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Tribuna
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Una insinuación realmente bochornosa

Aunque nada hay más antipático que la costumbre de sostenerla y no enmendarla, y pese a que el arrebatado desmentido del señor Meliá publicado ayer en estas páginas (véase Cartas al director de 18-12-1979), se desmiente a sí mismo sin necesidad de ayudas exteriores, no me queda más remedio, vista su pretensión de involucrar mi artículo firmado el pasado domingo con la sección de Opinión de este periódico, que seguir el ejemplo del inolvidable Guillermo Brown y limitarme a «hacer constar» algunos hechos.El señor Meliá no es simple ciudadano que pasea por la calle, sino un alto funcionario del Gobierno que percibe sus emolumentos, pagados en última instancia por todos los contribuyentes, para informar, desde una privilegiada posición que le permite el acceso a las más altas y secretas fuentes del Estado, acerca de acontecimientos que presentan lados oscuros o zonas de penumbra contemplados a distancia. A la, pregunta sobre el «paquete» de 70.000 pesetas que llevaba consigo José Luis Montañés, el señor Meliá, que ampliaba el extracto oficial de las deliberaciones del Consejo de Ministros posterior a las dos muertes en la glorieta de Embajadores, dio, como única respuesta: «No sé exactamente la suma, pero sí llevaba bastante dinero en diversos sobres.» A esa hora, sin embargo, se conocía que dos «sobres» se correspondían, en realidad, con recibos de una agencia de viajes, y que el malogradp muchacho era cobrador de esa empresa. Lo sabían la policía, el juzgado, algunos periodistas y, necesariamente, el Gobierno. Una segunda pregunta, concluida la anterior respuesta, concedió generosamente al señor Meliá la posibilidad de rectificar su bochornosa insinuación encerrada en los «diversos sobres» que contenían «bastante dinero». Pero el portavoz del Gobierno, directamente requerido a contestar si no había «ninguna información acerca de este dinero», se transformó súbitamente en un particular y replicó: «Yo tengo informaciones de agencia que señalan que esto era producto de unos cobros realizados en su trabajo.» Sin embargo, el Gobierno, a través de los servicios policiacos, y no de «informaciones de agencia», tenía que saber ya con pelos y señales la cuantía exacta de ese dinero, las sumas parciales que la componían, los recibos y justificantes de los cobros y la agencia concreta a la que iban destinados. El señor Meliá, tras lanzar la tinta de un calamar con su primera respuesta y fingirse un viandante que ha oído en alguna esquina vagos rumores cuya veracidad no puede ni confirmar ni rebatir, cortó el diálogo sobre la cuestión, como testifica Bonifacio de la Cuadra. La inverosimil desenvoltura con la que el secretario de Estado para la Información ha tratado luego de hacer idéntico el digo del viernes con el diego de su conferencia de prensa del lunes no puede borrar, empero, la transcripción literal de sus palabras, que evidencian las diferencias sustanciales entre una y otra intervención.

Define el Diccionario de la Academia el término insinuación como la acción o efecto de «dar a entender una cosa, sin más que indicarla o apuntarla ligeramente»; y bochorno, como «desazón o sofocamiento producido por algo que ofende, molesta o avergüenza».La afirmación de que falté a la verdad al opinar que las insinuaciones del señor Meliá acerca del dinero que llevaba consigo José Luis Montañés eran bochomosas no sólo es totalmente incongruente con el carácter de juicio de valor, y no de información, de mi frase, sino que, aun sustituyendo su improcedente condena como «mentirosa» por su presunta calificación como «injusta», difícilmente podría tenerse en pie ante un tribunal de moralistas.

Desde hace algún tiempo vengo sospechando que el sabio y prudente lord Acton olvidó, en su diagnóstico del poder, otros efectos tan negativos como la corrupción, una de cuyas manifestaciones es, por ejemplo, la administración de los fondos de reptiles: desde luego, la obnubilación temporal del juicio y tal vez el progresivo atolondra miento del entendimiento de quie nes lo ejercen.

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