En nombre de muchos
No brotó una palabra de sus labios que no fuese verdad. Ni una sílaba innecesaria. Vivió tan sólo para ver el árbol de las palabras. Dio testimonio del hombre, hoja a hoja. Quemó las naves del viento. Destruyó los sueños. Plantó palabras vivas; ni a una sola sometió: desenterró silencio, a pleno sol. Sus días los tuvo siempre contados. Varios libros borraron el olvido. Nunca tuvo una almena. Y al final del origen dijo: « Oh aire, / oh mar perdidos. / Romped / ,contra mi verso, resonad / libres.» Resignado, se fue. Resignado a ser ceniza, solitaria ceniza húmeda de lágrimas en vida derramadas.Entre la desolación y el vértigo, Blas de Otero dio señales de vida con pedazos de muerte. Inmóvil, avanzaba con su propio ataúd sobre los hombros; bajo los cielos mudos y cenicientos de una España donde ya no había ángeles, sino quemadas carnes. Escribió hablando: «Aunque echen mi cuerpo al mar o aventen mis cenizas, ahí quedo, por mucho que os pese, tendido a lo largo del papel.» Y el aire es el papel más transparente.
Se movió siempre entre situaciones límite. Pero él sólo limitaba con el viento Porque estaba siempre dispuesto a todo; menos a morir de balde, menos a morir en Bilbao, menos a morir sin dejar rastro de rabia y esperanza experimentada, y hasta luego y palabra repartida. Resignado, se fue. Como otras veces iba al cine, que es como un río, pero retratado. Penúltima palabra: «Nada de cajitas, pastillas de plástico, la cama, la pared, la tos del cura. » Aquí está todo su equipaje: « Cuatro libros, dos lápices, un traje y un ayer hecho polvo que aventé.» Enfrente está el futuro: «Es todo lo que os dejo.»
Otros vendrán a ver lo que él no vio. Fue pecador y tuvo la decencia de nunca arrepentirse. Hubiera dado todos sus versos por un hombre en paz. Pidió la paz y la palabra desde el hueco sin luz de una escalera. Y cuando percibió el fatuo desamor hacia su obra por parte de los jóvenes poetas, la charanga consensual de la política y las balas a quema ropa del tumulto norteño, guardó silencio. Dejó de ser, a un tiempo, sombra, soledad y fuego. Fin del canto de amor en castellano.
Antes, españahogándose, supo apuntalar ruinas, ofrecer testimonio del horror y, sobre todo, realizar la poesía más vigorosa y emotiva de toda la posguerra. Pese a todo. De la mano de Whitman, Unamuno, Berceo, Quevedo, Nietzsche, fray Luis, San Agustín, César Vallejo... De la mano de la inmensa mayoría. El fue nuestro cantor más puro, pese a todo, pese a nada, en tiempos de miseria general. Estatua del dolor, tuvo también sonrisas para reconocer que nada hay tan antiestético como dos sapos desnudos. Los hay. Pero, al final, callaba.
Escribió hablando. A un Dios inexistente. A unos hombres aquejados de olvido. Ahora, nada de cajitas, pastillas de plástico, la pared, la tos del cura.
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