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Los Reyes inauguran el curso en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander

«Conjugar la tradición y la modernidad, asumiendo los valores positivos de una y otra corriente de pensamiento». Así definió el rey Juan Carlos I la función de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, cuyo curso para el verano de 1980 declaró abierto en un acto académico, de una hora de duración, celebrado ayer a las siete de la tarde en el paraninfo de la península de la Magdalena, en Santander.

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Menéndez Pidal fue el primer rector en 1933

Don Juan Carlos y doña Sofía habían llegado al aeropuerto de Parayas media hora antes y regresaron a Madrid, también por vía aérea, a las 21.10 horas, aprovechando las últimas luces para poder despegar su avión. Los ministros de Universidades e Investigación y de la Administración Pública, señores González Seara y Martín Retortillo, estuvieron presentes en el acto académico, cuya lección inaugural fue dictada por el escritor Camilo José Cela.Don Juan Carlos se refirió en su breve discurso al carácter de «foro abierto" de cultura que debe tener la universidad española». Previamente, el Rey de España había entregado la medalla de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo a antiguos profesores y estudiantes de su primera etapa (1932-1936), en un acto que simbólicamente, en palabras del rector de la UIMP, «es la primera piedra que reconcilia la dividida cultura española». Jimena Menéndez Pidal, Solita Salinas y Ramón Carande, Jorge Guillén, José Antonio Rubio Sacristán, Emilio Gómez Orbaneja e Ignacio Aguilera, son las personalidades cuya vinculación a la universidad y categoría intelectual recibieron ayer público reconocimiento. Solita Salinas, hija del poeta Pedro Salinas, primer secretario de la UIMP, y Jorge Guillén y Gómez Orbaneja, no pudieron asistir al acto. Sí lo hizo, en cambio, a sus 94 años, Ramón Carande, antiguo miembro del comité de estudios de la universidad internacional.

«Nuestra historia académica y cultural ha sido predominantemente una historia antagonizada por las categorías bélicas de amigo/enemigo», dijo el profesor Raúl Morodo, al referirse a la concesión de esas medallas. La universidad internacional ha pretendido también, con la distinción a sus antiguos profesores y alumnos, «expresar un justo, aunque modesto, homenaje a unas ideas, desarrolladas en la Institución Libre de Enseñanza, en la Junta de Ampliación de Estudios y en el Centro de Estudios Históricos, y a unas mujeres y unos hombres que, intelectualmente, conjugan libertad, humanismo y solidaridad».

Camilo J. Cela, en su lección inaugural, empezó diciendo que era la primera vez que hablaba en público desde la distinción académica de que ha sido objeto, junto a otros muchos intelectuales, por parte de la universidad española. «Tampoco había hablado nunca», dijo Cela, «ante un Rey y una Reina», por lo que pidió disculpas por su «envaramiento», añadiendo que «tal trance colma y aun rebosa» sus aspiraciones.

La conferencia de Cela, de quince minutos de duración, fue una brillante concatenación de citas de pensadores clásicos, fundamentalmente griegos, y tina ingeniosa y rica divagación sobre la función del lenguaje y la palabra, a partir de un diálogo platónico entre Cratilo y Hermógenes. Cela concluyó que «el pueblo no crea el lenguaje, lo condiciona», se refirió con preocupación a la erosión de este lenguaje

También pronunció un breve discurso el ministro de Universidades e Investigación, que agradeció la presencia de los Reyes en la universidad internacional, porque «constituye una emocionante esperanza de futuro para el intento de conseguir una universidad nueva». El profesor González Seara, recordando un curso que dirigió Ortega y Gasset el año de la sundación de la UIMP, bajo el título "Meditación sobre la ciencia», dijo que «casi medio siglo después hay que reconocer que esa ciencia y esa técnica se han convertido en la gran esperanza y al mismo tiempo el gran temor del hombre contemporáneo».

Los Reyes de España, terminado el acto, recorrieron a pie los casi dos kilómetros que separan el paraninfo de la Magdalena, en el complejo destinado en su día a caballerizas reales, hasta el palacio que albergó a sus abuelos. Al pasar frente a la casa del administrador de la antigua propiedad real, don Juan Carlos y doña Sofía entraron en ella para visitar a Juan Carreró, servidor de don Alfonso XIII, y que no pudo acudir al paraninfo por hallarse enfermo.

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