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Lectura callejera del discurso de ingreso de Antonio Machado en la Academia de la Lengua

El poeta murió en el exilio antes de entrar en la institución

«Lo primero en el orden estético es hacer las cosas bien. Lo segundo, no hacerlas. Lo tercero y último, lo realmente abominable, es hacerlas mal. ( ... ) Pero el grito de una república de trabajadores será siempre: homo faber, antes malhechor que holgazán. Y en el pecado lleva la penitencia.» Esta es la última nota, añadida a pluma al proyecto de discurso de ingreso en la Academia por Antonio Machado, discurso que no se celebró nunca y que ayer fue leído en un acto público, ante el edificio de la Real, en el que participaron Miguel Angel Almodóvar, José Manuel Caballero Bonald, Gabriel Celaya, Alicia Cid, Celso Emilio Ferreiro, Angel González, Lauro Olmo, Julio Rodríguez Puértolas, Julio Vélez y Ana Vián.El texto escrito por Antonio Machado, cuatro años después de ser elegido académico, insiste en los temas machadianos en lo que se refiere a su teoría poética. Tras un preámbulo que no hace mención del ocupante anterior de la silla, pero que comienza, a la manera de los discursos clásicos, con el tópico de falsa modestia y agradecimiento, afirma el poeta y profesor de literatura que no cree «poseer las dotes específicas del académico. No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello. con escaso aprovechamiento... Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura. Y confesaros he que, con excepción de algunos poetas. las bellas letras nunca me apasionaron. Quiero deciros más: soy poco sensible a los primores de la forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se recomienda por su contenido. Lo bien dicho sólo me seduce cuando dice algo interesante, N, la palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la espontaneidad de la palabra hablada. Amo a la naturaleza, y al arte sólo cuando me la representa o evoca. y no siempre encontré la belleza allí donde literalmente se guisa».

El siglo lírico

Después de esta confesión -sin duda exagerada por el dramatismo de la modestia académica- comienza refiriéndose al intento de construcción de una poesía pura, difícil intento, según él, que plantea «todos los problemas de la Filosofía del arte». «Yo, por de pronto», dice Machado, «quiero hacer constar que la poesía, y especialmente la lírica, se ha convertido para nosotros en un problema. Y no olvidemos que son los poetas mismos aquellos en quienes la actitud crítica, reflexiva y escéptica frente a su propia labor más señaladamente se acusa.»«Alguien ha dicho», dice poco después, «que no son líricos los tiempos que corren, porque estamos de vuelta de un siglo, el XIX, que lo fue con exceso.» Y tras señalar la dificultad de calificar todo un siglo en estos términos, se refiere a que «entre otras cosas, fue propicio a la lírica, y, en general, a las formas subjetivas del arte... Casi todo él milita contra el objeto. Kant lo elimina en su ingente tautología, que esto significa revolución copernicana que se le atribuye. Su análisis de la razón sólo revela la estructura ideal del sujeto cognoscente. Los desmesurados edificios de las metafísicas postkantianas son obra de la razón raciocinante, de la razón que ha eliminado su objeto. Fichte, Schelling, Hegel, los románticos de la filosofía, son autores de grandes poemas lógicos, en los que resuena constantemente una emoción sui generis: la emoción de los superlativos del pensamiento humano frente a los románticos». «El positivismo», sigue el texto machadiano, «es una consecuencia agnóstica de la eliminación del objeto absoluto y del descrédito inevitable de la metafísica. A él acompaña una emoción de signo contrario, humana, demasiado humana, pero no menos subjetiva que la romántica: la del hombre como sujeto empírico de una vida sin trascendencia posible, mero accidente cósmico, efímero episodio en el ciego curso de la naturaleza.» «L'individualité enveloppe l'infini había dicho Lelbniz, y el siglo XIX repite en varios tonos la vieja sentencia.»

Dice después que «si pensamos que la lírica es expresión de lo subjetivo individual.... fue el siglo XIX el más propicio a la lírica». « Sólo el hombre del ochocientos tiene un mal del siglo, abriga la ilusión de un siglo sin génesis, especialmente cualificado, que vive y envejece con él. Fue el hombre menos clásico de todos los siglos, el menos capaz de crear bajo normas objetivas. porque vive encerrado en su conciencia individual. Mas sólo para éI», y en eso consiste su profunda originalidad, «alzará el tiempo un supremo valor emotivo.» Señala más tarde Machado que esta conciencia del tiempo alcanzará. tras la metafísica tardía de Bergson, su plenitud en pleno siglo XX, en el no nombrado escepticismo existencialista. Y añade: «No despreciemos a los poetas del siglo XIX, desde los románticos a los simbolistas, porque nada hay en ellos que sea trivial.» Y. con visión aguda, se refiere Machado a que «el el lago de Lamartine no nos conmueve hoy, la culpa pudiera no ser del poeta elegíaco. El arte no cambia siempre por superación de formas anteriores, sino, muchas veces, por disminución de nuestra capacidad receptiva y por debilitación y cansancio del esfuerzo creador».

A continuación, Antonio Machado, en ese tono que ha entrado francamente en la ironía, dedica un párrafo escéptico a determinados tópicos de lucidez y claridad indudables: «Nueva sensibilidad», dice, «es una expresión que he visto escrita muchas veces y que acaso yo mismo he empleado alguna vez. Confieso que no sé realmente lo que puede significar. Una nueva sensibilidad sería un hecho biológico muy difícil de observar y que, tal vez, no sea apreciable durante la vida de una especie biológica zoológica. Nueva sentimentalidad suena peor y, sin embargo, no me parece un desatino. Los sentimientos cambian a través de la historia y aun durante la vida individual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran, enmohecen o son sustituidos por otros. Cuántos siglos durará el sentimiento de la patria? Nada tan voluble y tan vario como el sentimiento. Esto deberían aprender los poetas. que piensan que les basta sentir para ser eternos ».

«Cuantos seguimos con alguna curiosidad el movimiento literario moderno pudiéramos señalar la eclosión de múltiples escuelas aparentemente arbitrarias y absurdas, pero todas ellas tuvieron al fin un denominador común: guerra a la razón y al sentimiento, es decir, a las dos formas de la comunión humana, para continuar con una revisión de los movimientos romántico y simbolista de la "franca descomposición" de este último, para centrarse en los que califica como "frutos tardíos" del espíritu decimonónico: Proust y Joyce.»

Los poemas esenciales

«Ni Proust ni Joyce», dice Machado, «pueden llamarse poetas en el sentido estricto de la palabra pero los poemas esenciales de cada época no siempre son la producción de los cultivadores de versos.Hablando de Proust, de su «interminable novela», se refiere, con uncariño que para los lectores del Machado en venta resultará como poco extraño, y tras preguntarse si no será la novela un poema degenerado, el ochocentismo declarado del escritor francés «Proust», dice, «es un gran psicólogo, fino, sutil y autoinspectivo, y un gran poeta de la memoria que evoca, con una panorámica visión de agonizante, toda una fenecida primavera social. Proust es el autor de un monumento literario que es, a su vez, un punto final. Proust acaba literalmente un siglo, y se aleja de nosotros luciendo, como los gentiles hombres palatinos, una llave en el trasero».

Sobre el Ulyses, de Joyce, muestra Machado también más admiración que sus seguidores, aunque ésta se vista de denuncia del absurdo definitivo, del caos perfecto. «Si la obra de Proust», dirá, «es literariamente un punto final, mejor diré un canto epilogal, en tono menor, de todo un siglo de novelas, la obra de Joyce es una vía muerta, un callejón sin salida del solipsismo lírico de 1800. La extrema individualidad de las almas, su monadismo hermético y autosuficiente, sin posible armonía preestablecida, que es a la vez un canto de cisne y, por qué no decirlo, un canto de grajo». «Y en verdad que este libro sin lógica es también un libro sin ética y, en este sentido, satánico. Pero no hay que asombrarse por ello: los valores morales tienen el mismo radio que las ideas, el eclipse de los unos y de las otras son fenómenos necesariamente concomitantes.» La poesía actual, en boca y tiempo de Machado, va precedida de una reflexión sobre la crítica, que puntúa con ese sentimiento dominante el discurso que vendrá. Se refiere al «nuevo barroco» modernista, del que dice que la crítica, como al antiguo, le trata mal, le descomprende, y vuelve al punto de comienzo, de donde arrancaba este discurso, que ha dado un rodeo conforme a los cánones clásicos: la poesía pura.

Ahí le interesa antes que nada la imaginería, esa emancipación que el hombre intenta del aquí y ahora, que parece pensado para la poesía contemporánea (nuestra) y les critica aplicando la argumentación kantiana: «Y recordarles la parábola de aquella paloma que al sentir en sus alas la resistencia del aire, suena que podría volar mejor en el vacío; porque también hay una paloma lírica que pretende eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno, que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo ... »

Y, por fin, se atreve el maestro a profetizar para el mañana: .«En poesía, el mañana, señores, bien pudiera ser un retorno (nada enteramente nuevo bajo el sol) a la objetividad y a la fraternidad por otro lado. Una nueva fe (porque en el campo de las creencias es donde se plantean los problemas esenciales del espíritu) se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo a desconfiar de aquella soledad que fue causa de su desesperanza y motivo de su orgullo.» Y para continuar este canto de esperanza, dice que puesto que no ha superado la poesía el momento barroco de todas las grandes transformaciones, cuando este tiempo acabe: «El genio calla», termina», «porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida, los ingenios invaden el estadio y se entregan a toda suerte de ejercicios superfluos».

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