Decepción en Cataluña
La cultura española mantiene hoy prácticamente las mismas expectativas de desarrollo que las que tenía cuando aún no había sido restaurada la democracia. Sobre esas expectativas, y la complejidad que introducirán en ellas los distintos procesos autonómicos, comenzamos a publicar hoy una serie de informes. En el primero de ellos, que se publicará en dos partes, describe la situación en Cataluña, donde, según él, como ocurre en el resto de España, la libertad no ha, supuesto un florecimiento de la cultura. El desinterés de la Generalitat por la misma es una de las causas, a pesar de que los intelectuales de Cataluña intentaron servir en el pasado a la futura política catalana. Los políticos, dice el delegado de EL PAÍS en Cataluña no han pagado todavía su deuda.
De todas las reivindicaciones nacionales o regionales que se dan dentro de España, la catalana es, sin duda alguna, aquella en que la lengua y la cultura (y dentro de esta creación literaria) ocupan desde siempre un lugar más destacado. Asimismo, el renacer cultural catalán casi siempre ha precedido y presagiado al político. Este culturalismo quedó ya patente en la Renaixença del pasado siglo, de la cual fue hito destacado nada menos que la publicación de un poema, Oda a la patria, de Buenaventura Carlos Aribau.Ya en este siglo, bajo las dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco, volvió a darse el mismo proceso, es decir, la misma aparición de las reivindicaciones lingüísticas y culturales como vanguardia y principal exponente de toda la reivindicación política autonómica. Durante los años cincuenta, sesenta y parte de los setenta, la cultura catalana pretendió no solamente ser cultura, sino también abrir surcos para la futura política autonómica. En este sentido, la acusación formulada por el franquismo de que la cultura catalana era un medio para luchar contra el régimen tiene una parte de verdad. Era, en efecto, en primer lugar, la forma de expresión secular de un pueblo; pero esa forma de expresión quedaba potenciada en la medida en la que también servía para desgastar una concepción del Estado basada en la opresión de unos pueblos y unas clases sociales.
Centrándonos en la realidad actual, la primera constatación obligada es ver cómo la política autonómica catalana -y, en concreto, la actitud de los hombres que la protagonizan,- no ha correspondido en absoluto a la labor anterior de la cultura catalana y sus hombres, quienes con su fidelidad y su entrega hicieron posible, a través de la cultura, que existía hoy, por lo menos nominalmente, una política catalana. En síntesis: bajo el franquismo, la cultura catalana intentó siempre servir también a la futura política catalana, pero ésta ahora no paga -por el momento no ha pagado- aquella deduda.
Esta falta de correspondencia -que más adelante detallaremos con hechos capaces de escandalizar- es tanto más grave por cuanto que el momento actual de la lengua y cultura catalanas no es precisamente boyante, sino, para ser exactos, es todo lo contrario.
En Cataluña, bajo el franquismo, era casi un lugar común en los medios literarios referirse a los numerosos manuscritos que aguardaban en los cajones de las mesas de trabajo de casi todos los escritores, a la espera de que la desaparición de la censura permitiese su publicación. La dictadura y la censura desaparecieron, pero ahora ha resultado que los cajones estaban vacíos.
Otro lugar común era creer que, con el fin de la dictadura, las librerías estarían llenas y los escritores y otros creadores de cultura proliferarían por doquier. Pero no ha habido ni lo uno ni lo otro. La libertad cultural no ha comportado, pues, un florecimiento cultural.
Curiosamente, y siempre con respecto a la literatura catalana, la libertad que representó e n su día el advenimiento de la II República española y la correlativa restauración de las instituciones autonómicas catalanas, tampoco representó un inmediato relanzamiento de la misma, según puede apreciarse en el excelente trabajo L'edició catalana de 1923 a 1930, del poeta y sociolingüista Francesc Vallverdú, publicado en la revista Els Marges. En 1930, según dicho autor, se publicaron 308 libros en lengua catalana, en 1931 fueron 277 y en 1932 sólo 211.
En nuestros días el problema no puede ser contemplado únicamente desde el punto de vista cuantitativo. Así, por ejemplo, hay que tener en cuenta los hechos cualitativamente nuevos, como han sido la edición de libros adecuados a la didáctica del catalán y la edición masiva de una colección de clásicos catalanes bajo el patrocinio de una caja de ahorros.
Viejos nombres
En cuanto a la creación propiamente dicha, hay que indicar que ésta continúa estando en manos de personas de edad madura, o incluso muy avanzada. La incorporación de nuevos valores, el hallazgo de nuevos nombres, ha sido prácticamente nulo en los últimos cinco años, cuando inmediatamente antes se había dado el esbozo de un fenómeno de signo contrario.
La vida política, concebida como una mera proyección de los partidos, ha desplazado posibles escritores hacia una actividad estrictamente. política, y por otro lado, ha marginado del quehacer público a personas que a través de actividades culturales podían enriquecer la vida social, pero que, porfalta de militancia, los partidos'los han considerado no aptos para ello.
Como dato concreto de carácter preocupante y sin precedentes hay que destacar la castellanización de los sectores contraculturales. Efectivamente, es en, lengua castellana como se expresa hoy, en Cataluña, la contracultura. Bajo la II República no existía prácticamente ningún sector cultural de expresión en lengua castellana en Cataluña, excepción hecha de lo poco que podían dar de sí los medios libertarios. Bajo el franquismo las cosas cambiaron, pero no de forma preocupante. Aparecieron los Barral, Marsé y la saga Goytisolo, a la que cabría añadir los escritores franquistas que, coherentemente, se expresaban también en castellano: Ignacio Agustí, José María Gironella, Guillermo Díaz Plaja y pocos más. Respecto a los primeros cabría hallar leves justificaciones. Estas vendrían por la vía de su origen social -en la alta burguesía el castellano siempre fue más fino-, o bien de su origen de inmigrados, o simplemente el esfuerzo que implicaba aprender catalán. En este último aspecto no hay que olvidar que el catalán, durante largos años, sólo era enseñado en clases particulares que se impartían en domicilios privados y con auténtico miedo en el cuerpo.
La castellanización de la coatracultura en Cataluña presupone la pérdida para la expresión catalana de sectores juveniles importantes, los cuales van ya adoptando posturas de beligerancia en contra de la lengua catalana. Esta beligerancia es realmente algo nuevo, ya que los Barral, Marsé y Goyúsolo nunca expresaron ningún tipo de beligerancia en contra de la cultura catalana, sino todo lo contrario.
Las mayores responsabilidades en todo este proceso a la baja hay que buscarlas, por un lado, en la crisis literaria y cultural de carácter parcialmente universal y, por otro lado, en el increíble desinterés -cuando no cosas peores- que sobre el tema de la cultura y la propia lengua catalana ha mostrado siempre la Generalidad provisional de Cataluña. Ello será objeto de consideración en el próximo artículo de esta serie.
Próximo capítulo
El papel de la Generalitat.
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