En Recoletos
La mañana está limpia, en Recoletos, como una plana de caligrafía que nos deja la primavera -alumna errática y desnuda-, escrita de soles blancos y lluvias variables. Tierno Galván llega a cuerpo, sonriente. Yo llego con abrigo y paraguas, defendido de periódicos y ceñudo por dentro. Inauguramos la Feria del Libro de Ocasión. Yo echo por delante la chamarilería/imaginería de mis metáforas y Tierno dice unas cuantas palabras alentadoras:-Defendamos la ciudad. Abramos este paseo.
Entre guardias de plumero cardenalicio, señoras de media mañana, fotógrafos atravesados y paseantes de la Corte, Tierno se lanza a la busca de ciertas ediciones góticas, al azar de los viejos libros de Baroja, «algo de Rousseau», y la necesidad costumbrista de Joaquín Belda y La Coquito, o las firmas que tenemos que ponerle a una señora en pálidas reediciones de Marcel Proust:
-Me parece una profanación del barón de Charlus -le digo a la senora.
Todo tiene un aire ilustrado y repúblico, bajo la evidencia primaveral y ritual de lo que este periódico acaba de llamar «un Gobierno de antes». Un Gobierno de falangistas, tecnócratas y democristianos. Por eso el acto matinal y natural de la apertura de la Feria me ha parecido un dulce despropósito de sábado, y como tal lo he vivido, una movida del civismo peatonal y enciclopédico, un manso rebaño de libros y lectores, cuando las viejas caras de los nuevos ministros, las nuevas caras de los viejos ministros, nos miran desde todos los quioscos. «Defendamos la ciudad. Abramos este paseo». La ciudad está así como perdida, querido alcalde, y este paseo no lleva a ninguna parte, se termina en sí mismo, porque el trienio peatonal ha terminado como una remodelación que es un cerrojazo, un apestillamiento, un encastillamiento en Alcalá 44. Siquiera simbólicamente. Tierno ha encontrado sus libros góticos. Un particular le pide que le firme una lámina antigua donde sale la Casa de la Villa:
-Muy bien de iluminación -comenta el alcalde.
Paseantes, inaugurantes, mirones, compradores, libreros, negociantes, muchachas, gentes de lo pintoresco -«el derecho a lo pintoresco» que ha reivindicado Tierno-, no somos sino un distraído, claro y flojo afluente de cultura y buena vecindad que no va a dar a ninguna parte. Esa especie de República municipal que es la Casa de la Villa, hoy, hace esquina al Gobierno Civil, en la calle Mayor, estación repetidora de lo que se telefilma en la Moncloa. Democracia y Movimiento vuelven a hacer esquina, chaflán, en la geografía madrileña e incluso en la geografía popular que ahora va a enseñar Cela en una cátedra, porque la democracia está en la calle y el Movimiento asoma una proa demasiado visible por los astilleros de la Casa de las Semillas.En la mañana sabatina y entrellovida en que esta anécdota del libro de ocasión sirve una vez más de categoría política y democrática, instaurando un Madrid culto y un poco ateniense en el corazón mareado de Madrid, en la mañana de los libros y las libertades, la sombra de Alcalá 44 parece proyectarse sobre el calendario optimista de lluvia, un Gobierno tardofranquista (por la gestación y por la nominación) parece ensombrecer la tipografía del vivir y alguien ha visto cruzar en vuelo, por las tablas de Daimiel del cielo, el cisne del SEU que va a hacer nido de cigüeña en el tejado de la Moncloa. Un alcalde distraído rompe el protocolo de guardias y huecograbado pata acercarse a un libro amarillo/ tiempo que le ha sorprendido a distancia. Las aldeas políticas andan dispersas tras su expulsión del núcleo de la ucedé. Fernándezdemócratas, liberales, hombres de Garrigues y Pacordóñez, se pierden en el fin de semana. La izquierda da testimonio. Los claros de sol borran y fijan en Recoletos una mañana intemporal, inactual, inaugural, irreal, ideal, que nada tiene que ver con el presente político. «Taxi, a casa».
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