Su obra: la reordenación permanente
Nacido en Bilbao en 1916, Blas de Otero acaba de morir en Madrid. El dato escueto, inesperado (a pesar de su titubeante salud de los últimos años), impide la serenidad, la reunión completa de sus libros en esta noticia apresurada de su obra, cuando los recuerdos de sus versos y de su persona se entremezclan en el dolor de la evocación. Aún le recuerdo en su casa señalando una carpeta repleta de poemas inéditos, su gesto y su voz pausados, la casi tímida reserva que imponía a su palabra, como señal indirecta de una independencia nacida de lo más profundo de su personalidad generosa.En una entrevista que le hizo la revista Triunfo en 1970 (número 437) respondió de este modo sobre sus preferencias literarias: «Mi poeta predilecto es fray Luis de León, así como el cancionero tradicional y popular, y el romancero. También Nazim Hikmet y César Vallejo. Por lo demás siempre leí de todo, y no sólo literatura, procurando que las páginas no me tapasen la vida.» Otras referencias, en la misma entrevista, a Juan Ramón Jiménez («queramos, o no, fue y será siempre un gran poeta»), a Antonio Machado, León Felipe y al movimiento surrealista forman la diversificada constelación en la que el poeta se autosituaba, sin mengua de su « tono de voz» personalísimo. Algo habría que añadir como confirmación de lo que el propio poeta desliza en sus palabras: Blas de Otero siempre se consideró inserto de una línea, juzgada como constitutiva de la literatura española, en la que la vida importa más que la literatura. Esta será considerada como un producto espúreo si no está penetrada en profundidad por la primera. El mismo estilo del poeta confirmará esta opción.
La obra poética de Otero se inicia, tras rechazar diversos poemas juveniles, de contenido especialmente religioso, con Cántico espiritual (1942). El libro tuvo una circulación restringida, como corresponde a una obra primeriza, aunque no insegura. El influjo de la poesía mística, patente en el título citado, se desbordará en una poesía religiosa y amorosa agónica, presente en Angel fieramente humano (1950), donde la sombra de Quevedo se proyecta sobre la serie de sonetos que dan cuerpo al libro. Ya en este libro y en Redoble de conciencia (195 1) la angustia personal se desdobla sobre una Europa en escombros y la terrible España de la posguerra. El poeta acuñará entonces su repetida expresión o suma internacional: A la inmensa mayoría, en respuesta a la conocida convocatoria juanramoniana.
Con las sílabas inicial y final de los dos últimos títulos Otero formará A ncia (1958), que recibirá el premio Fastenrath de la Real Academia Española. Previamente había publicado Pido la paz y la palabra (1955), uno de sus libros más perfectos. La censura obligó a marcar con puntos suspensivos los versos «impublicables» y condujo al poeta a buscar neologismos que ocultaran referencias explícitas.
Seguirán otros libros: En castellano (1959), Que trata de España (1964), Esto no es un libro (1964), Poesía e Historia (1960)... El último conjunto permanece aún inédito como libro, mientras que el penúltimo citado es una suma antológica, en la que se muestra (como antes en Ancia) la costumbre de Otero de reordenar su poesía de modo continuo. No se trata para el poeta de alterar o modificar la estructura de sus libros hechos, sino de conseguir antologías vivas, en las que relanzar de nuevo su poesía anterior, dentro de un afán de renovada comunicación con el lector. De algún modo, pues, y al margen de correcciones posibles en vino u otro poema, tales antologías alcanzan el carácter de libros independientes. Tal es el caso, si saltamos etapas, de Expresión y reunión (1969), Poesía con nombres (1977), Verso y prosa (1977) o Todos mis sonetos (1977). No puede olvidarse, tampoco, que alguno de sus libros permanecieron prohibidos en España, como el que de ella trata, según el citado título.
De 1966-67 es Historias fingidas y verdaderas, obra de poemas en prosa que marca una de las cumbres de su producción, con piezas tan estremecedoras como El vagamundo o Secuencia. La suma de experiencias vividas y un mayor dislocamiento del estilo trenzan estas evocaciones de viajes, infancia y vida. Es el mismo tono que alimenta el libro inédito, parcialmente conocido por Antologías, Hojas de Madrid con La galerna, iniciado en 1968. Un cambio cabe señalar: el mayor acercamiento hacia una veta de expresión surrealista que ya estaba presente, aunque con mínima representatividad, en Angel fieramente humano.
El cielo, fugazmente esbozado, se cierra, al menos por lo que no es conocido. Terminemos con palabras del propio Blas de Otero: «Un hombre recorre su historia y la de su patria y las halló similares, difíciles de explicar y acaso tan sencilla la suya como el Sol, que sale para todos.»
Babelia
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