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Juan Pablo II regaló su anillo al párroco de un barrio de chabolas

Juan Arias

Juan Pablo II ya no tiene anillo. Se lo regaló ayer a Italo Coelho párroco de la favela Vidigal, una de las villa miseria de Río de Janeiro, donde viven hacinadas más de 20.000 personas marginadas, en las faldas de un cerro, delante de una de las hablas más bellas de la ciudad. En el apretado programa del papa Wojtyla en este maratón brasileño el momento más interesante de ayer fue el encuentro con estos «miserables» que lo esperaban con una gran pancarta que decía: «¿Hasta cuándo seremos marginados?».

Como la favela Vidigal no tiene calles, en su interior tuvieron que construir una especie de sendero con más de doscientos escalones para, que el Papa pudiera recorrerla. Había tanta gente que Juan Pablo II perdió el séquito pontificio. Logró resistir a su lado sólo el fiel secretario personal polaco, monseñor Stanislao.El Papa, rodeado por estas gentes del bajo proletariado de Río, pronunció un discurso sobre los pobres y los ricos. No fue revolucionario porque hablando de las bienaventuranzas y de las bendiciones de Dios a los pobres dijo que esto servía también para los ricos, en la medida en que «no cesen de darse ellos mismos y de servir a los demás». Pero fue igualmente importante porque fue un capote a los obispos, que aquí son acusados de comunistas por afirmar que la Iglesia debe estar al lado de los pobres y de sus luchas.

De hecho, Juan Pablo II afirmó que «en todo el mundo la Iglesia desea ser la Iglesia de los pobres», y añadió: «También la Iglesia de Brasil ha escogido ser, la Iglesia de los pobres».

Les recordó que mientras Jesús en las bienaventuranzas. prometía el reino de Dios a los pobres «reprobó duramente a los ricos». «La Iglesia, que desea ser la Iglesia de los pobres», dijo el Papa, «les recuerda a éstos que tienen que hacer todo lo que es lícito para asegurarse lo que les es necesario para la existencia, y a los ricos que viven en la abundancia y en el lujo, la Iglesia les dice aún con mayor fuerza», añadió Wojtyla, que «deben sentir remordimientos de conciencia, que puede ser que sean menos hombres». Y siguió diciendo con voz fuerte, mientras la gente aplaudía: «Que esta verdad les inquiete, que sea para ellos una advertencia y un desafío».

Aquí, en Río, el Papa ha sido recibido casi como un ídolo. Miles de pancartas por las calles lo llaman «Juan de Dios». En el famoso estadio de fútbol de Maracaná, el más grande del mundo, ordenó ayer a 74 diáconos y fue más aplaudido que Pelé, como decía cariñosamente un diario de la tarde, desde lo alto del Cristo de Corcovado, frente al peñón de Pan de Azúcar.

Mientras tocaban todas las campanas de las iglesias de la ciudad, el Papa, bendijo a Río y a todo Brasil, a quien puso bajo la protección de Cristo. Descubrió también una lápida como recuerdo de su visita.

Y para que no le faltara un recuerdo del gran carnaval, tres escuelas de baile de tres barrios de la ciudad bailaron en la calle ante él una samba brasileña. Era una samba hecha para el Papa. Fue un espectáculó en edición reducida, pero a los bailarines se les veía en el rostro y se les advertía en todo el cuerpo una emoción especial, conscientes de que estaban bailando la primera samba de la historia para un Papa.

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