Para Franco, la amenaza comunista vendría de Francia y Gran Bretaña, de la mano de la masonería
Ante estas alucinantes declaraciones, sólo hizo observaciones el general Kindelán, manifestando que después de lo allí escuchado estaba más preocupado que antes y que mientras permaneciese la Falange serían imposibles buenas relaciones con Francia y Gran Bretaña. Era pura ilusión contar con el apoyo de Estados Unidos.Estas observaciones fueron acogidas con la irrisión compasiva del general Franco y se levantó la sesión con un mutis general (7).
Los aliados, que siguieron muy de cerca todos los acontecimientos españoles, no esperaron al final de la guerra para establecer su criterio sobre el régimen del general Franco. Se ha aireado mucho la posición de Churchill en Potsdam. Esta posición estaba ya tomada mucho antes, en el otoño de 1944.
En los meses de octubre-noviembre de 1944, el Foreign Office consideró que Gran Bretaña necesitaba relaciones estrechas y amistosas con España por razones estratégicas, y una España próspera y amistosa con la que desarrollar su comercio. Estos eran dos aspectos fundamentales. Sin embargo, no existían perspectivas de unas relaciones satisfactorias en tanto permaneciese inalterado el régimen del general Franco, que se consideraba un anacronismo si la guerra finalizaba. Habida cuenta que un cambio violento de régimen por medio de una revolución no era aconsejable para sus intereses, al implicar probablemente la ascensión de elementos extremistas, y dado que la vasta mayoría del pueblo español se oponía a una nueva revolución, era necesario pensar en algunas alternativas. No era oportuna la continuidad del régimen, pues antes o después se produciría una revolución, y lo deseable, un régimen moderado monárquico o republicano, ya era casi un pío deseo (sic) en función de la situación de depresión y apatía, en que se encontraban los e1men tos moderados. El diagnóstico era claro, los únicos que podían echar a Franco eran los generales. Por tanto, Inglaterra -se concluía- a lo más que podía aspirar era a una modificación del régimen y a la su presión de sus aspectos más intolerables. En este sentido se acordó el envío de una seria advertencia al Gobierno español, al descartarse una injerencia decidida en la política interior española.
La advertencia tuvo lugar tras la contraofensiva aliada en Las Ardenas. El primer ministro procedió a contestar la carta del general Franco de 18 de octubre. Esta carta, redactada por mister Eden y aprobada por el Gabinete, así como una copia de la misma para Stalin, estuvo retenida tres semanas en el Foreign Office. El Foreign Office era favorable a hacer una presión conjunta con el Departamento de Estado ante el Gobierno español, pues dado el comportamiento de la Embajada americana en Madrid, el general Franco estaba en la idea de que iba a contar con el - beneplácito de Estados Unidos. Pero Churchill fue de opinión contraria.
Su experiencia en el trato con los norteamericanos durante la guerra («los americanos son muy anti-Franco e incluso anti-españoles») le llevó a ordenar el mero comunicado de la carta al presidente Roosevelt, pero sin urgir una coalición («no tengo la menor intención de iniciar una cruzada anti-Franco, de la misma manera que no deseo pasear por la calle con él cogido del brazo»). Lo mismo hizo con Stalin, esperando ablandarle y disuadirle de cualquier intervención. En la carta negaba imperturbablemente las acusaciones de Franco sobre las actividades de los agentes británicos en España y se recordaban las actuaciones españolas durante la guerra y la actitud del partido falangista, claramente enemistosa, reconocido oficialmente como el fundamento de la estructura del Estado. En esas circunstancias, no había razón para esperar un apoyo del Gobierno británico, a la petición española de participar en un eventual acuerdo de paz ni una invitación para la admisión de España en la futura organización mundial. En cuanto al peligro soviético, la posición de Churchill era meridiana: la colaboración anglo-rusa basada en el tratado de 1942 se consideraba esencial dentro del marco de la futura organización mundial. El general Franco indicó. posteriormente al duque de Alba que las apreciaciones de Churchill eran las de un hombre esclavo de la masonería, siendo la cabeza de un país decadente y corrompido que, como él, estaba bajo el control de la masonería internacional; las relaciones exteriores de España, aseguró, se basarían en un, futuro en América, pudiendo ignorar por completo a Inglaterra.
Pero al poco tiempo recibió una carta del presidente Roosevelt despertándole de sus ensueños y en la misma línea que la carta de Churchill, si bien mucho más dura en su redacción, recordando no sólo las actividades, anti-aliadas de la Falange, sino que no había sitio en la comunidad internacional para Gobiernos fascistas (8).
Mientras tanto, estaban teniendo lugar en España una serie de acontecimientos asombrosos que nos pueden dar una idea de la profundidad de las relaciones y lazos, existentes anteriormente con la Alemania nazi.
La perduración de las facilidades a Alemania
Ya indicamos que durante 1944 existió una fuerte pugna diplomática entre las embajadas norteamericana y británica con el Ministerio de Asuntos Exteriores español para el cumplimiento del acuerdo secreto del mes de mayo.
El tema de los agentes alemanes y el wolframio, de modo peculiar, fueron puntos de especial fricción.
Con el nuevo año 1945, la Embajada de Gran Bretaña procedió a recordar al Gobierno español la situación de incumplimiento del acuerdo, en particular la obligación asumida de prevenir las actividades de los agentes alemanes, incluyendo una lista de 83 agentes que todavía permanecían actuando en España y de otros cuatro que permanecían en el norte de África; la situación de los agentes internados en el campo de Caldas de Malavella, que podían recibir y hacer llamadas telefónicas a larga distancia, disfrutando de completa libertad de recibir visitas y de movimiento, casi como si se tratase de un centro situado cerca de la frontera de Francia para proseguir sus actividades, la desaparición de quinientas Tm de wolframio de las plantas de almacenaje de Sofindus, a pesar de las seguridades recibidas; la continuación del servicio de la compañía Lufthansa, que permitía la entrada y salida de agentes alemanes, y el envío de mercancías bajo la apariencia de paquetes postales, de gran importancia para el esfuerzo guerrero alemán, así como los viajes de personal y técnicos especializados y la traída de planos y patentes de alto interés militar; la no solución del problema de las libras falsificadas por Alemania, introducidas en España por valija diplomática y cambiadas por agentes alemanes y españoles que permanecían en libertad; la ocultación de activos alemanes por testaferros y abogados españoles con muy pingües beneficios, a los que nadie en su sano juicio podría calificar como personas independientes o de la resistencia, y otra serie de actividades claramente favorecedoras del esfuerzo guerrero alemán. De entre estas últimas son de destacar, por su espectacularidad, algunos ejemplos.
En el mes dé febrero de 1945, el agregado naval de Estados Unidos en Tánger, tras repetidas protestas caídas en el vacío, lograba hacerse acompañar por un oficial español para inspeccionar una casa de la calle del Teniente Pacheco, de la que vieron saltar a un hombre por la ventada al advertir su presencia, y en la que encontraron un radio transmisor, códigos y mensajes para la transmisión de los movimientos de los barcos aliados en la zona del Estrecho a los submarinos alemanes que todavía operaban.
Más clamoroso fue el caso de los suministros por barcos españoles de pequeño tonelaje a los focos de resistencia alemana en Francia. Los servicios navales británicos y norteamericanos, con el apoyo de los servicios vascos, detectaron este tráfico en el verano de 1944, y las protestas se sucedieron. Los barcos detectados, doce en total, dos de ellos comprados y no utilizados, estuvieron haciendo viajes a la costa francesa hasta iniciado el mes de abril del 1945 en algún caso, llevando alimentos, medicinas, cigarrillos, botas, etc1tera. La respuesta española a los detalles y alegaciones británicas del 25 de abril de 1945 no era muy convincente.
7. N. A. OSS/L48387; D. S. D. F. 852.00/2-2645; F. O. 371, 49587/Z1595/Z4137.
8. F. O. 371, 49612/Z8559; 49610/Z5371Z593/Z971/Z979; N. A. D. S. D. F. 711.52/3-2845.
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