. Posteriormente, una banda de pistoleros exterminó a todos los supervivientes que pudo encontrar. (Es interesante saber que en esta zona está instalada la empresa minera Billiton, dependiente de la Shell, quien necesitaba limpiar de indios el territorio para no tener problemas en su explotación)...». «Para exterminar a los picos-de-pau se formó una expedición que les llevó regalos, básicamente alimentos, que estaban mezclados con arsénico e insecticidas. Al día siguiente, muchos murieron...»
Ejemplos como estos se podrían dar de toda América Latina, del sur de Asia, de Africa, del Pacífico o de América del Norte...
La espantosa situación que hemos intentado reflejar en estas líneas no sólo resulta grave por lo que representa en tanto que atentado a los derechos humanos -lo cual es más que suficiente de por sí para denunciarla-, sino, igualmente por su significado, no siempre tenido en cuenta, en línea con el creciente totalitarismo que amenaza a los diversos pueblos al serles negado el derecho a la vida por el mero hecho de ser diferentes.
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