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Los caminos de la ilusión

La ecología política conoció su primera gran victoria en las elecciones suecas de 1976, en- el que el partido centrista de Fallin, más o menos apoyado por los liberales, logró cambiar la mayoría, gracias a una activa campaña contra el programa nuclear en curso. Desde entonces, ha obtenido éxito en Austria, Países Bajos, Escandinavia, Suiza y la República Federal de Alemania. En está última, ha soprepasado recientemente la barrera del 5% en Baden-Wurtemberg. Pese á un notable avance en 1977 todavía es más débil en Francia que en la mayoría de las naciones industriales. Pero ha iniciado una gran campaña para las elecciones presidenciales de 1981.Su movimiento se ha desarrollado también por medio de manifestaciones más o menos violentas contra la instalación de centrales atómicas: Creys-Malville marcó el apogeo en Francia antes de los enfrentamientos de Plogoff, sin gran influencia sobre el desarrollo del programa, que ha sido frenado o suspendido en otros países.

Se trate de la «acción de las masas», como se ha dicho pomposa mente, o de batallas electorales está claro que la ecología política se manifiesta sobre todo en la lucha contra la energía nuclear. La extracción de minerales en la región de Baux, más degradante para el ambiente, sin embargo, no ha provocado la misma movilización Los campos bretones están mucho más dañados por las nuevas construcciones que tal vez lo estarían con la instalación de la central del cabo Sezin. El escándalo del urbanismo que desfigura la mayoría de los suburbios franceses no suscita protestas.

La polarización sobre la lucha antirtuclear revela la debilidad de la ecologia política. "Los reactores plantean problemas de seguridad, más que los problemas que dañan a la naturaleza. En sí misma, la energía atómica es probablemente menos, degradante que la energía solar, por ejemplo: ¿Podríamos imaginar un paisaje donde cada casa rural fuera flanqueada por un aparato receptor de rayos solares? ¿Cómo todos los techos de Aix-en-Provence, de Nimes, de Aviñón podrían aguantar esos aparatos colocados sobre la dulce inclinación de las techumbres romanas?

¿Es necesario recordar que la naturaleza salvaje está más contaminada que la nuestra? En la antigüedad, durante la Edad Media, la mayoría de las aguas estaban infectadas por los microbios y la salud de sus bebedores estaba más amenazada que la de los alcohólicos.

En las nuevas generaciones, el rechazo de la civilización técnica y la vuelta a la naturaleza corresponden a un deseo auténtico, a una necesidad profunda. Se acompaña de un rechazo al discurso de los partidos políticos, los cuales atraviesan hoy una fase de mediocridad en todo el Occidente, y se muestran incapaces de expresar los problemas fundamentales y proponer soluciones. Con Dios y la muerte, la ecología se convierte en uno de los tres temas más propicios a las grandes ediciones, con la condición de que se traten con talento. Pero las opiniones sobre estos temas quedan confinados a generalidades morales, es decir, a buenas intenciones. No abordan los verdaderos problemas. Describir un universo de convivencia y convocar a todos los seres vivientes no sobrepasa el nivel de la utopía. Negar la energía nuclear es insuficiente mientras no se diga cómo se la puede reemplazar, Para que la ecología política pueda elevarse por encima de la marginalidad en que está todavía confinada será necesario que se invente un discurso realista.

Por el momento, el suyo apenas supera las visiones pastoriles de María Antonieta. Su vuelta a la naturaleza no es más que una forma de ocio, posible solamente en la medida que continúe funcionando la máquina industrial. Ni la energía solar ni la bioenergía pueden sustituir al petróleo o la energía nuclear sin una revolución total de los modos de vida, que los occidentales no están dispuestos a aceptar. Escribir que «la ecología se afirma como una respuesta a la crisis de nuestra sociedad industrial» es una ingenuidad o una mentira, que demuestran la ignorancia o la mala fe.

Nuestros compatriotas se dan cuenta de ello, y se movilizan solamente para defender la naturaleza sobre temas concretos, que corresponden a intereses locales. Se pueden obtener grandes éxitos para "impedir que una autopista atraviese un lugar o que una central no sea construida en un sitio determina do, a sabiendas que la autopista y la central se construirán en otra región del país.

Se trata, sobre todo, de transferir a los otros los inconvenientes, pero participando de las ventajas. Bajo esta forma, la ecología no aporta nada nuevo, sino fórmulas hábiles para disfrazar los intereses particulares tras una reivindicación de interés general.

En relación a la política tradicional, la diferencia sólo es de vocabulario. Cuando el discurso ecológico pretende aportar un nuevo modelo de sociedad para sustituir el modelo técnico y productivista que nos rige, debe justificar su empresa de otra forma que con buenos sentimientos, de los cuales todos participamos. Prometer que «el trabajo no será considerado como un fin o una obligación, sino como un medio de elaborar los bienes necesarios al florecimiento de cada uno, de acuerdo a sus propias cualidades, es un buen proyecto, ¿pero cómo elaborar esos bienes sin la ayuda de una técnica, avanzada, que requiere un gran consumo de energía?

Cuando Marx y Engels imaginaron que cada hombre podría un día «tener la posibilidad de hacer hoy esto, mañana aquello: cazar por la mañana, pescar a la tarde, cuidar del ganado por la noche, formular críticas después de la cena, sin convertirse nunca en cazador, pescador, pastor o crítico», pensaban que esta sociedad superior reposaría sobre una productividad asombrosa que aseguraría la abundancia de bienes. El modelo ecológico no es viable más que para comunidades rústicas y frugales, análogas a las que han llegado a establecerse estos últimos años. La mayoría de nuestros contemporáneos no están dispuestos a someterse a esa sobriedad.

La ecología política no es solamente ilusoria. Es peligrosa en la medida en que implica una ideología naturalista. En las elecciones municipales de 1977, el cartel de París-Ecología proclamaba: «La ecología es una ciencia.» De esta forma llegamos al punto central en que comenzó la desviación del marxismo y llevó a las dictaduras del Este. «¿El tema de una sociedad organizada siguiendo las leyes de la naturaleza no provoca ningún temor ni ningún recuerdo?», se interrogan los autores de un pequeño libro estimulante, que denuncia la Ilusión Ecológica. ¿Por qué los maníacos del coeficiente intelectual, los apologistas de la inteligencia hereditaria, si nos inclinamos como ellos ante el orden natural, si olvidamos que todo el esfuerzo del hombre tiende a escaparle creando un orden artificial fundado sobre la cultura definida por valores?

Finalmente, la ecología política se inclina del lado que corresponde a esta ideología subyacente. Demasiado marginal para utilizar ella misma los sufragios que logran sus candidatos; los votos que obtienen son aprovechados por la derecha. En 1976, en Suecia contribuyeron a apartar del poder a un Gobierno socialista que dirigía el país desde hacía más de cuarenta años. En la Alemania occidental de 1980 constituye la esperanza suprema y el supremo pensamiento, de Franz Joseph Strauss, que podría, gracias a ella, sacarle bastantes electores a la socialdemocracia para instalarse en la cancillería. En Francia, en 1981, le arrebatará la mayoría de sus electores a la izquierda no comunista, favoreciendo de esta forma a Giscard d´Estaing.

Maurice Duverger es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sorbona (París)

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